El SARS-CoV2 sacudió los cimientos de la sociedad. La rápida expansión del virus hizo que gobiernos de todo el mundo decretaran confinamientos estrictos, toques de queda y cierres generalizados, especialmente durante la primera ola de la epidemia.

La curva se doblegó aunque ningún país ha podido evitar después las siguientes olas del virus. A posteriori, el debate está servido entre aquellos que apostaron en su día por medidas más estrictas y quienes creyeron que se estaban limitando demasiado las actividades en detrimento de la economía.

Sobre este asunto acaba de publicar un análisis la Universidad John Hopkins de Estados Unidos (conocida por la publicación de datos sobre la pandemia) un análisis desde su revista Estudios de Economía Aplicada.

Los investigadores Jonas Herby, consejero del Centro de Estudios Políticos de Copenhague (Dinamarca); Lars Jonung, profesor emérito de Económicas en la universidad sueca de Lund y Steve H. Hanke, codirector del Instituto John Hokins de Economía Aplicada, Salud Global y el Emprendimiento. Los autores han revisado más de un millar de estudios hasta julio de 2020 y seleccionado 24 para, a través de un metaanálisis, evaluar el efecto del confinamiento y otras restricciones en la reducción de la mortalidad.

El estudio concluye que "El análisis no logra confirmar que los cierres hayan tenido un efecto grande y significativo en las tasas de mortalidad" y cifra el efecto medio de estos cierres (internos o limitación de movimientos) en estudios de Europa y EEUU en un 0,2% respecto a políticas basadas en recomendaciones. Por otra parte, los confinamientos duros (en domicilio) redujeron la mortalidad un 2,9% según este análisis.

El análisis hace referencia a los estudios que miden el efecto de restricciones específicas, como mascarillas, cierres de negocios no esenciales o limitación de reuniones. Concluye que el mayor impacto fue el del cierre de negocios no esenciales "probablemente relacionado con el cierre de bares". La reducción que estiman es del 10,6%.

Este análisis no coincide con un estudio publicado en Nature en junio de 2020 que cifró en tres millones las muertes evitadas en Europa durante los confinamientos y alrededor de 450.000 las correspondientes a España. La misma revista publicaba otro estudio del efecto concreto de las y restricciones y cifraba hasta en 500 millones el número de infecciones que habían evitado hasta el 6 de abril de 2020 (desde el inicio de la pandemia) a través de 1.700 intervenciones en seis países, China, Corea del Sur, Italia, Irán, Francia y Estados Unidos.

Los investigadores concluyen que los cierres no han sido efectivos para reducir la mortalidad “al menos durante la primera ola” y lo achacan a cuatro factores principales. En primer lugar, consideran que la gente responde mejor a las recomendaciones que a las restricciones obligatorias y se refieren, por ejemplo, a un análisis de Herby que concluye que los cambios de comportamiento voluntarios son 10 veces mayores que los obligatorios.

En segundo lugar, creen que las restricciones solo pueden regular una parte de los contactos potencialmente de riesgo y que en países como Dinamarca, Finlandia o Noruega tuvieron éxito en contener los fallecimientos bajos a pesar de permitir a la gente ir a trabajar, viajar en transporte público o tener encuentros en casa durante el primer confinamiento.

Los investigadores argumentan en tercer lugar que si bien los cierres tienen éxito inicial reduciendo la expansión del Covid, luego provocan un efecto contrario porque al caer el riesgo percibido la gente cambia su comportamiento. Y por último, el estudio apunta a otras consecuencias como que el aislamiento ha limitado el acceso de gente a lugares seguros como playas o parques y empujado a lugares más peligrosos en interior.