Hay pasados que no dejan de golpear el presente. Una y otra vez, un día tras otro. Unos lo hacen con dolor, son los que tienen peor consuelo. Otros, con el peso de la mala conciencia deambulando como un fantasma negro, como una sombra que acompaña inseparable y que recuerda la deuda pendiente. Algunas se pueden saldar con la justicia, pero no con uno mismo. En ocasiones bastaría con un 'lo siento', con un 'no debimos hacerlo'. Pero el tiempo ha transformado algunas palabras en losas demasiado pesadas.
La violencia genera con frecuencia todas estas situaciones. El terrorismo en Euskadi lo hizo y aún hoy lo sigue haciendo. Hace una década que ETA ya no está, pero el rastro que dejó no se ha logrado cubrir, ni siquiera con el manto que en una suerte de página pasada el hastío social ha impuesto.
Dicen que son pocos los que llegan al cielo, que antes, para la mayoría les queda el purgatorio. Es la última oportunidad que tendrán para salvarse, la antesala para quienes merecerían un infierno por sus tropiezos en vida. El periodista vasco Jon Sistiaga (Irún, 1967) conoce muchas ‘almas’ oscuras que merecerían un infierno, pero viven aún confiadas en salvarse tras su paso por el purgatorio. Algunas de ellas aparecen en su primera novela, ‘Purgatorio’ (Plaza&Janes). En ella un terrorista, convertido ahora en un reconocido restaurador, decide confesar el secuestro y asesinato que cometió 35 años atrás y que aún sigue sin resolverse. Pondrá una sola condición, que el agente que le torturó también confiese su pasado, “te cambio mi pasado por el tuyo”, le ofrece Josu Etxebeste, el antiguo miembro de la banda al que un día buscó y que ahora reaparece en su vida. El comisario de policía también se enfrentará al dilema que oculta su pasado.
En ese pulso, su entorno en la banda, que ya se ha asentado en la Euskadi postconflicto y lo ha hecho sin mácula de su pasado oculto, teme que pueda delatarlos, que la cómoda impunidad en la que ahora viven tenga los días contados. Ellos no están dispuestos a confesar. El tercer pilar de ‘Purgatorio’ lo representan las víctimas. Alasne, la hija de Imanol Azkarate, el empresario secuestrado y asesinado, y cuya herida necesita ser cerrada, incluso con un encuentro cara a cara con el asesino de su aita.
El peso del pasado
En ‘Purgatorio’ (Plaza & Janés) Sistiaga explora la situación en la que han quedado muchos de quienes protagonizaron aquellos tiempos dolorosos. Una historia de arrepentimientos, de heridas abiertas y dolores imposibles de reparar. Un relato de corazones rotos, resquebrajados y de piedra. De quienes aún lo tienen sumido en el dolor por no conocer la verdad, de quienes la poseen pero no están dispuestos a revelarla y quienes el paso del tiempo ha hecho insoportable guardar por más tiempo ese secreto.
En su larga trayectoria profesional Sistiaga ha tratado con secuestradores, asesinos y terroristas. A unos les movía su lucha patriótica, a otros la imposición religiosa más extrema o simples objetivos económicos. Los ha encontrado en Bagdad, en Belfast, en Kabul o en Colombia y “todos han utilizado la violencia porque alguien les convenció para hacerlo”. También en Euskadi muchos están hoy atrapados en su purgatorio vital, en ese punto en el que los hechos de su pasado siguen golpeando la conciencia. Un pasado sin resolver, sin saldar, que revive cada noche, cada aniversario.
Sistiaga recuerda los años en los que se cometieron aquellos crímenes que aún hoy siguen pendientes. Aquella sociedad gris de funerales, silencios y proclamas, de conciertos juveniles que aupaban a los violentos, de manifestaciones por la paz sin seguidores y de marchas multitudinarias para arropar terroristas que coreaban “¡ETA má-ta-los!” al paso de comisarías y cuarteles.
Junto a quienes dispararon, amenazaron y secuestraron, en el purgatorio de la ‘Euskadi en paz’ también conviven hoy quienes pasaron líneas rojas que juraron respetar, las leyes: “¿Es posible ser un exasesino? ¿Tienen derecho a volver a su pueblo? ¿Basta con haber cumplido la condena y salir en libertad?”, se pregunta el periodista vasco. “Creo que no, tienen una deuda moral que también se debe saldar”. La reparación también la ve necesaria entre quienes combatieron la violencia saltándose la ley, quienes practicaron la tortura: “No sé si es un tabú, pero lo cierto es que aún no se habla de este tema, de la violencia ejercida por ciertos elementos de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y que también conviven entre nosotros en cuarteles y comisarías. Además, están amparados por la Ley de Secretos Oficiales de 1968…”.
Falsa normalidad
Un País Vasco en la que unos intentan vivir como si nada hubiera ocurrido y otros esperan que alguien les dé un porqué, un quién o un para qué: “Hoy en Euskadi se vive una falsa normalidad. Existe la idea de que cuando regresan de prisión tras haber cometido crímenes atroces ya han pagado y ya está. Además, había tantas ganas de acabar con esto que dijimos, venga, pues se ha disuelto y ya está, se ha acabado. No, la normalidad no debería ser así. He visto en otras sociedades que han sufrido fenómenos violentos y si no se hace bien un acto de contrición necesario la cosa nunca se cierra bien”.
En ‘Purgatorio’ Sistiaga plantea una historia en la que terroristas, policías y víctimas se cruzan, cada una con circunstancias bien distintas. Una sociedad en la que unos y otros “caminan por las mismas calles, compran en los mismos supers y llevan a sus hijos al mismo colegio”. Una normalidad en la que se arrinconan las asignaturas pendientes de la resolución de más de 300 crímenes, el peso de la “cartografía” marcada por tantas décadas de violencia que describe pueblos y rincones por los atentados que padecieron o una “arqueología terrorista”, como la define Sistiaga, y que conforman los innumerables ‘zulos’ ocultos en la compleja orografía vasca y del suroeste de Francia.
Realidad en la que la convivencia desigual la describe incluso entre los propios terroristas y quienes les respaldaron, quienes en esta Euskadi en paz recuperaron la libertad tras años de cautiverio y quienes, pese a dirigir, ordenar y justificar sus crímenes, nunca apretaron un gatillo ni pisaron una prisión pero animaron a muchos a hacerlo, a cruzar la línea: “Como en toda actividad terrorista había clases: los que se manchaban las manos y los que dirigían. Los que mandaban matar, los que escribían artículos en periódicos justificando los actos. Esos ‘intelectuales’ siguen perteneciendo a la sociedad”.
Sistiaga asegura que en su novela no intenta hablar de ETA. Su objetivo pasa por poner el foco en “las muchas cosas que quedaron sin resolver”. Un paso adelante hacia la reparación que recorre la novela y que echa de menos en la demanda social actual: “Hace falta un proceso de reconocimiento de los errores cometidos de los que practicaron esa violencia. Tienen que decir que fue un error, que muchos fueron engañados, que creyeron que esa era la única solución. No sé si la palabra debe ser condena, perdón o arrepentimiento, pero para muchas víctimas ese paso, con decir que lo sienten les bastaría”.
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