«Quizá no podemos conocer las verdaderas razones de nuestro llanto. Quizá no lloramos por, sino cerca o alrededor» decía la poeta Heather Christle. O quizá sí. Porque hubo plañideras, lloronas, 'choronas', vocetrices, lastimeras o rezanderas que mucho antes de la capitalización del llanto, sin desestigmatizarlo, cobraron por hacerlo a lágrima viva y plenamente conscientes de sus razones: el sustento. Aquellas mujeres no lloraban por miedo, ni por alegría o tristeza, sino por mantenerse vivas y camuflarlo en un lamentar la muerte de alguien cuya alma, a través de aquellos sollozos, alcanzaría el descanso eterno. Aquellas mujeres vieron en su llanto un trabajo, y por dinero, se arrancaban mechones de pelo, rasgaban sus vestimentas y se golpeaban salvajemente a concurso de quién gritaba más al dolor: «Lloraban en los entierros por dinero. Su figura ha ido evolucionando, pero su llanto era desgarrador, y ellas formaban parte del 'status' del muerto, parecido a como cuando en la Guerra Civil quienes podían permitirse comer huevos, se manchaban la camiseta al hacerlo para demostrarlo», señala la escritora madrileña Sofía Guardiola (Madrid, 1998) en palabras para El Independiente, tras publicar su novela debut, Plañido.
«Plañido es una novela intimista y costumbrista en la que su protagonista, Teresa, una mujer de mediana edad que decidió quedarse en el pueblo, al contrario que la mayoría de sus vecinos de su misma edad, ve como su vida da un giro después de que una de sus antiguas vecinas le encargase trabajar como plañidera en el funeral de su padre».
Según los expertos, el origen de la práctica de las plañideras podría estar en Egipto, donde algunas mujeres siguieron el ejemplo mitológico de Isis, la diosa madre que lloró angustiosamente cuando murió su esposo Osiris, asesinado por su hermana Seth: «Eran como actrices trágicas que dramatizaban el dolor con gestos extremos. Actuaban como seres psicopompos, acompañando al difunto en el tránsito hacia el otro mundo. Cuando alguien fallecía en el Antiguo Egipto, la familia del difunto contrataba a unas mujeres para que llorasen e hiciesen público el lamento y dolor de la familia. En muchos casos la importancia del finado se medía por el número de plañideras que acudían al funeral».
Mito o realidad, las plañideras aparecieron desde entonces representadas en cerámicas o restos arqueológicos, y hasta en el Antiguo Testamento, la poesía y legado de Federico García Lorca, o la pintura religiosa de primitivos flamencos como Giotto o Van der Weyden: «Es una de las prácticas funerarias más antiguas, en las que la llorona se convierte en una profesional cuyo origen y evolución podemos rastrear desde los tiempos más remotos en multitud de representaciones artísticas».
La novela de Guardiola transcurre en la España vaciada, algo que le aporta una visión muy interesante, al acercarnos también a las vivencias de aquellos que decidieron quedarse en sus pueblos, «sin dejarse seducir por las supuestas mejores condiciones de las grandes ciudades. Ahora que el auge del teletrabajo y el interés por vivir en un entorno más natural han llevado a muchos a hacer el camino de vuelta, es especialmente enriquecedor contar con el punto de vista de alguien que nunca quiso despegarse de sus raíces».
En España, la figura de la plañidera fue habitual hasta mediados del siglo XVIII, cuando la Iglesia católica la erradico. Sin embargo, en 2009, se recuperó por la misma institución en la reciente crisis económica, considerándose una ayuda de alrededor de unos veinte o treinta euros por entierro para mujeres necesitadas: «España cuenta con una gran tradición en cuanto a plañideras se refiere. No me sorprende, porque somos una sociedad individualista y de apariencia. El servicio de estas mujeres era ese, aparentar y darle notoriedad al entierro. Cuanta más pesadumbre mostraran las doncellas, mayor se creía la tragedia de la pérdida», apunta la autora.
Y cierto es que las plañideras ya no se rasgan las ropas ni arrancan las cabelleras, hoy lloran discretamente bajo el seudónimo de choronas en Galicia o eristoriak en Euskadi, pero siguen siendo ellas, y no ellos, -lamenta Sofia-, las que lo hacen: «Podría haber escrito mi novela pensando en un hombre, pero Teresa es en muchos casos un reflejo de mi misma, de mis vivencias y, como mujer me era más fácil escribir sobre otra mujer. Además, la plañidera no es plañidero, es una figura estereotipada reflejo de lo que aún hoy podemos ver en la calle. Las mujeres muestran sus emociones porque tienen que mostrarlas, y si no se les cuestiona. Los hombres las esconden porque así se les ha enseñado a hacerlo».
La joven autora decidió escribir Plañido por el recuerdo de sus abuelos, tras distanciarse de ellos con motivo del confinamiento por la pandemia del coronavirus, e inspirada en las historias que le habían contado de pequeña. Sobre futuros proyectos, le gustaría seguir escribiendo pero insiste: «sin ninguna prisa».
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