La independencia de Cataluña ha logrado convencer a dos millones de catalanes de que sería una buena idea por la misma razón que Hello Kitty no tiene boca.
Este popular icono infantil lanzado en los 70 por una empresa japonesa fue diseñado sin una expresión concreta para que al mirarla cada uno pudiera proyectar sus propios sentimientos en ella. Kitty parece feliz cuando la gente es feliz y parece triste si quien la mira lo está. Cada uno ve en su ambiguo rostro lo que quiere ver.
La receta de la empatía prefabricada que ha convertido en superventas a esta gata rosa se parece mucho al marketing que los ideólogos del procés han volcado en sus reivindicaciones para una Cataluña independiente. Como nunca han concretado en qué consistía su proyecto de país, lo mismo se identifica con él un estudiante anticapitalista de la CUP que las élites adineradas de las de Convergència de toda la vida. Y por eso llevan años insistiendo en que esto no iba de números, sino de sentimientos, así cada uno podía volcar los suyos sin que estorbara la letra pequeña.
En la manifestación indepe del 10-O que esperaba en vilo las palabras de Puigdemont en las calles de Barcelona había jubiladas convencidas de que estaban a punto de vivir la proclamación de una República Catalana en la que sus pensiones serían más dignas; jóvenes con pancartas por el nou país que pondría fin al patriarcado y nacionalizaría la banca; y empresarios a favor de separarse de España porque así pagarían menos impuestos. ¿Cómo no van a querer independizarse de todo lo que les disgusta?
Los indepes llevan años insistiendo en que esto no iba de números, sino de sentimientos, así cada uno podía volcar los suyos
El president Puigdemont, al más puro estilo Hello Kitty, declaró esa misma tarde la independencia y también la suspendió. Así cada uno podía ver en su puesta en escena del Parlament lo que mejor le viniera. Los mercados remontaron porque interpretaron que el riesgo de de independencia se alejaba, y las organizaciones independentistas Omnium y ANC celebraron que la República estaba más cerca que nunca.
Sin embargo, desde el 1-O, los ideólogos del procés han abusado tanto de la indefinición que pueden arruinar la magia de la estrategia Hello Kitty. De hecho, el truco de esta obra maestra del marketing de laboratorio para haber triunfado durante cuatro décadas estampada en monederos, calcetines y joyas de Swaroski, ha sido dosificarse.
Por eso, de pronto, un día la imagen propiedad de la empresa japonesa Sanrio ya no se encuentra en las tiendas. Sin previo aviso, desaparece y se pasa tres o cuatro años de vacaciones. El sentimiento de escasez surte efecto y cuando vuelve al mercado recobra su tirón. La idea es que las niñas más pequeñas la descubran como novedad y a las mayores les despierte un sentimiento nostálgico muy útil para las ventas.
Abusar de la ambigüedad puede resultar perjudicial para el proceso independentista si la que esperaban que fuera la recta final de su proceso se alarga lo suficiente como para que sus filas les exijan que concreten el proyecto. Y no les va a ser fácil solucionar problemas tan concretos como la fuga de empresas (que asciende ya a 531 en dos semanas) o que ahora esté más claro que una hipotética Cataluña independiente quedaría fuera de la UE.
El procés va a intentar seguir vendiendo un sueño, por eso no quiere abrir la boca.
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