A Joan Margarit (Lleida, 1938- Barcelona, 2021) la muerte le había avisado con el tiempo suficiente para no temerla demasiado. Le dejó despedirse, colocar, organizar, asumir que se iba y pensar qué quería dejar. Murió hace un año, el 16 de febrero del 2021, con su último libro de poemas a falta de una última revisión. Hablando de la vida, de la pérdida y, como siempre, de la poesía.
Porque aunque las matemáticas, la arquitectura y la música le ocuparon gran parte de su tiempo fue la poesía la que lo llenó todo y a la que dedicó su vida. Una vida que empezó dando señales de tragedia. "Todo estaba previsto en mí para que todo saliese mal", cuentan que decía bromeando a sus amigos el que fue niño de posguerra y el que vio la muerte demasiado pronto y en alguien demasiado joven.
Nadie ha madurado sin haber sufrido ninguna conmoción, ninguna pérdida ni ninguna angustia"
También el que hablaba en catalán cuando el franquismo decidió que todos debían hablar "en cristiano", el que pertenecía al bando de los vencidos y vivía en una casa con el miedo a flor de piel. "Nadie ha madurado sin haber sufrido ninguna conmoción, ninguna pérdida ni ninguna angustia, y los buenos poemas muestran siempre lo importante que es la experiencia del dolor", aseguraba él.
Quizá ese miedo que cogió, después de que un tipo uniformado le diese un capón en plena calle por hablar en catalán, le llevó a prescindir de su lengua materna para escribir poesía. Su primer libro, Cantos para la coral de un hombre solo, lo publicó con 25 años y le siguieron Doméstico nací (1965), Crónica (1975) y Predicción para un bárbaro (1979). Fue en 1981 cuando le hacen ver que aquella no es del todo su voz.
Fue gracias a una conversación con su amigo, el poeta y escritor, Miquel Martí i Pol en la que este le dice que por qué no usa su lengua materna para escribir. Margarit alega falta de gramática, "nadie me enseñó a escribir bien en catalán, solo en castellano" pero Martí i Pol le asegura que su poesía ganará tanto que las faltas de ortografía serán pasadas por alto.
L’ombra d’altre mar fue su primer poemario en catalán. Del que años más tarde diría: “Toda catedral se construye a partir de una cripta y ahí estaba la mía. Yo empecé a escribir a los 16 años, pero hasta los 40 no alcancé mi propia voz: ningún gran poeta lo ha sido si no ha escrito en su propia lengua”. Y desde entonces no dejó de usarla, se había encontrado y no quiso volver a perderse.
Su poesía sale de heridas, que «también son un lugar donde vivir», de pérdidas como la de su hija, «salvada del dolor del mundo»
Pero se ganó así la enemistad de unos y de otros. Unos le tachaban de traidor, otros de nacionalista y él se sometió sólo a él mismo y a cómo quería contarlo. Su poesía no estaba limpia de política pero siempre estaba "llena de memoria". Era, es, clara y directa. Sale de heridas, que «también son un lugar donde vivir», de pérdidas como la de su hija, «salvada del dolor del mundo», y de la memoria, porque «ser viejo es que la guerra ha terminado./ Es saber dónde están los refugios, hoy inútiles».
A Margarit le enseñaron a escribir dos mujeres que no sabían leer. Su abuela y su hija Joana. La primera le educó en catalán, la segunda le mostró la vida, limpia y demasiado cruda. Su poesía sale de mirar a los otros, de no olvidar, del daño, del dolor, del ansia. De mirarse por dentro, también.
"La vida es absurda sin la poesía"
Murió dos años después de recibir el Premio Cervantes, del que muchos dijeron era un premio político. Murió después de un confinamiento que le dio 66 maravillosos poemas. Murió como uno de los pocos poetas que ha conseguido vender casi como un novelista. Murió hace un año el hombre que aseguraba que "la vida es absurda sin la poesía".
"Aquí estoy, escribiendo, protegido y rodeado/ por tanto tiempo juntos. Me iré amándoos./ Y algo mío intentará volver", reza uno de esos poemas que se quedaron sin revisar y que al poco tiempo se publicaron en castellano y en catalán.
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