Viste traje y corbata y es chatarrero. Sí, chatarrero a mucha honra. Es Ion Olaeta, el presidente de la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje (FER) y director general de la División de Reciclaje del Grupo Otua. Es la imagen viva de la evolución de un sector que ha pasado de ser un humilde oficio a una actividad que da trabajo a 33.600 personas en unas 6.000 empresas, que maneja un volumen de negocio de unos 10.000 millones de euros con inversiones sorprendentes, que camina de la mano de la innovación y el medio ambiente y que, aunque sienta a sus responsables en las cúpulas de las organizaciones europeas, sigue sin tener visibilidad. Y cuando la tiene, se asocia cuanto menos a la economía sumergida.
España, potencia europea de la chatarra. Sí, y a mucha honra.
Y como Olaeta, la directora general de FER, Alicia García-Franco. Y como ella, muchos otros que empezaron poniéndose las botas de agua para entrar en las plantas de reciclaje, pero que, como ella misma señala, "ahora se pueden poner tacones" porque estos lugares tienen cada vez menos de almacén y más de planta industrial de alta tecnología.
Puede que esta imagen choque a muchos. Porque tal vez hace falta ver al sector con otros ojos, o sencillamente verle. Porque ningún colegio organiza una excursión a las plantas de reciclaje por motivos de seguridad. Por eso, poco se sabe de la chatarra, para empezar que es solo uno de los campos del extenso ámbito del reciclaje, en el que se juntan las labores de reaprovechamiento de la madera, el cartón, el hierro o los neumáticos.
"Todos tenemos la imagen de hace 80 años del chatarrero con el carrito recorriendo las calles. Pero ese chatarrero de hace 80 años, al igual que la sociedad, ha cambiado. [...] No nos confundamos, porque esos chatarreros son los gestores de residuos que reciclan, no solo los metales, sino los aparatos eléctricos y electrónicos, vehículos, neumáticos, maderas, envases", señalaba García-Franco en una reciente ponencia en el Senado.
Todo producto puede convertirse en material reutilizable. Todo objeto puede acabar siendo otro.
Reciclar es respirar aire un poco más limpio
Empecemos por decir que tantos procesos, desde la recepción de los productos, su separación, fragmentación....han hecho que el sector se diversifique, sea intensivo en tecnología para poder acelerar y depurar los procesos, y que a día de hoy mueva inversiones millonarias. Es también la consecuencia de ser un sector altamente regulado, mucho más que otros, por la naturaleza de su propia actividad, en la que entran en juego materiales tóxicos y contaminantes. La regulación conlleva exigencia y ello mucho gasto para poder seguir adelante.
En el terreno de lo aparentemente intangible, aquellos que trabajan en esto hablan con pasión de los frutos de ese esfuerzo: acceso indefinido a materias primas necesarias para otras industrias, contribución a un modelo de desarrollo sostenible y un considerable ahorro energético y de emisiones de gases tóxicos.
Por ejemplo, por cada tonelada de aluminio que se recicla se ahorran 3,5 toneladas de CO2, mientras que por cada tonelada de estaño, el ahorro en ese gas es de 2,15 toneladas. Estas cifras se disparan si se tiene en cuenta que en el último año se gestionaron 7,2 millones de toneladas de chatarras férricas en España, 261.514 toneladas de envases metálicos o se dieron de baja 611.446 vehículos.
Y para ponerlo aún más en perspectiva basta decir que si se pusieran en fila todos los camiones que transportan el material férrico que se recicla cada año en España, llegarían a Moscú; si se alinearan todos los neumáticos fuera de uso reciclados, tal vez llegaran a Nueva Zelanda. Solo hay que pensar que en una planta de reciclaje puede entrar todo lo que sobra en la industria, la automoción, el consumo de los particulares y la construcción.
Un pedazo de tu coche en una vía de tren y viceversa
Como dice Olaeta, el sector del reciclaje es "la mina más grande de España" -el 75% del acero que se produce procede de materiales reciclados-, hasta el punto de que el 80% del cobre extraído de las minas a lo largo de la historia está todavía en uso, habiéndose reciclado una y otra vez.
Y es que el proceso del reciclaje nunca se acaba, en todo caso aumenta por la introducción de las nuevas explotaciones. El 75% del aluminio producido a lo largo de la historia está integrado aún en el ciclo productivo, y el 100% del plomo. ¿Pero dónde? En cualquier parte.
Por ejemplo, un coche que se lleva al desguace tiene aproximadamente un 80% de chatarra metálica, de la que el 75% es hierro y el resto es bronce, latón o aluminio (material no férrico). Una vez triturado y fragmentado, se separan los materiales para su reutilización. A partir de ahí, el coche puede acabar formando parte de una nueva vía de tren o viceversa, mientras que el aluminio puede acabar engrosando el marco de una ventana.
A la cabeza de Europa
Con estas cifras, el sector es un modelo a seguir en Europa. España es el segundo país que más papel y cartón recicla en el continente, solo superado por Alemania. Pero lo que realmente hace sacar pecho al sector cuando se lanza a hablar con otras empresas europeas y con otros países es su nivel de innovación.
La cara visible de los chatarreros es la Federación Española de la Recuperación y el Reciclaje (FER), que en sus 30 años de vida ha logrado aglutinar a más de 240 socios, entre los que se representa a más de 435 empresas gestoras de residuos, desde recicladores de palets hasta refinadores de aluminio. FER representa en una misma mesa a toda la cadena del reciclaje: transportistas, negocios de almacenamiento y clasificación de residuos, fragmentación o plantas específicas de tratamiento y preparación para la reutilización de residuos de aparatos eléctricos y electrónicos.
De hecho, Olaeta es vicepresidente de la patronal europea de reciclaje de acero (EFR) y García-Franco, vicepresidenta de la Confederación Europea de las Industrias del Reciclaje (EuRIC). Esta última dice ir por Europa "con la cabeza muy alta, con orgullo de nuestras instalaciones". "Porque llevamos mucho tiempo poniendo los pilares de esta industria...hace 10 años España era el único país que pedía su identificación a un vendedor de cobre y cada día invertimos más en tecnología", afirma.
La asignatura pendiente es, en todo caso, el de la exportación. García-Franco reconoce que el sector "no exporta mucho" -en todo caso a Turquía o China- porque es tal la actividad de las fundiciones que España sigue siendo un país importador de residuos que, una vez dentro de las fronteras, son procesados. Esa exportación serviría, por ejemplo, para rellenar una sobrecapacidad con la que el sector se está encontrando tras salir de la crisis, como le ha ocurrido a muchas otras.
Chatarrero, del negocio familiar a la industria
El motor de estos negocios son las familias. Se trata de un sector que ha ido pasando prácticamente de padres a hijos durante tres generaciones, con un tamaño medio, al margen de los grandes grupos, de entre los seis y los 20 trabajadores.
La fotografía de hace 30 años era la de empresas dedicadas sobre todo al reciclaje de metales, al ser el material que más valor tenía. El propio Olaeta, tras estudiar lo que se ha conocido durante años como la carrera de Económicas, pasó de reparar vías del tren en el País Vasco a empezar a trabajar en el negocio de la familia de su mujer mucho antes de que acabara el férrico siglo XX. Hoy sigue allí, en el Grupo Otua, un conglomerado de ocho firmas que comenzó sirviendo chatarra a las necesitadas acerías de la región y que a día de hoy no cesa en su expansión.
Y como él muchos otros, que además de mancharse las manos se dedicaron a estudiar y a dar entrada a través del conocimiento a todo tipo de residuos: aceite, trapos sucios...hasta poder ofrecer un servicio integral. Al mismo tiempo, tras la Guerra Civil, la chatarra empieza a regularse década tras década hasta desembocar en los años 90 en la primera Ley Integral de residuos.
Este camino también es el que ha seguido el grupo Lyrsa, otro de los grandes del sector, dirigido por Enrique Moreno. Sigue siendo una empresa familiar desde su creación en 1939 con un capital de 150.000 pesetas. En estos años ha dado el salto década tras década, desde Álava hasta Cádiz pasando por Madrid, Valladolid, Sevilla, Zaragoza, Lleida o Galicia. Y hoy sus recursos propios rondan los 150 millones de euros.
La legislación desplegada en 1998 hace que el sector despierte para adecuarse a las nuevas obligaciones, si bien con la apoyo por fin de las primeras ayudas europeas. En paralelo, además ha ido creciendo la contratación con la Administración, cada vez más concienciada con la necesidad de reciclar. Porque el punto limpio de los distritos es gestionado en muchos casos por empresas privadas.
Con todo, en el sector hay malestar porque se ha ampliado la declaración de servicio público a determinados residuos u operaciones sin justificar adecuadamente por razones de protección de la salud humana y del medio ambiente.
Chatarreros, administraciones e...ilegales
En estas relaciones de colaboración y choque con el Estado -también se echan en falta más subvenciones entre los gestores-, también está jugando un importante papel la obligación impuesta por la normativa europea a determinados productores para que se comprometan con el reciclaje de sus productos. Es el caso de los teléfonos móviles que, como se indica en el sector, tienen un valor negativo, porque no es rentable reciclarlos.
Lo que se hace en estos casos es que las grandes empresas pagan a los gestores de residuos para que se ocupen de los teléfonos móviles que se tiran y así, unos ganan dinero, otros cumplen con la ley y el medio ambiente lo agradece.
Pero a la sombra de esta colaboración creciente, están las actividades ilegales, que son, sin embargo, las que más brillan. No es el chatarrero que pasea por los barrios recogiendo productos y materiales en desuso. Si están en la calle es legal recogerlos y, para el sector, esta labor del pequeño chatarrero también es necesaria. Son auténticos entramados que se dedican al reciclaje y que no cumplen con la normativa, más allá de aquellos que se dedican a robar el cartón de los contenedores municipales que explotan en concesión empresas legales.
El negocio es sencillo. Se pone un local y se paga el kilogramo de chatarra más caro que en el mercado, porque se dispone de más márgenes. Según García-Franco, el control de estas prácticas es muy débil. Tras denunciar a estos agentes ilegales, el Seprona actúa, inspeccionando y denunciando, pero luego las comunidades autónomas no ejecutan el expediente sancionador y no toman medidas en plazos razonables de tiempo.
Olaeta: Estamos orgullosos de ser chatarreros, pero nuestra labor no está reconocida
Otra modalidad más compleja es la de sacar chatarra de forma ilegal para llevarla a los países del Este de Europa. Es un secreto a voces, por ejemplo, que el cobre que se roba en España se transporta hasta los puertos de Rotterdam para su venta posterior en China. Esa economía sumergida de la chatarra puede alcanzar el 20% en determinados flujos de residuos.
Pero otra de las grandes ventajas que sacan los negocios ilegales es la velocidad a la que pueden trabajar por tener una menor carga administrativa. "Para mover una tonelada de chatarra hay que mover una tonelada de papel", asegura García-Franco.
El reto de la economía circular
Lo que tiene el sector por delante es un reto, el mismo que España, el reto de la economía circular. Los chatarreros de ayer son los gestores de residuos llamados a jugar un papel clave el día de mañana. Al menos así lo siente el sector.
"La legislación y la conciencia de la sociedad han ido evolucionando. Tiene que ver también con la globalización. El mundo se abre y se hace muy pequeño y ahí nosotros formamos parte de una tarea fundamental", apostilla Moreno.
"Estamos orgullosos de ser chatarreros. Nuestra labor no está muy reconocida. Se ve más el robo de un kilo de cobre que el reciclaje de 200.000 coches usados. Sí, chatarrero, y a mucha honra".
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