Aquí estamos, con la servilleta de esmoquin, con la braga roja, con la copa nevada, con el rímel dorado de alguna Nefertiti de Preciados, con un carillón de anillos, con un reloj de castillo, con un calcetín de gala, con una alegría triste de fiesta mojada, dispuestos a felicitar el año por no ser sieso o gafe. Los políticos ya se felicitan ellos solos, Pedro Sánchez hasta se manda a sí mismo postalitas musicales y muffins de una sola vela igual que en unas Navidades solitarias de Mr. Bean, así que felicitémonos los demás, pero de una manera desangelada, para no parecer tontos o estafadores. Aquí estamos, con la casa como un jardín robado por las ardillas, con la calle como un lago cercado, con la fuente de pescado que la inflación ha convertido en una barcaza de Cleopatra. Y con el bicho, ya doméstico, gorrón familiar, chinche castiza de cuando todo tenía una chinche, circo de pulgas de las pensiones, los soldados y las damas. Pero no me sean siesos o gafes y saquen esas uvas con galas flamencas de aceitunas.
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