Hace una década Omar Deidih fue uno de esos miles de niños saharauis que, hasta la irrupción de la pandemia, disfrutaban de un respiro estival en casas de familias españolas. De aquellos breves períodos Omar recuerda aún su periplo feliz por tierras gallegas y manchegas. Una experiencia, la del programa “Vacaciones en Paz”, que hoy se antoja remota. Omar, como otros tantos jóvenes de los campamentos de refugiados, acaba de enrolarse en las filas del Frente Polisario en la renovada ofensiva contra Marruecos.
“Era difícil imaginar que un día estaría aquí como soldado. La verdad es que teníamos mucha fe en la comunidad internacional y en una solución de paz”, admite Omar en conversación con El Independiente. Es finales de semana y el joven, de 23 años, camina por un precario campamento militar en el sector militar de Mahbes, uno de los puntos más activos del conflicto que, tras 29 años de alto el fuego, recuperó el pasado noviembre la actividad bélica. Desde entonces, según fuentes del Polisario, once de sus soldados han perdido la vida. Las últimas dos bajas fueron reportadas el pasado sábado.
“Somos un pueblo que ama la paz. Por eso hemos esperado tantos años para reemprender este camino”, balbucea Omar, un joven hiperactivo y autodidacta. Su biografía es un recorrido por los lazos que mantienen vivas las aspiraciones de la autoproclamada República Árabe Saharaui Democrática, establecida en las áridas inmediaciones de la ciudad argelina de Tinduf.
El veinteañero estudió secundaria en la Libia de Muamar Gadafi, una formación interrumpida abruptamente por las revueltas de 2011. Más tarde, inició la universidad en Cuba y ahora presume de haber recibido una beca para estudiar ciberseguridad en Moscú. “Soy muy curioso”, arguye. Igual dedica su tiempo libre a programas de edición de vídeo o diseño gráfico que recita poemas de la revolución cubana. "Este lugar es un lugar propicio para el amor al sacrificio, aquí tienes que ser el último en comer, el último en dormir, el último en tener y el primero en morir", declama Omar de memoria. Los versos, firmados por Jesús Orta Ruiz, decoran la entrada de la sede del PC en La Habana.
Ansias de tomar las armas
“La guerra era un paso obligado y necesario”, indica poco antes de participar en una de las acciones de hostigamiento contra el muro levantado por Marruecos. El uniformado Buseit Saleq, de 28 años, también se benefició de “Vacaciones en paz”, un programa de acogida que durante años convirtió a los menores de los campamentos saharauis en los mejores embajadores de la causa que desde la invasión marroquí del Sáhara Occidental en 1975 reivindica el derecho a la autodeterminación de la ex colonia española, el último territorio por descolonizar del continente africano. Pocos dudan de que la iniciativa, en suspenso desde la propagación del Covid-19, ha resultado esencial para mantener viva la sensibilización de la sociedad española.
"Sentí que tenía una responsabilidad moral y un deber nacional. Tenía que ser parte de esta etapa importante de la lucha del pueblo saharaui"
OMAR DEIDIH, joven recluta del ejército del Polisario
“Prometí ser soldado y estoy comprometido con mi patria”, indica Buseit en el salón de su casa, durante una de sus libranzas. “El fin del alto el fuego lo ha cambiado todo. Tengo amigos que volvieron de Europa para unirse a las filas del Polisario”, asevera Buseit mientras trata de rescatar instantes fugaces de su infancia en la localidad malagueña de Ronda.
La diplomacia de la ONU no nos ha deparado nada. Marruecos solo entiende el lenguaje bélico
BUSEIT SALEQ, SOLDADO DEL POLISARIO
“Lo que más me impresionó fue el mar y probar muchos platos que estaban muy ricos pero de los que he olvidado el nombre”, dice entre risas. Omar y Buseit representan a una generación que, a diferencia de sus mayores, nació en el estéril terruño de los campamentos y vivió una existencia estoica, al albur de la asistencia humanitaria. Quienes optaron por permanecer en el mar de jaimas han hallado en la declaración de guerra una incierta esperanza de romper décadas de parálisis.
Tomar las armas era su opción, antes incluso de que la vieja guardia del Polisario, liderada por su secretario general Brahim Ghali, la abrazara. “Fui un niño de 'Vacaciones en Paz' y me convertí en un joven soldado. Estoy más convencido que nunca de que la solución pasa por la guerra”, proclama Buseit, voceando un sentimiento compartido por los sectores más jóvenes de los campamentos. “La diplomacia de la ONU no nos ha deparado nada. Marruecos solo entiende el lenguaje de la guerra y ni siquiera ahora es capaz de reconocer que estamos en guerra”, protesta. Rabat no ha confirmado públicamente la reanudación del conflicto pero, en sus comunicaciones con la ONU, ha informado de un incremento de los incidentes en el muro.
Un ejército precario y amateur
Omar y Busait son soldados de una contienda precaria y amateur, necesitada de armamento. En el frente, el arsenal acumula años de antigüedad. Levanta acta, en su mayoría, de un tiempo que ya no existe y procede de donaciones soviéticas. Sirvieron ya en la guerra que se prolongó entre 1976 y 1990, hasta la firma del cese de hostilidades que los saharauis consideran ampliamente como “una tregua trampa”. Enfrente, un enemigo que se ha nutrido de las armas de última generación a través de acuerdos con Israel o Emiratos Árabes Unidos, dos poderosos socios. “Es cierto que tienen más medios e incluso más personal pero la moral no es la misma y ése es un gran factor”, murmura Buseit.
"Fui un niño de 'Vacaciones en Paz' y me convertí en un joven soldado. Estoy más convencido que nunca de que la solución pasa por la guerra"
BUSEIT SALEQ, SOLDADO DEL POLISARIO
El decreto con el que Ghali quebró la tregua -citando como detonante una agresión marroquí contra civiles saharauis en Guerguerat, entre el Sáhara Occidental y Mauritania- abrió la veda para el frenético reclutamiento de los más jóvenes. Omar es uno de los que acudieron a la llamada. “Me incorporé recientemente al ejército popular saharaui. Sentí que tenía una responsabilidad moral y un deber nacional. Tenía que ser parte de esta etapa importante de la lucha del pueblo saharaui. Esperamos demasiado tiempo como un pueblo partido. Mi propia familia está dividida en el exilio de los campamentos y los territorios ocupados”, desliza el joven, destinado al frente tras tres meses de adiestramiento castrense.
Los soldados del Polisario son, en realidad, voluntarios que reciben las armas y el uniforme pero que carecen de un sueldo regular. En los campamentos tampoco existe el servicio militar obligatorio. “Tenemos una especie de ayuda que, en ningún caso, podemos llamar salario”, reconoce Buseit. Según fuentes militares, la dotación económica es de carácter trimestral y ronda los 15.000 dinares argelinos (unos 95 euros). Con un hijo de dos años, Busait admite que en su familia no dependen de ese estipendio para sobrevivir. “Durante mis 20 días de vacaciones busco empleo en lo que sale. He conducido taxis y he sido dependiente en una tienda”, relata.
Sangre "más combativa"
Buseit reconoce que las nuevas generaciones son “más combativas y radicales”, con más ansias de romper décadas de statu quo que han servido a Marruecos para consolidar su control sobre el territorio, ganar adhesiones a nivel internacional y explotar lucrativamente sus recursos naturales, desde sus caladeros de pesca hasta los yacimientos de fosfatos. “Llegó la hora de reconocer que la solución pacífica no resulta efectiva. Somos los que tienen que liderar esa etapa pero reconociendo que tenemos mucho que aprender de los anteriores”, vocea Omar.
En su destacamento, Baali Hamudi es el veterano comandante que se afana en formar a sus relevos. Baali conoce con precisión un territorio que patrulló durante años como miembro de las tropas nómadas, un regimiento del ejército colonial español establecido en 1930 e integrado por miembros de las tribus saharauis a las órdenes de oficiales españoles. “Los jóvenes están altamente cualificados y nuestra misión es instruirlos en algunos aspectos que les pueden salvar la vida. La respuesta ha sido tan masiva que desde las instituciones militares se ha decidido ampliar la formación hasta los nueve meses”, sostiene Baali.
Los nuevos cadetes aseguran haber aprendido a moverse por las vastas extensiones del desierto que siguen minadas, vestigio mortal de la contienda anterior. “Sabemos dónde se encuentran”, replica Buseit. “Somos una nueva generación con sangre fría y con muchas ganas de defender la patria. Los jóvenes saharauis que formamos parte del ejército vamos a luchar hasta nuestra última gota de sangre. Si existe una solución política va a estar empujada por las armas”, argumenta Omar. “Ojalá un día podamos levantar nuestra bandera en Dajla y El Aaiún y espero que puedas visitarme y podamos tomar juntos un vaso de té frente al Atlántico”.
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