Estaba sentada en el café Les Deux Magots de París. Sola, con unos guantes cubriéndole las manos, jugaba a la navaja trapera con poco acierto. Picasso la vio cuando ya salía sangre de sus dedos y la tela empezaba a empaparse de rojo oscuro. Ella continuaba, mirando al frente, moviendo la navaja. Dicen que se enganchó a esa mujer al instante. A esa autodestrucción elegante que la acompañaba. Ella tenía 26 años, él más de 50. Comenzaba una historia en la que el dolor por los cortes pasaría a ser una anécdota dulce y agradable.
Esa mujer era Dora Maar. La que ahora protagoniza el programa La obra invitada en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, la modelo de lo que la institución presenta como "el perturbador retrato de Picasso". Es la Mujer sentada en un sillón, que se podrá visitar hasta el próximo mes de febrero.
Hija de unos franceses de clase media, que habían hecho de su infancia un continuo aprendizaje de las artes, Dora se centró en la fotografía, en su don. Era tan inteligente que su belleza de ojos claros y pelo castaño pasaba desapercibida ante tanto talento. Eran los años 20 y 30 en un París que hervía y Maar se adentró en el círculo de los surrealistas. Fueron sus retratos de personajes marginales los que le llevaron a conseguir el reconocimiento por parte de sus colegas masculinos. Fue Picasso el que la cubrió con una luz que sólo le hizo sombra.
Guernica y electroschocks
Desde que los dedos de Maar sangraron sin control, ella y el pintor español no se habían separado. Pablo Picasso seguía casado con Olga Khokhlova, aunque ya vivía con otra mujer, y Dora salía de varias relaciones tormentosas. Dicen que la pasión entre la fotógrafa y el ya reconocido pintor fue tal que fueron capaces de dejarlo todo atrás. Eran uno la sombra del otro. Hasta tal punto que fue ella, con su cámara, la que retrato el proceso de creación del Guernica.
Era raro verles mucho tiempo separados, hasta que en 1943 Françoise Gilot conquistó al pintor español y Dora Maar pasó a vivir encerrada en la depresión. Fue de hospital mental en hospital mental. Sufrió la moda curativa del los electroschocks. Vivió, después de pasar por varios centros, encerrada en un pequeño apartamento de París. Sola. Dicen que sin media visita al mes y con la cabeza dando tumbos de un infierno a otro. No se sabe demasiado de su vida desde entonces, sólo que en 1997 apareció muerta en aquel apartamento. Tenía casi 90 años. Pasó a la historia como la amante de Picasso. Fue lo que él permitió que quedará de ella. Se olvidaron de su profesión, de su talento y de su elegancia en cuanto el pintor dejó de usarla como musa.
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