El futuro ya no es lo que era. Al menos, en las exposiciones universales. Sobre el horizonte de rascacielos de infarto y lujo desmedido de Dubái la sorpresa deja paso pronto a la decepción. La Expo de Sevilla de 1992, organizada hace casi treinta años, superó con creces en futurismo a la de Dubái, que se celebra hasta la próxima primavera en el árido extrarradio de una ciudad-Estado bendecida por los petrodólares del emirato vecino.
Desde los accesos, cunde el desencanto. A la exhibición de la capital andaluza se podía acceder con huella dactilar. A la de Dubái, en cambio, se entra con un código QR. El reconocimiento facial, la idea inicial de los organizadores emiratíes, no ha entrado aún en funcionamiento. “Es un sentimiento que hemos experimentado muchos de los que la hemos visitado. La Expo de Sevilla fue muy especial”, reconoce a El Independiente un arquitecto extranjero que exige anonimato.
Calor extremo
La segunda de las sorpresas llega en las largas avenidas que articulan los diferentes distritos de ExpoDubái. Nadie parece haber reparado en el calor extremo y húmedo que marca la primera exposición universal en tierras de Oriente Próximo. Faltan las sombras y la mayoría de los edificios se suceden apiñados, bloqueando cualquier corriente de aire que alivie la canícula. “La Expo de Sevilla fue muy consciente del problema que podía generar el calor para el visitante europeo. Se hizo un estudio muy exhaustivo para mantener el clima dentro de lo razonable y resultó todo un éxito”, estima otro experto consultado por este diario.
En el perímetro de la Cartuja se creó un microclima que convirtió a la ciudad en referente del bioclimatismo urbano. Sus inventores diseñaron un sistema de zonas ajardinadas, pérgolas vegetales, agua micronizada, sombras y refrigeración mediante agua bruta que consiguió reducir unos grados la temperatura del recinto de la Expo. En algunos momentos el termómetro logró bajar hasta tres grados en comparación con el centro de la ciudad. El modelo fue replicado más tarde en las terrazas de restaurantes de medio mundo, pero no lo encontrará en ExpoDubái.
Y eso pese a que la temperatura resulta aún más severa. En las tórridas noches de noviembre se pueden alcanzar los 28 grados, pero salvo unos toldos, colocados a una altura considerable, no existe otro parapeto para el calor del desierto. “El mayor problema estriba en que en Oriente Próximo el mundo anglosajón tiene mucha fuerza. Se desarrollan ciudades, porque la Expo lo es, muy ajenas al carácter y las necesidades básicas de la población local en temas como el soleamiento. Es algo que no funciona. Nunca he entendido por qué se construyen torres con fachadas de cristal con la carga térmica que supone en ese clima concreto”, arguye otro especialista en conversación con este diario.
Sin un sistema de transporte interno
La movilidad también brilla por su ausencia
La ausencia de reguladores naturales de temperatura -tampoco existe un largo ni espacios de agua- no es el único escollo que debe superar la muestra de Dubái, inaugurada el pasado octubre. La movilidad también brilla por su ausencia. En la versión sevillana, que cumple el próximo año tres décadas, un tren monorraíl conectaba los principales puntos del recinto. El modo de transporte, que circulaba desde la década de 1960 por Tokio o Seattle, circulaba por la Cartuja en una plataforma a una altura de siete metros diseñada por una empresa suiza y ejecutada por compañías españolas. Tenía capacidad para transportar a 4.200 viajeros a la hora en un recorrido que duraba 15 minutos.
No era el único sistema de transporte. También se ofrecía a los visitantes las telecabinas que permitían contemplar a vista de pájaro el recinto, al que se podía llegar en tren de alta velocidad a través de un apeadero que conectaba con la estación de tren de Santa Justa.
En Dubái la oferta para desplazarse por un área de 438 hectáreas resulta prehistórica, comparada con la edición española. Se reduce a unos carritos de golf, un tren eléctrico y unas bicicletas que funcionan con una aplicación local adquirida hace unos años por el gigante Uber. “Es una queja que he escuchado. Espero que los sistemas de transporte fueran más accesibles. A principios de octubre moverse y estar al aire libre resultaba infernal. La Expo de Sevilla fue muy futurista. Las exposiciones que vinieron después no la superaron. En Shanghái que tuvo 100 millones de visitantes tampoco existía un sistema de monorraíl como el de Sevilla”, indica una de las fuentes.
En las afueras del recinto funciona un sistema de autobuses que pocos visitantes conocen y que, en cualquier caso, dejan lejos de las principales avenidas de la exhibición, donde se concentran la mayoría de las atracciones. Uno de los modos de llegar al recinto desde Dubái es un metro construido por un consorcio internacional integrado por la española Acciona.
Nada innovador en una ciudad que ha sido el centro de operaciones de los taxis voladores y que presume de ser uno de los nudos de conexiones del planeta. “Lo peor de todo es que no hemos visto nada a nivel tecnológico y a nivel de presentar las cosas que nos sorprendieran. Es muy clásico todo lo que se plantea. Da la sensación de que se han interesado más por la arquitectura de los pabellones que por su contenido”, agrega un profesional de la musealización.
Son parches. Se han olvidado del factor humano
Conscientes de las flaquezas, los administradores de la Expo han tratado de solucionar algunas a contrarreloj. Se han instalado, ya con la cita abierta, una serie de módulos que sirven para ofrecer sombra y descanso a los maltratados peregrinos. Son estructuras muy versátiles que se también se emplean como marquesinas desde las que esperar el tren eléctrico. “Son parches. Se han olvidado del factor humano. Los visitantes ven 15 o 20 pabellones, tienen que moverse y estar al aire libre. Todo eso ha quedado en un segundo plano. Cuando los pabellones cierran, en Sevilla era muy importante la vida posterior. En Dubái lo mejor que uno puede hacer es irse a casa”, comenta uno de los expertos.
La lección del desastre de la postExpo
La experiencia sevillana sí parece haber servido en Dubái para administrar, con más cordura, el legado posterior de cemento. “La de Sevilla fue una gran experiencia para el visitante, pero un desastre en cuanto cerró”, reconoce un especialista. Las innovaciones, desde el monorraíl a las soluciones climáticas, se perdieron. Fueron desarmadas, almacenadas a la intemperie y el tiempo las terminó destruyendo. El actual parque tecnológico aprovechó poco de todo aquello, marcado por una deficiente gestión política.
El pragmatismo prevaleció en Dubái
“Acabó sirviendo como una lección para otros de cómo planificar una exposición. El pragmatismo prevaleció en Dubái. De hecho, muchas de las calles laterales se perciben ya que serán usadas como oficinas y pisos”, subraya un arquitecto. Otro interrogante es si una ciudad repleta de rascacielos con carteles de alquiler y venta de espacios necesita nuevas inyecciones de edificios.
El boom del ladrillo llevó hace más de una década al emirato a ser rescatado técnicamente por la vecina Abu Dabi, la capital “de facto” de la federación y la que posee las reservas de petróleo que costea su nivel de excesos. “La expo de Dubái debió pensarla un británico que no conocía el país. No tiene otra explicación”, dice con sorna otro arquitecto. En sus arterias, lo más novedoso es un vehículo autónomo que reparte pedidos de comida y un robot policía que persigue a quienes pasean por el exterior sin mascarillas. De su estricto reglamento no se libran ni los más pequeños.
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