1 de abril de 2020. Miguel y su nieto Unai se saludan presionando las manos sobre un cristal. Les separa la distancia de una puerta. El vidrio refleja el rostro de ambos. Miguel Nieto, de 91 años, sigue hoy recordando aquel instante. “Es una fotografía maravillosa”, dice sin titubeos. “Aitona. Tan cerca, tan lejos”, el título de la instantánea que capturó aquel encuentro fugaz, acumula galardones en certámenes internacionales, convertida en icono del tiempo que canceló los abrazos e impuso la separación física.
“Llevábamos ya unas semanas confinados. El periódico para el que colaboro tiene la redacción en el pueblo donde vive mi abuelo y yo tenía que acercarme para coger los salvoconductos que eran necesarios para trabajar por la calle en esas fechas. Así que fui a ver cómo estaba mi abuelo”, evoca Unai Beroiz, el fotoperiodista navarro que firmó un fogonazo de premio. “Le llamé por teléfono. Él quería que subiera porque tampoco era muy consciente de todo este jaleo. Me quería invitar a un café. Le dije que no podía ser y que debía bajar”.
Abuelo y nieto se citaron escaleras abajo, en el portal. Miguel no ha olvidado los prolegómenos. “Recuerdo cómo se presentó mi nieto. Me llamó y me dijo: ‘baja’. La foto la hicimos allí en el portal. No me dejó salir”, rememora en conversación con El Independiente. “Aquello fue muy grande para mi”, confiesa. “Nos saludamos poniendo la mano sobre el cristal. Tenía la cámara encima y sabía que a esa hora el portal de mi abuelo siempre genera esos reflejos y le da esa luz tan bonita. Tenía que fotografiarlo”, sostiene el nieto.
La fotografía, que acaba de recibir un galardón en los New York Photography Awards, tuvo como escenario Huarte, una localidad navarra de 7.000 habitantes emplazada a 7 kilómetros de Pamplona. Un apacible pueblo atravesado por el río Arga donde, muchas décadas atrás, se estableció Miguel, originario de Don Benito (Badajoz). “Trabajaba en una fábrica en Extremadura, pero andábamos muy mal. No nos llegaba para nada. Entonces emigré a Francia. Me fui con contrato de trabajo y estuve dos años por allá”, relata Miguel.
Nunca imaginé que la fotografía pudiera tener este recorrido
Unai Beroiz
A su regreso, un cuñado le convenció para instalarse en Huarte. Con los ahorros que había podido reunir compró el apartamento donde aún reside. Precisamente ese bloque cuyo cristal del portal ha dado la vuelta al mundo, unido al rostro sonriente de un abuelo que, en mitad de una pandemia, celebra la dicha de ver a uno de sus nietos. “Nunca imaginé que la fotografía pudiera tener este recorrido. En un primer momento, la hice simplemente para pasarla por un grupo que tenemos de la familia porque mi abuelo es de Extremadura y parte de los parientes están allí. La idea era compartirla con ellos y dejarla en el grupo de WhatsApp para que viesen que el abuelo estaba perfectamente”.
Una cascada de reacciones
Al final de aquella jornada, sin embargo, Unai optó por hacerla pública. “Por la noche cambié de opinión y la subí a mis redes sociales”, admite. “A la mañana siguiente, cuando me levanté, vi que la fotografía se había hecho viral por todas las redes sociales, desde Twitter a Instagram o Facebook. Jamás pensé que una fotografía íntima, realizada de una manera tan espontánea y en pueblito como Huarte, pudiera tener tanta repercusión”, confiesa el fotoperiodista.
Unai ha meditado por el éxito inmediato que cosechó una fotografía transfigurada, dos años después, en emblema de un tiempo de distancia y dolor. Y son precisamente las fechas donde ha encontrado una explicación. “Llevábamos tres semanas confinados y teníamos ya esa falta de afecto de nuestros seres queridos. Mucha gente se sintió bastante identificada con esa imagen y por eso creo que tuvo el éxito que tuvo en ese momento en concreto”, arguye.
“Estoy encantado de la cantidad de mensajes que recibí de forma privada por redes sociales. Mucha gente joven se abrió en canal y me confesó que su padre estaba hospitalizado y que no podía ir a verle, o que su madre vivía en otro país, pero que tampoco se podía desplazar a verla y que la echaba de menos. Se sentían, en cierta manera, identificados con eso”, explica.
¿Cómo iba a pensar yo que a la vejez fuera a salir en tantos sitios?
MIGUEL NIETO
Abuelo y nieto sobrevivieron a meses de conversaciones telefónicas y encuentros a distancia. “El confinamiento lo pasé mal porque estaba acostumbrado a salir mucho a la calle. Entonces tenía una huerta y lo pasé muy mal”, admite Miguel. “Me dedicaba a pasear por el piso. Tengo los pasos contados. Mi apartamento tiene veintiún pasos de largo. Los hacía unas cuantas veces al día”, recuerda, feliz de haberse convertido involuntariamente en protagonista.
Estrellato a las 90 años
“Fíjese todo lo que ha pasado. ¿Cómo iba a pensar yo que a la vejez fuera a salir en tantos sitios? Cuando paseo, hay gente que me conoce y yo no a ellos”, replica Miguel. “Está encantado”, confirma su nieto. “Le gusta este salseo. En el pueblo el otro día la gente le dijo ‘famoso’ y está como muy crecido en ese sentido. No creo que sea consciente de la repercusión que ha tenido en las redes sociales”, comenta entre risas Unai, que ha seguido fotografiando a su abuelo.
Su objetivo captó, por ejemplo, su vacunación contra el covid. “He podido acompañarle las tres veces. La primera fue muy especial. Lo recuerdo con una ilusión terrible. Me parecía muy simbólico hacer esa primera fotografía de la vacuna porque era el momento en el que nos volvíamos a acercar. Era una imagen de esperanza. Ya no tendríamos que estar separados por un cristal y cerraba la imagen del abril anterior”, narra.
La pareja que unió una fotografía, que recibió también uno de los premios de plata en los Budapest International Foto Awards de 2020, se intercambia elogios. “¿Qué voy a decir de Unai? Todo lo que me haga mi nieto me viene bien. No dude eso”, exclama. “¿Qué voy a decir yo de mi abuelo? Tiene 91 años y una energía impresionante. Físicamente está como un toro, porque de hecho va tres o cuatro días por semana al gimnasio. La cabeza también la tiene muy bien. Está perfecto y contagia esa vitalidad”, responde Unai.
21 meses de periplo
Mi abuelo tiene 91 años y una energía impresionante. Físicamente está como un toro
Unai Beroiz
Seis olas del coronavirus después, Miguel trata de mantener una existencia plena. “Por la mañana me voy al gimnasio. Vuelvo a eso de las diez y media y me doy otra vuelta por el pueblo. Luego me dedico a hacer mi comida y mis cosas porque yo lo que como me lo tengo que hacer yo”, detalla. “Si la tarde está buena, también salgo otro rato”, agrega quien reconoce algún desliz durante las semanas de confinamiento. “Algunas veces me escapaba también. Tenía que salir”, comenta.
“Solía salir a primera hora de la mañana. Cogía mi bolsa. Sabían que, si llevaba la bolsa iba a comprar, aunque no comprara”, murmura. “Yo tengo aún muchas cosas que hacer. Como hablar con la gente. Hombre, de trabajo no tengo nada que hacer porque nadie me quiere ya para trabajar”, dice jocosamente el emigrante que acostumbra a bajar por Extremadura “al menos una vez al año”.
Durante los 21 meses que han transcurrido desde el fogonazo, Unai ha mantenido al tanto a su abuelo de las novedades que generaba la imagen. El fotograma de su aprecio mutuo. Desde los ecos en la prensa internacional hasta la sucesión de galardones. “¿Sabe lo que le dije cuando me trajo el periódico y me vi por primera vez? A la vejez, viruelas, un dicho que se usa por Extremadura. “¿Para qué quiero yo la fama ya? Lo que quiero es seguir mi vida, que es bastante buena, gracias a Dios. Y ya está”.
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