Feijóo sube en las encuestas como en una especie de escalera mecánica, o sea sin moverse demasiado él, simplemente estando ahí, con su pinta de señor con paraguas (Rajoy también la tenía) llevado por su reloj de bolsillo como por un antiguo tranvía. Feijóo ha dicho algunas obviedades, ha rebatido con cara de regañón el truco sanchista de esos cordones sanitarios que sólo valen para el PP, y se ha abstenido de aparecer junto a Abascal, junto a Vox, seguramente porque el pacto en Castilla y León le parece legítimo pero también radiactivo, y la radiactividad no se para con un simple paraguas. Feijóo se mantiene lejos de polémicas y lejos de las Cortes experimentales y fisionables de Castilla y León, usando su fondo de armario de paraguas y de sombreros de señores con paraguas, o sea bajada de impuestos y seriedad de cobrador de tranvía, y con eso va subiendo. Se diría que el PP no es que necesitara a Feijóo, sino que bastaba con que se fueran Casado y Egea y su oscura hermandad de tunos que se creían de Skull & Bones.
El PP casi empata con el PSOE, Feijóo ya es el más valorado y la mayoría lo ve como el próximo presidente, según la encuesta de Sigma Dos en El Mundo. Feijóo apenas ha hecho nada, sólo poner en hora su reloj programático, gótico, lento y grueso, con corona de caja de caudales, y colocar sus hidalgos gallegos y andaluces con peana. O sea, disponer todo el partido como si fuera una plaza con campanario y Sancho Panza, una plaza que funciona sola, con motorcito de las sombras del día, como los funcionarios de la plaza del ayuntamiento. No parece mucho, y no lo es, pero Feijóo cuenta con que sea suficiente un partido que no se sabotee a sí mismo, más un Sánchez quemado como una María Antonieta de museo de cera quemado, a la vez penoso y terrorífico. Feijóo cree que no necesita arriesgar, salvo en el pacto con Vox, claro, pero eso no es una decisión estratégica sino una necesidad. Otra cosa es que la necesidad pueda utilizarse como estrategia.
Feijóo sube y quizá es por lo que hace, o quizá es por lo que no hace, o quizá da igual lo que haga viendo lo que hay al otro lado
Si se dan cuenta, Feijóo ha sacado a Ayuso de la actualidad dándole lo que quería, su congreso y sus llaves de gobernanta con candelabro. La novia de Chaplin, de Manolete, de la Movida y de España ya no sale en El Hormiguero con ojos, cueros y crucifijos de Madonna, ni en los botellines como si fuera la Gradisca (hay una cerveza inspirada en el personaje de Amarcord). Mientras Feijóo parece que sólo se ha montado en los postulados más suaves y rodantes del PP, como en el tranvía de funcionario de cafetín que decíamos, resulta que ya nadie habla de Ayuso, ahora reducida a una figura como de sereno madrileño, con su capote de casticismo y su utilidad de corto alcance, o sea su cabotaje de farolas municipales. Casado hubiera conseguido lo mismo, claro, pero él andaba empeñado en una venganza universitaria y Feijóo sólo anda empeñado en que las campanadas suenen cada ahora, que es lo que da ritmo y paz al partido o al país. Quiero decir con todo esto que quizá Feijóo esté pensando hacer lo mismo con Vox, anularlo dándole lo que quiere, o al menos parte, y todo sin soltar el paraguas.
Los de Vox hasta ahora son guerreros de mesón, flamencas o toretes de televisor, patriotillas de panoplia y curitas o curazos como de Agustín González, y se lo pueden permitir porque aún no han tenido que hacer nada más que trinchar al enemigo con espadón y ensalada, tocar las castañuelas con zancos y prometer grandeza, pureza y otras virtudes españolas teologales, falsas, zaragozanas y ceceantes. Gobernar ya será otra cosa, a ver qué hacen en los gobiernos autonómicos los que no quieren autonomías, o a ver qué hacen con la lógica y con la seriedad institucional los que argumentan que la violencia no tiene sexo pero sí nacionalidad. A Vox tiene pinta de pasarle lo que a Podemos, que sólo funcionan como agitadores de balconcillo. El vicepresidentísimo Iglesias se aburrió y se fue, y los que quedan han hecho de sus ministerios fanzines de instituto o morcillas veganas, con lo que la gente les ha perdido el respeto y, sobre todo, les va negando cualquier utilidad. Como Podemos, el Vox maximalista sería inconstitucional y el Vox minimalista es sólo folclórico, que a ver para qué sirve eso. Ignorarlos un poco, dejarlos hacer otro poco, y quizá sea suficiente. O no, claro, que se dice en gallego.
Feijóo sube en las encuestas a pesar de que parece que no se mueve, con su cosa de viajante de tren expreso en la estación de Espeluy. Para no moverse, se diría que está consiguiendo bastante, aunque esto a uno le parece una trampa. Seguramente estamos atribuyendo intenciones y planes donde sólo hay casualidades e inercia, como pasaba con Rajoy. Feijóo no hace más porque cree que no hace falta o que es contraproducente, como el marrón de la guerra cultural (“cultural” es una palabra que algunos políticos creen que deben evitar, casi tanto como “matemático”). O quizá Feijóo no hace más porque ha decidido que lo mejor es no hacer nada o hacer poco, que las cosas caen por su propio peso y el populismo y el sanchismo ya han terminado su época como se terminó la de las mamachicho.
Feijóo sube y quizá es por lo que hace, o quizá es por lo que no hace, o quizá da igual lo que haga viendo lo que hay al otro lado. Quizá Rajoy le ha pasado a Feijóo su paraguas como un reloj o una estilográfica heredados, ese paraguas que plegado parece ciertamente una manecilla de reloj antiguo o un plumín de escuela de los maristas. Yo, qué quieren que les diga, ya estoy imaginando ese paraguas al lado del bolso de Soraya, como un paraguas de francés de diligencia al lado de un bolso de señorita de diligencia. O sea, que me parece que esta película de diligencias o tranvías o caballeretes ya la hemos visto.
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