Mario Draghi recibió a Pedro Sánchez la semana pasada y lo llamó Antonio. No fue como si llamara Antonio a un presidente que no se llama Antonio, sino como si llamara Antonio a un camarero que no se llama Antonio. “Grazie, Antonio”, le dijo con tono de soltarle la propina muy ceremoniosamente, como unas arras de boda de folclórica. “Gracias, Antonio”, repitió la traductora, cosa que lo hacía más ridículo o quizá más serio, como si esa segunda vez se convirtiera ya en bautizo oficial. El presidente que no se llama Antonio no dijo nada, como los camareros que no se llaman Antonio, claro. Igual que Draghi lo confundía con el camarero, en la cumbre de la OTAN lo confundieron con el aparcacoches, que es lo que parecía Sánchez en la foto, el último ahí al fondo a la derecha, donde la puerta de los contenedores. El presidente se diría que tiene el nombre intercambiable de la gente intercambiable. Yo creo que Pedro Sánchez no es que se llame Pedro o Antonio, sino que se llama como tú quieras.
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