A Dora Maar (París, 1907-1997) la conocemos por y pese a Picasso. Fue una de las grandes fotógrafas vanguardistas, la que consiguió que André Breton posase para ella cuando él siempre lo había considerado una tontería, la que militó en Contra-Ataque (un grupo antifascista) y murió enseñando en sus estanterías Mi lucha, de Hitler. Fue considerada y valorada en el movimiento y también fue la que inmortalizó el proceso creativo del Guernica, la que le enseñó a Picasso como la guerra estaba masacrando a su país, la que le mostró las imágenes de aquel pueblo vasco en ruinas y la que le calentó la cabeza para que se implicase. Y pasó de todo aquello a convertirse en La mujer que llora con apenas 30 años y hasta su muerte con 89.
Su vida ha sido contada muchas veces, siempre con esa sombra cubista tapando casi todo. Ahora la escritora francesa Brigitte Benkemoun lo hace de otra manera, a través de sus amigos, de su familia. A través de su agenda.
Hace unos años Benkemoun le pidió otra pequeña agenda Hermes a su marido por eBay, él había perdido la suya y estaba obsesionado con conseguir una igual. Les costó encontrar justo ese modelo que era de mediados del siglo pasado y cuando por fin la tuvieron en casa la sorpresa fue mayúscula.
El anterior dueño había eliminado el recambio pero se había olvidado unas pequeñas páginas en uno de los bolsillos. Era una libreta de direcciones, escrita con una letra preciosa y delicada. Todo normal hasta que empezaron a leer los nombres que el dueño o dueña tenía en su lista de contactos.
André Breton, Brassaï, Éluard, Lacan, Cocteau, Balthus... los números de teléfono y las direcciones de los grandes artistas del surrealismo, todos juntos, se encontraban en aquellas páginas. Benkemoun no pudo dejar de leer y leer aquel directorio y acabó obsesionándose con el dueño. ¿Quién sería? Tenía que ser uno de ellos.
Estuvo tres meses preguntando, enviando correos, llamando por teléfono hasta que tuvo la certeza de que se trataba de Dora Maar. "La agenda data de 1951, están todos menos Picasso, porque cuando acabó la relación ella no volvió a apuntar su dirección ni su teléfono", explica.
Y empezó a tirar del hilo. "No era un personaje que antes de todo esto me fascinase pero después, claro, acabé por saber absolutamente toda su vida", recuerda. Una vida que tiene un antes y un después en Picasso y que recorrió subiendo y bajando estados de ánimos intensísimos y que ahora Benkemoun ha convertido en En busca de Dora Maar. una artista, una libreta de direcciones, una vida (Taurus).
Dora Maar nació en Francia pero pasó en argentina casi los primeros 20 años de su vida. Cuando volvió con 23 a París, Europa le pareció el paraíso. Ella, con una cámara como tercer brazo, se interesó rápidamente por el movimiento surrealista y por sus integrantes. Comenzó a visitar los cafés donde se reunían, a leerlos con voracidad, a revisar a los clásicos, a empaparse aun más de lo que ya estaba.
Sus fotografías impresionaron a muchos de los hombres que formaban el movimiento y pronto se la trató como a una más de ellos. Expuso muy rápido, se reinventó, se posicionó políticamente (gracias a una amiga que hizo durante aquellos años, Jaqueline Lanba, que sería la mujer de André Breton) y se esfumó casi en segundos. "La admiran, les gustaba lo que hacía y la asumieron como suya", apunta Bernkemoun.
Iba poco a poco acercando el filo cada vez más al guante que la cubría hasta que empezó a salir sangre"
Uno de los últimos en conocerla fue Picasso, que se la encontró en un café. Estaba sentada sola y jugaba con una navaja entre sus dedos. Iba poco a poco acercando el filo cada vez más al guante que la cubría hasta que empezó a salir sangre. Cuentan que el pintor enloqueció, ¿quién era aquella mujer? Que se enamoró al segundo. Hablaron, dicen, un buen rato y Picasso se llevó el guante en el bolsillo de su pantalón. Tardaron muchos años en conseguir separarse.
Ágil, listísima, bellísima; Maar impactó en el cubista como una bala. Incluso en este libro se juega con la posibilidad de aquella perfomance masoquista estuviese preparada para atraer al pintor que se pasó años con ella en la boda. "Dora dice que... Dora piensa que... Dora ha hecho...", era gran parte de la conversación que él mantuvo con sus amigos al principio de la relación. Y ella también enloqueció, se enamoró al instante de la genialidad y la personalidad del pintor la atrapó en segundos.
Ambos se admiraban. Él se quedó abrumado con su conciencia política, por sus fotografías, por todo lo que sabía siendo tan joven. Al principio hasta trabajaron juntos bajo el nombre de Picamaar con algunas planchas, salían siempre de la mano, vivieron aquel París con una pasión desenfrenada y, de repente, comenzó el calvario. Como explica Benkemoun, "él nunca había estado con una mujer tan inteligente y con tanto talento. Al principio le encantó, presumía de ella, pero al cabo del tiempo acabó cansándole. Le cansó la atención que recibía".
Dicen que él no trató nunca tan mal a otra mujer. Que aquel desgaste constante al que sometió a Dora no era su modus operandi pero la realidad es que la acabó destrozando. Picasso pasó de endiosarla a decirle que la fotografía era un arte menor (algo asentado por todo el panorama artístico en aquella época). A manifestar más admiración por otras mujeres, a machacarla psicológicamente y cuando ya la tenía casi destruida llegó el encargo del Guernica.
"Maar tuvo la suerte y la desgracia de encontrarse con Picasso. Tuvieron una relación extraña, el biógrafo de Picasso me dijo que tenían una relación sadomasoquista. No lo sé. No quiero quitarle culpa a Picasso de ningún modo. Ella era compleja pero se diluyó en él", argumenta la autora del libro.
Fue ella quien se pasó semanas enseñándole como estaba España. Le mostró imágenes del conflicto, su absoluto desacuerdo con Franco, su odio al fascismo, la necesidad de involucrarse, de que no quedarse sólo como observadores. Dicen que aquellas imágenes en blanco y negro fueron las que llevaron a Picasso a las tonalidades que hoy venos en el famoso cuadro. También, que fue la primera vez que permitió que alguien le fotografiase mientras trabajaba.
Se pasaron semanas trabajando juntos e incluso las imágenes que ella iba sacando del cuadro le ayudaban a él a continuar. Dicen que las últimas pinceladas del caballo son de Dora y que ella vivió aquella etapa como una simbiosis artística con Picasso. Sintió, al final, que el proyecto era de ambos pero cuando el Guernica estuvo terminado, él ya la había abandonado aunque no se lo dijo hasta más adelante, cuando comenzó su relación con Francoise Gilot.
Dora Maar era tan fuerte como frágil y le vino una ola de mala suerte. "Acaba rompiéndose. Ella tenía una gran relación con Jaqueline Lamba, a la que conoció mucho antes de su boda con André Breton, y su amiga siempre le decía que era demasiado sumisa", explica la autora que también añade que se le juntaron un par de quiebros. "Se murió la sobrina de Jaqueline, a la que Dora adoraba, se murió su madre mientras hablaba con ella por teléfono y se dio cuenta de que no podía tener hijos. No creo que fuese una mujer muy maternal pero Picasso si que le daba mucha importancia a los niños y ella era incapaz de darle mientras que su otra amante (Marie-Thérèse,) le había dado una niña, Maya", añade.
Pero lo que la fulminó fue cuando Picasso no volvió. Se recluyó en su casa durante mucho tiempo y aunque consiguió poco a poco salir de la depresión, volvió a caer con cierta asiduidad. "Se metió en su apartamento, con los picassos que él le había regalado, y se dedicó a pintar y pintar. Casi como una obsesión. No veía a nadie, más que a un cura, y así se pasó muchos años, carteándose con pocas personas, relacionándose con casi nadie y con él constantemente en la cabeza", explica Benkemoun.
Durante los últimos años de su vida la descubrió, tal y como cuenta la autora francesa en este libro, el galerista Marcel Fleiss. Supo que estaba viva cuando expuso algunas de sus obras porque ella le llamó para decirle que eran falsas (al final tuvo que confesar que si que eran suyos). Fleiss acudió a su casa, y la describió como lo más parecido a la de un enfermo de diógenes, donde se encontró Mi lucha presidiendo la librería. Después de varias visitas consiguió entablar cierta amistad con ella.
Dora ya tenía 80 años y le quiso vender sus fotografías a un precio altísimo. "Soy tan buena como Man Ray por lo que valen lo mismo que las suyas", le aseguró. Sólo la vio una vez fuera de su casa. "De incógnito, con peluca, con varios abrigos puestos uno encima del otro", aseguraría. En aquellos años ya no dejaba ni entrar al cura a su casa.
Murió en 1997, dejando una herencia de 2,3 millones de euros y con sus picassos escondidos sólo para ella. "Sólo vendió uno a lo largo de toda su vida y por necesidad. Muchos lo intentaron, le ofrecieron buenos tratos pero siempre se negó". Como dijo Maar, "después de Picasso, solo Dios".
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