La auténtica política de Estado es la política exterior. Los intereses partidistas pasan -o deberían pasar- a un segundo plano y prima el interés de la nación, que siempre hay que medir en el largo plazo.
El presidente Sánchez ha estado quizás demasiado ocupado en la política doméstica y en domesticar a su socio de Gobierno y no ha prestado demasiada atención a este aspecto fundamental de la política. No hay más que repasar sus discursos en el Congreso para comprobar que nunca ha marcado prioridades, ni las líneas maestras de nuestra relación con el mundo, más allá de las generalidades y obviedades de nuestra pertenencia a Europa y nuestros vínculos con Latinoamérica.
Para analizar el papel de España en el conflicto que tiene en vilo al mundo y que puede desembocar en una guerra en Europa, con un más que probable ataque de Rusia a Ucrania, hay que tener en cuenta esa falta de perspectiva del presidente, que le hace actuar con un oportunismo un tanto infantil.
La elección de Arancha González Laya ya fue un síntoma de que Sánchez no le daba demasiada importancia a Exteriores. González Laya fue recomendada por Nadia Calviño, que sí es un peso pesado en el Gobierno, pero su trayectoria como experta en comercio internacional no justificaba ni de lejos su nombramiento. La llegada de tapadillo del líder del Polisario Brahim Ghali a España, con ribetes delictivos que investiga la Justicia, provocó una crisis diplomática con Marruecos que aún está por solventar, y a ella le costó el cargo.
A González Laya la sustituyó el pasado mes de julio José Manuel Albares, que era secretario general de Asuntos Internacionales y Seguridad Global en el Gabinete del presidente. Al menos es diplomático y fue embajador de España en Francia.
Albares se encontró con el marrón del conflicto con Marruecos y situó su resolución como prioridad de su Ministerio. Recordemos que en 2020, Estados Unidos (bajo la presidencia de Donald Trump) reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sahara, que España no acepta y que es la causa fundamental de la tensión con nuestro vecino del sur.
Marruecos se siente fuerte y cree que puede doblarle el pulso a España, que ha mantenido su apoyo a la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU del 29 de abril de 1991 para una solución negociada del conflicto que enfrenta al Polisario con el reino alauí.
El pasado 18 de enero Albares se entrevistó en Washington con el secretario de Estado norteamericano Antony Blinken. En el encuentro, Albares arrancó a su homólogo el compromiso de "unir fuerzas" para encontrar una solución al conflicto del Sahara, que conduzca a la normalización de relaciones con Marruecos, cuya embajadora fue llamada a consultas tras el incidente de Ghali y aún no ha regresado a Madrid. Sánchez ha implicado incluso al Rey en el intento de recomposición de relaciones. El lunes, 17 de enero, Felipe VI animó a Marruecos a "caminar juntos", pero todavía Mohamed VI no ha movido ficha
EEUU mira con desconfianza a Sánchez porque aún no ha olvidado que fue un presidente socialista el que abandonó Irak en un momento difícil. Tampoco es un aval que haya ministros en el Gobierno (UP) que no sólo defiendan el "No a la guerra", sino que sean abiertamente antinorteamericanos
En la reunión con Blinken, Albares puso sobre la mesa el apoyo decidido de España a "la integridad de Ucrania". Era un do ut des en toda regla: tu me ayudas con Marruecos y España se vuelca en el apoyo a la acción de la OTAN frente a Rusia.
Dos días después de la visita de Albares a Washington, la ministra de Defensa, Margarita Robles, informaba del envío de la fragata Blas de Lezo al Mar Negro y admitía la posibilidad de despliegue aéreo en Bulgaria, lo que desató las críticas de Podemos y la irrupción en el debate de Pablo Iglesias con la consigna del "No a la guerra".
Durante el domingo pasado, el presidente conversó con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, y con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para corroborar el compromiso de España con la Alianza Atlántica. Moncloa distribuyó a los medios, al margen de la información sobre esas conversaciones, unas fotografías en las que se veía a Sánchez en mangas de camisa hablando por teléfono y con cara de preocupación.
El presidente -no es la primera vez que esto pasa- le había cogido el gusto a sentirse parte de la historia.
La realidad no tardó en enfriar sus expectativas. El lunes, justo unas horas después de distribuirse las fotos mencionadas, el presidente Biden convocó una video reunión de urgencia a la que fueron convocados Von der Leyen, Stoltenberg, el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; el presidente francés, Emmmanuel Macron; el canciller alemán, Olaf Scholz; el primer ministro italiano, Mario Draghi; el primer ministro británico, Boris Johnson, y el presidente de Polonia, Andrzej Duda. No, el presidente español no fue convocado. ¡Cuánto hubiera dado Sánchez por asistir, aunque fuera por Zoom, a esa reunión en la Situation Room!
La decepción en Moncloa era más que palpable ayer. El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, compareció ante las cámaras de TVE para dar explicaciones y afirmar que "España está en el centro de las decisiones". La ministra Portavoz, Isabel Rodríguez, se sacó de la manga la excusa del "formato". Pero el golpe al orgullo presidencial ha dejado su huella.
La confianza en política exterior no se gana de la noche a la mañana ni con el simple gesto de ser los primeros en mostrar disposición al envío de tropas.
Por mucho que Sánchez se muestre ahora como un atlantista convencido, para Estados Unidos es el dirigente de un partido que no sólo defendió el "No a la guerra", sino que abandonó la misión en Irak en un momento crítico tras la llegada de Rodríguez Zapatero -el mismo que no se levantó frente a la bandera norteamericana- a Moncloa. Eso es difícil de olvidar.
Rodríguez Zapatero echó por tierra una relación construida durante largo tiempo por Aznar porque, para el líder socialista era más importante cumplir el compromiso con sus votantes de retirar la tropas, que, por cierto nunca entraron en combate, que respetar los compromisos internacionales. Es una opción. Legítima, por supuesto. Pero esas decisiones tienen un coste.
Sánchez no sólo es víctima de la historia reciente de su partido en relación con Estados Unidos, sino que en su propio Gobierno alberga a unos partidos (UP) que, además de oponerse a la guerra, son abiertamente anti norteamericanos. Nadie duda de la disposición de la ministra de Defensa y probablemente tampoco deberíamos cuestionar el pro atlantismo de Albares, pero aún no sabemos lo que opina la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, de la posible intervención de España en un eventual conflicto en Ucrania.
La intervención del ex vicepresidente Iglesias en un mitin en Valladolid el pasado fin de semana, en el que volvió a desenterrar el lema del "No a la guerra" no ha ayudado, sino todo lo contrario. Podemos ha hecho saber que votaría en contra si el envío de tropas se debate en el Congreso.
El presidente no puede sorprenderse por no haber sido convocado a la reunión de la Situation Room (por cierto, como llama a su columna en La Vanguardia Iván Redondo). Los recelos de Estados Unidos siguen existiendo.
Sánchez, si de verdad se cree que la política exterior es una política de Estado, debería haberse reunido con el líder de la oposición para informarle y pactar con él los pasos que tiene que dar España en las próximas semanas. Seguramente, Pablo Casado le hubiera dado todo su apoyo.
Sin embargo, el presidente piensa -como en su día hizo Zapatero- que la política exterior no es más que un instrumento para su política doméstica, que consiste en ningunear sistemáticamente a Casado, con el que lleva sin reunirse año y medio.
También se equivoca Sánchez si cree que el envío al Mar Negro de la Blas de Lezo le va a facilitar una invitación de Mohamed VI a Rabat. Para Marruecos la llegada a España de Ghali vulneró un acuerdo tácito que consistía en un alejamiento paulatino respecto a las posiciones del Polisario.
Toca, por tanto, esperar y confiar en que la constancia que Sánchez aún no ha demostrado en su acción política haga variar la posición de Estados Unidos y vuelva a considerarnos de verdad como un socio fiable.
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