Son todos los que han estado y han estado todos los que son. Y eso quiere decir que la manifestación de este lunes, que los convocantes pretendían "histórica", ha sido muy numerosa, sí, pero de "histórica" no ha tenido nada porque, aun aceptando la generosísima cifra de asistentes establecida por la guardia urbana de Barcelona, a la convocatoria de esta Diada ha acudido un millón de personas, es decir, casi la mitad de la gente que, según lo facilitado por la propia guardia urbana en años anteriores, acudió a manifestarse en los años 2012 (1.5oo.ooo); 2013 (1.600.ooo); 2.014 (1.800.000); 2015 (1.400.000) y sólo más que el año pasado, 2016, en que los cálculos de esa misma institución cifró en 850.000.
Por descontado, en las calles de Barcelona no estaba un millón de catalanes. No vamos a entrar en discusiones sobre el número de manifestantes pero para que se hagan una idea, fuentes de la Delegación del Gobierno en Cataluña aseguran que el número de participantes en las sucesivas convocatorias ha venido oscilando entre los 600.000 de 2012 y los 370.ooo de 2016. Sobre los participantes en 2017 la Delegación del Gobierno no había dado datos a esta hora.
La pretensión de mostrar la prueba de la fuerza imparable de un pueblo ha resultado ser una tomadura de pelo
Sea como sea, y aun aceptando con los ojos cerrados el cálculo de la guardia urbana, resulta que ha acudido casi la mitad que hace tres años. Así que la pretensión de mostrar esta concentración como la prueba de la fuerza imparable de un pueblo ha resultado ser una tomadura de pelo. Porque, hay que insistir, ahí han estado todos los que son. Y son pocos, esa es la verdad. De hecho, son muchos menos que los que se han quedado en su casa y, por lo tanto, no tiene sentido alguno que los dirigentes independentistas intenten utilizar a esta multitud, numerosa pero claramente insuficiente, como argumento de autoridad política y mucho menos si se pretende emplear para justificar el asalto desnudo a la legalidad, a las normas y a los procedimientos de su propia Cámara legislativa, lo cual inhabilita a los independentistas a esgrimir autoridad de ninguna clase en cualquier régimen democrático del mundo.
La Diada se ha celebrado y debemos felicitarnos de que haya transcurrido en un clima absolutamente pacífico. Pero nada más. No hay nada que añadir a lo que ya sabíamos, no hay nada nuevo que no se hubiera producido antes y no hay ni rastro de esa convocatoria "histórica" a la que los dirigentes independentistas aspiraban para legitimar su ilegítimo asalto a la legalidad. El secesionismo siempre ha sido experto en la comercialización y publicitación de su mercancía, por muy averiada que esté. Pero conviene no dejarse embaucar: aunque jamás lo reconocerán, es evidente que el independentismo ha pinchado en esta Diada. Y lo mismo sucede con la nueva "invitación" de Puigdemont de iniciar el diálogo porque "aún hay tiempo". Trucos de trilero. Las cosas deben seguir su curso, nada ha cambiado después de esta Diada.
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