La apertura del Parlamento (el State Opening, como dicen los ingleses) es un momento tan sagrado en el calendario político y legislativo británico que, desde el año 1901, el monarca de turno se ha encargado religiosamente de asistir cada año. Sólo ha habido contadísimas excepciones: dos durante el reinado de Jorge V (en 1929 y 1935 porque el rey estaba muy enfermo) y una en el de su hijo (y padre de la actual soberana), Jorge VI (en 1951, de nuevo porque el monarca estaba enfermo). La reina Isabel II tampoco asistió en dos ocasiones debido a sus embarazos (en 1959 y 1963).
Lo que ha pasado hoy (que Isabel II, por razones de salud, no haya podido asistir y la haya tenido que sustituir su hijo, el príncipe Carlos, ayudado por el príncipe Guillermo) tiene poquísimos antecedentes y, desde luego, marca un antes y un después. Hay que recordar que la última vez en que un heredero al trono abrió la sesión del Parlamento británico, la pena de muerte por ahorcamiento estaba aún vigente y ni siquiera se podía intuir que, algún día, unas máquinas de hierro y motores de carbón llamadas trenes surcarían las tierras inglesas. Ese día, el 23 de noviembre de 1819, el entonces príncipe de Gales (y futuro rey Jorge IV), el entonces regente llegó a Westminster a las dos de la tarde, se sentó en el trono y leyó el discurso. Su padre, Jorge III (el llamado "rey loco") había sido declarado incapacitado y su hijo había sido proclamado regente del reino. El príncipe Carlos, sin embargo, no es regente, aunque desde hace meses ejerce prácticamente como tal.
Hay que puntualizar que las leyes inglesas contemplan la posibilidad de que la soberana no esté presente en la Apertura, pero está muy tasado quién la puede sustituir. Sólo puede hacerlo el llamado Presiding Comissioner (un puesto que generalmente ocupa el jefe de la Cámara de los Lores) o los llamados Lords Commissioners, personas que pertenecen al Privy Council, el Consejo Privado de la Soberana, y que son habilitados para tal fin por disposiciones especiales (las llamadas Letters Patent). De hecho, para que Carlos haya podido sustituir a su madre se ha usado esta última fórmula. Carlos ha asistido, legalmente, como "consejero" de su madre y, hace unos días, se firmaron decretos especiales (firmados por Isabel II) para que la ceremonia de hoy pudiera tener lugar.
Sin embargo, a pesar de que todo ha seguido una perfecta legalidad prevista por las normas, no ha dejado de ser simbólico. Se sabe que la reina, de 96 años, ha esperado hasta el último momento para ver si podía o no. Desgraciadamente, sus médicos le han aconsejado que no fuera. Los problemas de movilidad que arrastra la soberana desde hace tiempo se lo han impedido. Isabel II tiene problemas para andar y para estar de pie durante bastante tiempo y, aunque se propuso que fuera en silla de ruedas, la soberana lo descartó. Finalmente, ha seguido la ceremonia, pero por televisión y desde el castillo de Windsor. Es la primera vez en 59 años (desde 1963) que no acude a Westminster personalmente.
Un día que marca un antes y un después
Como marca la tradición, la corona imperial ha sido trasladada (esta vez en coche) hasta el palacio de Westminster, sede del parlamento. Minutos más tarde salía de Buckingham otro coche que portaba al príncipe Guillermo, vestido con chaqué (es la primera vez que Guillermo acude a la ceremonia). Después, otro coche llevaba al príncipe de Gales, de uniforme y acompañado de su mujer, Camila, duquesa de Cornualles. Curiosamente, es la primera vez que Camila acude con su marido a un gran acto de estado desde que se anunció que, una vez muerta la soberana, ella también sería coronada reina.
Dado que la reina no ha acudido, se ha habilitado un trono especial para Carlos. Enfrente de él, sobre una mesa, se ha colocado la corona imperial. Uno de los momentos más emotivos ha sido cuando Carlos ha mirado melancólicamente a la corona segundos antes de comenzar la ceremonia.
Una ceremonia histórica
La apertura del Parlamento marca el inicio del año legislativo y es la única ocasión en que la Corona, los Lores y los Comunes se juntan en una misma sala. Se realiza una vez al año y el plato fuerte es el discurso de la soberana: no lo escribe ella, sino el gobierno, y en él se desgranan las principales líneas políticas que seguirá el ejecutivo en los próximos doce meses.
Los registros más antiguos de la Apertura del Parlamento datan del siglo XV, aunque algunas de las tradiciones más pintorescas son posteriores, del siglo XVII. Por ejemplo, cada año el llamado Yeoman of the Guard, el guardia real de más rango, vestido con ropajes que parecen salidos de una obra de Shakespeare, revisa algunos puntos del parlamento de Westminster para buscar pólvora (por si hubiera una bomba). La tradición data de 1605, cuando los ingleses católicos intentaron asesinar al rey protestante Jaime I con una bomba en el parlamento (fallaron). Luego otro señor también ataviado con trajes antiguos (en su caso, todo de negro) se dirige hasta la sala de los Comunes y pica a la puerta con un gran mazo: pide entrada, le abren la puerta y, a pleno pulmón, chilla que Su Majestad la reina pide la presencia de los comunes para escuchar su discurso en la Sala de los Lores. Por cierto, la tradición también dicta que un diputado del parlamento se quede "en cautividad" en una residencia real.
La ceremonia, tradicionalmente, comenzaba cuando la soberana llegaba al palacio de Westminster, sede del parlamento británico, en una procesión de carrozas tiradas por caballos.La reina normalmente iba vestida de blanco (con bordados en algún otro color, normalmente dorado) e iba acompañada de damas también ataviadas de ese color, como su fueran vestales sacadas de la mitología clásica. Mientras la carroza avanzaba por las calles de Londres, 41 salvas de honor eran disparadas por el cuerpo de Artillería de la Casa Real desde Green Park.
La reina era recibida por el Lord Great Charberlain, el chambelán mayor del reino, encargado de la organización del evento. La reina avanzaba por unas empinadas escaleras precedidas por el chambelán, el Earl Marshal (que debía andar de espaldas para mirar a la cara a la monarca), el Lord High Chancellor (que llevaba una bolsa de terciopelo donde se portaba el discurso de la reina), el Lord Speaker y el Lord Privy Seal.
Tanta importancia tiene el State Opening que, cuando se destruyó el Palacio de Westminster en 1834 a causa de un aparatoso incendio, se decidió reconstruirlo teniendo especialmente en cuenta el funcionamiento de la ceremonia. De ahí que exista la Sovereign's Entrance, la puerta de entrada de la soberana; the Robing Room, la sala de los ropajes (donde se coloca la corona); de Royal Gallery (por donde avanza solemnemente); y un gran trono en la sala de los Lores. Eso sí, la ceremonia en sí misma ha cambiado bastante: el año 1901, el rey Eduardo VII, hijo de la reina Victoria, un tipo a quien le encantaba el protocolo y el ceremonial a todo gas, alargó el State Opening para que su papel institucional fuera más visible. Durante la Segunda Guerra Mundial, en cambio, se redujo al mínimo por miedo a que, mientras estaba en sesión, cayeran bombas enemigas.
Isabel II también ha alterado la ceremonia en varias ocasiones. En el 1959 y el 1963 no asistió por estar embarazada (de Andrés y Eduardo, respectivamente). En el 2016 empezó a usar el ascensor en vez de las empinadas escaleras de la entrada. En el 2019, en vez de la voluminosa y muy pesada Imperial State Crown, se puso una corona más ligera.
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