Menos de un año ha pasado desde la última Feria del Libro de Madrid, la del reencuentro, celebrada con atípicas fechas y circunstancias. Y es que es cierto que, a pesar de la limitación del espacio, las mascarillas obligatorias y el aforo reducido, la cita fue todo un éxito para la industria del libro. «La gente tenía muchas ganas y se notó, por eso esperamos que este año se mantenga el entusiasmo», comentan en la caseta de Anagrama.
Tres primaveras después, la Feria del Libro vuelve a sus cauces habituales. Las casetas blancas se multiplican a lo largo del paseo de Fernán Núñez, conformando una meca literaria donde autores, lectores, libreros y editores celebran el gusto por la lectura. Desde la entrada por la Puerta de Madrid en la calle O'Donnell, hasta el cruce con el Paseo de Uruguay del Retiro, un total de 378 stands y más de 400 expositores completan la edición más grande jamás vista en este siglo. Sin embargo, más allá del tamaño, la gran novedad de este año es la normalidad.
La mañana es apacible y el ambiente rezuma calma mientras el sol se derrama sobre las casetas con orientación este. El calor es soportable y el flujo de visitantes transcurre en sintonía con la calma chicha que se respira entre los libreros, expectantes ante su gran cita.
Policía, miembros de seguridad y una comitiva de hombres trajeados con pinganillo aguardan con la misma expectación contenida, pero, en este caso, lo hacen por la llegada de la reina Letizia.
En algunas casetas todavía siguen con los preparativos, conscientes de que "la feria de verdad comienza por la tarde", cuando los actos institucionales dejan paso a las firmas y los lectores fidelizados se mezclan con los curiosos.
En Visor, los empleados aún están colocando sus libros de negras y relucientes cubiertas. Los versos de Whitman descansan junto a los de Ana Merino y los de Bécquer sostienen a los de Neruda.
Ya no hay mascarillas, para el que no quiera llevarla, claro está. Tras los expositores, pueden verse sonrisas que oscilan entre el nerviosismo y la alegría, aunque en algunas casetas los regentes más experimentados optan por tomar una postura de indiferencia ante el goteo de personas que, poco a poco, va llenando el paseo.
En la barraca de la Librería Méndez reconocen que afrontan con mucha positividad esta 81ª edición, pues a pesar de que el año pasado fue bien, pueden olvidarse de las largas colas que tuvieron que sufrir los visitantes para acceder a la feria.
En Ediciones Palabra agradecen la posición centrada en la que les han ubicado esta vez. Recuerdan que, aparte de las colas que se formaban a la entrada, uno de los errores de la edición anterior, que afortunadamente no se ha repetido, fue el de poner casetas entre medias de una calle y otra. Respecto a las expectativas con respecto al año pasado: "No fue mal, pero este año tiene que ser mejor", esperan.
A estos últimos les ha tocado la sombra de la mañana y están contentos con ello. Por el contrario, en la calle de enfrente, los de Anagrama la tendrán por la tarde, pero afirman estar igualmente satisfechos. En esta Feria del Libro sí parece llover a gusto de todos.
El entusiasmo es palpable, sobre todo cuando entran en escena aquellos que son expertos en esto de la ilusión. Sin ningún tipo de orden, más allá del que intentan implantar unos profesores superados por la inocente rebeldía, hordas de niños se agolpan sobre los coloridos escaparates de literatura infantil, gritando y emocionándose ante la variedad de historias, héroes y aventuras que caben en los escasos metros cuadrados que ocupan sus casetas con peldaños alzadores.
Casi al final del paseo, en el gigantesco territorio del Grupo Planeta, dos niñas de unos 12 años llegan corriendo con un billete de 20 euros en la mano para comprarse la última entrega de Heartstopper: "Los de la serie de Netflix", insisten con impaciencia al dependiente. El audiovisual también manda por aquí.
Otro tipo de ilusión se puede experimentar cuando uno se acerca al espacio de la Librería Mistral, que se estrena en su primera feria al amparo de literatos como Cortázar, Joyce, Rimbaud o Wilde.
En uno de los macropuestos, esta vez el que pertenece a Penguin Random House, esperan que se prolongue el entusiasmo vivido hace apenas un mes en Barcelona, aunque reconocen que va a ser más, por lo menos, más trabajoso que aquello. "Comparado con la fiesta que significa Sant Jordi, lo que empieza hoy en el Retiro es una maratón".
La mañana se acerca a su fin, el flujo de visitantes empieza a colapsar algunas casetas y el sol ya calienta en los cogotes. La feria está en marcha, libreros y editores pasan a la acción para hacer aquello que mejor saben hacer: vender historias.
La variedad de temáticas conforma un popurrí capaz de satisfacer a todo tipo de lectores habituales o no tanto, porque esta feria siempre fue una buena excusa para que los más perezosos se animaran, por lo menos, a adquirir algún libro. Literatura religiosa, de viajes, con perspectiva de género, ensayos, fotografía, históricos, ciencia ficción, poesía, novela gráfica…, aquí hay sitio para todos.
Durante algo más de dos semanas el Retiro pasa a ser el epicentro cultural y económico de la industria literaria con una feria que, como bien indican sus protagonistas, comienza marcada por la ilusión de saber que la normalidad ha vuelto, que este año lo importante vuelven a ser los libros.
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