Pedro Sánchez, que ya es como un presidente peñista, ha llamado en Andalucía al “orgullo rojo”, que suena a selección de Naranjito, a mundial de hockey hierba o al pie cojonudo de Nadal, pie que tiene algo de Aquiles y algo de hobbit. Sánchez tira de repertorio radiofónico, de periódico de barbería, de vuelta ciclista, de las dos Españas domingueras que hacen la eterna guerra civil del carrusel deportivo, con pausas para el purito y para la digestión. El tópico no es el último recurso del español, sino el primero. Por eso en estas elecciones Macarena Olona se disfraza de andaluza japonesa, y Teresa Rodríguez se disfraza de muchacha de jarcha, y hasta Moreno Bonilla se disfraza de soso andaluz. Sánchez no es rojo, ni lo es el PSOE, pero recurre al tópico rojales, que viene con estudiantina ante los grises, con película de maquis y hasta con beso felliniano de Ana Belén. Sánchez ya no confía tanto en su carisma y vuelve a la marca, a las cuatro letras que decía Alfonso Guerra que ganaban las elecciones solas, como una palabra mágica.
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