Pueden dos edificios construidos con cerca de cien años de diferencia pertenecer al mismo lenguaje estético? No sólo se puede, sino que según Matt Gibberd y Albert Hill deben, lo contrario sería “delito”. Estos historiadores del arte acaban publicar El Ornamento es delito (Phaidon), un viaje visual por la arquitectura moderna desde la Bauhaus hasta John Pawson.
El título de este volumen está inspirado en el discurso de Adolf Loos, uno de los fundadores de la arquitectura moderna -Ornamento es Delito- un provocador ataque de Loos a los recargados diseños de principios del siglo XX y el Art Noveau. “Los detalles decorativos solo podían satisfacer a los degenerados, aseguraba Loos. En su opinión el auténtico diseño tenía que ser fuerte, sin concesiones, ni adornos. Sus edificios como Villa Müller y La Casa Steiner eran económicos, funcionales y de una gran pureza formal”, explica Matt Gibber en el libro.
“Los edificios que aparecen en este libro, todos ellos de casas independientes, se han agrupado de acuerdo a una estética común y la ausencia deliberada de jerarquías para ilustrar, por ejemplo, como la casa de Yokohama, construida en 2012, comparte linaje moderno con la Maison Guiette de Le Corbusier, construida en Bélgica noventa años antes”, asegura Gibber.
Por ese motivo este recorrido visual por la arquitectura racional se ha hecho con un libro de fotografías en blanco y negro, para que sean las líneas de la arquitectura y las sombras del volumen los que marquen el paso del lector por el libro y a lo largo de cerca de cien años de arquitectura.
El volumen muestra una colección de trabajos de arquitectos magistrales del siglo XX como Arne Jacobsen, Le Corbusier, Mies van der Rohe, Frank Lloyd Wright, Marcel Breuer y Walter Gropius, y creadores contemporáneos como Snøhetta, David Adjaye, Sou Fujimoto, Tadao Ando y John Pawson.
En este viaje, se puede estar contemplando una de las case study houses de Los Ángeles, que marcaron la modernidad de la posguerra estadounidense, o una residencia privada de Alberto Campo Baeza de 2008, sin que medie, no sólo un ornamento superficial, ni si quiera otra idea que no sea la máxima de Le Corbusier: “una casa es una máquina para vivir”. Y en estas casas querríamos vivir todos.
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