Aunque quedan cuatro semanas para que el Congreso Extraordinario del PP aúpe a Alberto Núñez Feijóo (Orense, 1961) como su nuevo líder, nadie o casi nadie duda de que lo logrará sin oposición.
Pablo Casado creía, antes de las elecciones del 4 de mayo en Madrid, que el único rival que podía hacerle sombra si perdía las próximas elecciones generales era el presidente de Galicia y por eso Teodoro García Egea se encargó de montar una red territorial de fidelidad acreditada hacia su jefe. "Inexpugnable", presumía él. Pues bien, ahora tenemos a Núñez Feijóo a punto de entrar en Génova en olor de multitud. Aclamado incluso por los que le deben el cargo a las maniobras del defenestrado secretario general.
Estamos ante una nueva etapa. Hay un consenso general entre la militancia: Feijóo devuelve al PP a una cierta normalidad; su madurez y su capacidad de gestión son el bálsamo que necesita el partido hegemónico de la derecha para aspirar a derrotar a Pedro Sánchez en las próximas elecciones.
En cierto sentido, Feijóo se parece a Mariano Rajoy, y no es porque los dos sean gallegos. Comparten un perfil conservador: quieren un Estado fuerte, aunque, si es posible, sin subir impuestos. Nada que ver con el perfil liberal de Esperanza Aguirre o incluso de Isabel Díaz Ayuso, que defienden que cuanto menos Estado, mejor para los ciudadanos. Si alguien no lo ve claro, que compare la gestión de la pandemia en Galicia y en Madrid.
A pesar de esa coincidencia ideológica y metodológica y de su origen gallego, Feijóo y Rajoy no son amigos. De hecho, el presidente gallego no dio el salto a la política nacional en 2018, cuando todo el mundo lo daba por hecho, era el sucesor natural, porque el ex presidente del Gobierno no le respaldó e hizo campaña soterrada en favor de la que de verdad era su candidata, Soraya Sáenz de Santamaría. La ex vicepresidenta del Gobierno a la que, por cierto, Feijóo atribuye alguna campaña de imagen no precisamente favorable.
El de Orense va a tener manos libres para hacer su equipo. Pero, dado que su ascensión al poder ha venido precedida por un golpe de mano de las baronías, tendrá que pactar con los líderes autonómicos más fuertes la composición de su equipo. Juanma Moreno, seguro, tendrá mucho que decir en la nueva etapa. Con Díaz Ayuso, el otro peso pesado del PP, habrá una coexistencia pacífica. A ninguno de los dos les interesa entrar en una guerra. Madrid empujará a favor del nuevo presidente con toda su potencia. Al menos, hasta las próximas elecciones.
El nuevo PP, el PP de Núñez Feijóo, será el más autonómico de los que hemos conocido hasta ahora. No sólo porque él ha sido presidente de Galicia durante cuatro legislaturas, o porque los barones le hayan empujado a dar el salto a Madrid, sino porque ese modelo, menos centralizado de gestión, le permitirá hacer una política pragmática de pactos. Sabemos que Feijóo no quiere saber nada de Vox. Pero eso no le va a impedir darle luz verde a Fernández Mañueco para que éste, si lo necesita, pacte con Santiago Abascal para gobernar en Castilla y León. Pragmatismo, no lo olvidemos. Algo que es una constante en su forma de hacer política. Intentó acabar con los caciques gallegos, pero hubo uno que se le resistió en Orense (José Luis Baltar), y al final, ahí está su hijo José Manuel, al frente de la diputación.
La oposición que hará el próximo líder del PP será menos crispada, pero no menos contundente. Habrá pactos de Estado con el PSOE, pero, al mismo tiempo, no impedirá que los barones que lo necesiten pacten con Vox
Eso le restará fuerza, argumentan algunos. Sánchez lo utilizará contra él en unas elecciones generales. La respuesta a esa cuestión se la dio el propio Feijóo a Carlos Herrera el pasado jueves: "La izquierda no está legitimada para decirle al PP con quién tiene que pactar".
Hasta el momento, los únicos nombres que han salido a la palestra y en los que él ha tenido capacidad de decisión son los de Cuca Gamarra y Esteban González Pons. El primero tiene que ver con una cuestión práctica. El partido tiene que mantener, aunque sea de momento, a la portavoz en el Congreso. Gamarra, además, fue uno de los miembros del Comité de dirección del PP que se plantó ante Casado.
En cuanto a González Pons, ahí si que podemos percibir una apuesta de futuro por un perfil moderado y propenso al diálogo.
Sin decirlo abiertamente, lo que Feijóo está haciendo es una enmienda a la totalidad a la etapa de Casado. La apuesta ahora es por personas con más experiencia, que trabajen para recuperar las expectativas del PP y dispuestas a cerrar pactos de Estado con el PSOE.
Lo dijo Feijóo cuando aceptó formalmente su candidatura: "No vengo a insultar a Pedro Sánchez, vengo a ganar a Pedro Sánchez". El pasado jueves, en el programa de Carlos Alsina, el presidente de Andalucía subrayó ese mensaje: "Se consigue más con la miel que con la hiel".
González Pons me comentó el miércoles cuando le pregunté qué podíamos esperar en esta nueva etapa: "Tenemos que reconstruir el centro político, lo que implica reestablecer una relación de confianza entre el PP y el PSOE".
La recuperación de los 11 millones de votos que logró Rajoy en 2011 se ha convertido en un objetivo de máximos. Pero eso implica que Vox tendría que desaparecer del mapa. Algo imposible a medio plazo.
Un ex ministro de Rajoy me comenta a ese respecto: "Feijóo no tiene nada que ver con Vox. En Galicia ha conseguido que sea un partido irrelevante. Ahora bien, nunca insultará a Abascal, cosa que sí hizo Casado, porque sabe dónde están los votos que necesita para lograr la mayoría".
El hombre que dirigirá los destinos del PP aterrizará en Madrid con un partido deseoso de volver a ganar; con unos empresarios que le van a dar un voto de confianza por haber demostrado capacidad de gestión; incluso con un Gobierno que va a necesitar su apoyo en algunas cuestiones de calado, como, por ejemplo, la aprobación de medidas de emergencia para hacer frente a las consecuencias económicas de la guerra en Ucrania.
Ha levantado grandes esperanzas, pero Madrid no es Santiago de Compostela. Desde los sectores más recalcitrantes le tacharán de no ser suficientemente duro con Sánchez; desde la izquierda le culparán de no impedir los pactos con Vox; mediáticamente tampoco lo tendrá fácil. Llega, además, con el síndrome de la última bala. Cree que sólo tiene una oportunidad para demostrar que puede ganar a Sánchez. Y para eso no faltan ni siquiera dos años, si es que el presidente no adelanta las elecciones.
Pero esas son las dificultades lógicas a las que tiene que enfrentarse alguien que quiere gobernar España. Dificultades que no supo superar su antecesor.
Feijóo no nos va a dar grandes sorpresas. Es previsible; en eso también se parece a Rajoy. Pero seguro que lo que vaya a hacer será sensato. Y eso es algo que ahora necesita este país.
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