Succession, el gran fenómeno televisivo de los últimos tiempos, en apariencia tiene una trama sencilla y predecible. Pero sólo en apariencia. El primer capítulo arranca con todos los miembros de la familia Roy, una de las dinastías más poderosas y ricas de Estados Unidos, reunidos para celebrar el ochenta cumpleaños del patriarca, el multimillonario Logan Rey, CEO de Waystar Royco, uno de los grandes conglomerados mediáticos del país. Kendall, su segundo hijo, cree que su padre va a aprovechar el evento para anunciar su jubilación y, sobre todo, para nombrarlo a él como su sucesor en la compañía. Pero no.
Para sorpresa de todos, Logan informa a sus cuatro hijos (Connor, Kendall, Shiv y Roman) que no piensa retirarse aún. Es más, les avisa de que su tercera esposa, Marcia (a la que todos, por supuesto, detestan), pasará a tener un papel clave para decidir quién será el sucesor una vez él muera. Por supuesto, a partir de ahí se desata una guerra sin cuartel entre todos los presentes. ¿Quién será el heredero?
En principio, Succession va de eso: de una lucha descarnada para conseguir ser el sucesor de Logan Roy. Pero la clave del éxito de esta serie reside en que no cae en tópicos al uso ni mucho menos es predecible. No se trata de un grupo de niños pijos de Nueva York haciéndose la zancadilla unos a otros desde sus lofts de Manhattan, yates en el Egeo o castillos ingleses (que también), sino de algo más profundo. En realidad, Succession va de acoso, abuso y perversión, de obsesión y ambición sin límites, de pura toxicidad y retorcimiento psicológico, de traiciones y corrupción acompañados, eso sí, de algunos golpes de humor muy inteligentes.
El patriarca Logan Roy, malo malísimo donde los halla, uno de los mejores villanos televisivos de los últimos tiempos, se divierte intentando destrozar a sus hijos y explotando sus debilidades. Kendall es un drogadicto que quiere ganarse el amor de su padre y demostrarle, de paso, que Waystar Royco debe apostar por lo digital en su versión más woke, de frase fácil de Instagram y ejecutivos con zapatillas deportivas. Roman es un inmaduro nihilista con baja autoestima que cree que el dinero cae del cielo. Connor también pasa de todo, vive en un rancho en Nuevo México y da el campanazo cuando anuncia que quiere convertirse en presidente de los Estados Unidos. Shiv, la única hija de Roy, es una astuta activista que ha trabajado para políticos muy de izquierdas y que luego da un giro a su vida. Su marido, Tom, es un pelota, casi un bufón, con una mente retorcida.
Todos ellos tienen defectos abismales, están podridos, son oscuros, crueles y, en más de una ocasión, despreciables, pero no puedes dejar de seguir sus desventuras y desgracias. Es más, acabas viéndoles el lado humano o, cuando menos, algo humano, incluso entrañable.
¿Está inspirada en Rupert Murdoch o en los Trump?
La serie, estrenada el 3 de junio del 2018 en HBO, fue creada por Jesse Armstrong, es una radiografía muy punzante, una sátira excelsa, de la clase alta estadounidense y lo que realmente se esconde tras sus desorbitados privilegios. Dicen que Armstrong se inspiró en la familia Murdoch y la verdad es que es bastante fácil ver algunos paralelismos entre Logan Roy y el multimillonario de nacionalidad estadounidense (aunque nacido en Australia) Rupert Murdoch, cabeza de News Corp, la propietaria de periódicos como The Sun, The Times y The Wall Street Journal, la editorial HarperCollins y los canales de televisión Sky News Australia y Fox News. Ambos hombres son auténticas leyendas y titanes, tienen edades semejantes (Murdoch tiene 90 años), se han casado varias veces (Murdoch, cuatro; la última con la ex-modelo Jerry Hall, exmujer de Mick Jagger) y tienen hijos de sus distintos matrimonios.
Algunos periodistas han querido ver también algunos parecidos entre los hijos mayores de Murdoch —Prudence, Lachlan, James y Elizabeth— con los protagonistas de la serie. Incluso hay quien se ha atrevido a decir que los Roy son una parodia de la familia Trump. Sin embargo, el propio creador de Succession, Jesse Armstrong, reconoció que no existen tales paralelismos. Tampoco lo hay con otros clanes poderosos, como los Mercer (Robert Mercer es un hedge fund manager que ha cosechado millones) o los Redstone (Summer Redstone, fallecido en agosto del 2020, fue el creador del conglomerado mediático Viacom, el cual incluye el control sobre Paramount Pictures y la cadena CBS). Puede que en algún momento puntual algún detalle pueda recordar en algo a alguno de ellos, pero en conjunto no son una copia. Ni pretendían serlo.
Shakespeare en el siglo XXI
Sea como fuera, lo interesante de los personajes de la serie es como interactúan en un juego macabro. Hay algo de shakesperiano en sus relaciones y tramas: Shakespeare supo retratar el poder desde la crueldad y la crudeza (recordemos su obra sobre Julio César) y explotar las emociones en su mayor grado de pureza (en sus tragicomedias, lo mezquino llega hasta sus últimas consecuencias, la sed de venganzas no admite límites). Los personajes de Shakespeare aún perduran y resuenan en la cultura universal porque encarnaron los sentimientos en su forma más primigenia, primaria y pura. Romeo y Julieta sienten tanto su amor que están dispuestos a morir por él; Hamlet bucea en su locura y sólo en ella encuentra la cordura; Macbeth está tan sediento de poder que no duda en matar a quien se ponga por delante.
Hay mucho de este esencialismo en medio de la podredumbre moral de los personajes de Succession. Eso, y también esas tramas rocambolescas, tragicómicas, donde nada es lo que parece y todo se tuerce cuando ya parecía que estaba encaminado.
Un elenco en estado de gracia
Todo esto funciona, claro está, porque los actores bordan los papeles, sobre todo el patriarca, Logan Roy, interpretado por el actor escocés Brian Cox, el cual sabe darle el toque justo de manipulador tóxico que disfruta torturando a los demás. Cox, que tiene 75 años y lleva más de cincuenta de carrera, ha saltado a la fama precisamente gracias a este personaje. Y eso que oportunidades no le habían faltado antes. Pero tuvo mala suerte. Cox, por ejemplo, rechazó un papel en Juego de Tronos (decía que no le pagaban lo suficiente; luego se arrepintió, claro).También fue el primer Hannibal Lecter: fue en la película Hunter, de 1986, la primera en la que sale el famoso personaje. Años más tarde, Anthony Hopkins lo retomó para interpretar El silencio de los corderos.
Muy poca gente se hubiese recuperado de semejante golpe, pero Cox ha acabado teniendo buena suerte. Al final, irónicamente, le ha acabado dando la fama otro gran personaje que disfruta destrozando a la gente.
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