Me interesan exclusivamente las pequeñas cosas y no quiero dedicarme a otra cosas que no sean las pequeñas cosas”. Esta máxima de Puccini nunca fue tan moderna y acertada como en La Bohème, su cuarta ópera cuyo maravilloso libreto está basado en la novela por entregas Escenas de la vida bohemia que el escritor Henri Murger publicó durante cinco años en el periódico El Corsario. La obra narra, en cuatro actos, la jocosa, inconsciente y descerebrada existencia de un grupo de jóvenes artistas en el París de 1830.
La Bohème es una historia sobre pequeñas gentes con sus pequeñas alegrías y no tan pequeñas penas. La vida, la rutina y la cotidianidad van tomando forma a medida que pasa el tiempo y crece la partitura de Puccini. El compositor toscano fotografía a un grupo de jóvenes románticos a punto de recibir el primer mazazo de su vida.
Puccini fotografía a un grupo de jóvenes románticos a punto de recibir el primer mazazo de su vida
Puccini no podía ser otra cosa que músico. Nacido en el seno de una familia de cinco generaciones músicos, a los cinco años su padre le dio clases de órgano y a los 10 formaba parte del coro de las Iglesias de San Marino y de San Michele. Estudió en Milán y disfrutó de la vida bohemia que refleja con veracidad en La Bohème, una de las obras más representada en el mundo y cuyo público no está abierto a reinterpretaciones.
Tras años de ausencia, el Teatro Real recupera el clásico de Puccini que aterriza de la mano de Richard Jones y bajo la batuta de Paolo Carignani. “Se trata del primer trabajo del señor Jones en el Real, una coproducción con la Royal Opera House de Londres y la Lyric Opera de Chicago que se estrenó en la capital británica el pasado septiembre”, explica Joan Matabosch, director artístico del coliseo madrileño.
La encargada de poner en pie en Madrid la versión de Jones ha sido Julia Burbach, que se define La Bohème como el drama perfecto. “El montaje es de una honestidad tremenda con el teatro y con el espectador. Richard Jones siempre ha tenido un estilo muy personal sustentado en reflejar la vida cotidiana de los personajes, de la gente, y eso es precisamente La Bohème. En este montaje desnuda el alma de los personajes, de la historia y cómo la vive el público en sus butacas. No hay trampa ni cartón. Es una versión moderna y vanguardista”.
Efectivamente, el planteamiento de Jones consiste en respetar la historia, pero deja a la vista el escenario, los cambios de producción, todo el artificio y la magia del teatro. De manera que invita al espectador a ver dos obras. Por un lado, la ópera en sí; por otro, el universo oculto que se recrea cada vez que se pone en pie una representación. “Esta producción se ve desde el punto de vista de un voyeur y no de una forma tontamente literaria. En la ópera pretender hacer realismo es una estupidez. Si es tan realista la ópera, ¿por qué cantan?” Se pregunta Matabosch. “Puccini no lo quiso así, es por eso que Puccini no le gusta a algunas personas. Puccini sólo funciona cuando se hace con inteligencia”.
Entendía la ópera como el teatro, así creó una nueva dimensión teatral con los medios operísticos
Más allá del hombre elegante, con sombrero ladeado y cigarro en la boca, Puccini fue el espejo del cambio de siglo, del reflejo de una transformación estética profunda basada en el enfrentamiento de ideas opuestas: la ternura y el terror, la belleza clásica y lo grotesco, el orden y el caos.
Puccini entendía la ópera como el teatro, así creó una nueva dimensión teatral con los medios operísticos. En una carta a su libretista Giuseppe Adami le decía: "Los acontecimientos han de ser transparentes, ricos en contrastes, y han de entrar más por los ojos que por el oído”. Todo esto se respira en La Bohème.
Fue un compositor de extremos, como sus trabajos. Arrogante y tímido, vago y brillante, mujeriego y fiel, primitivo y sofisticado, se inspiraba en sus amantes para las heroínas de sus óperas. Así, sus mujeres son vulnerables e inseguras, sufren con la soledad y se dejan llevar por la melancolía hasta que enferman de amor. Son mujeres inolvidables, muchas veces frágiles, pero nunca sumisas. Sor Angélica, Norma, Cio-Cio San, Mimi, todas son heroínas que roban el corazón del público que conmovido se ve obligado a escuchar sus arias una y otra vez.
Aunque el óxido del tiempo ha tratado muy bien las obras de Puccini, La Bohème no fue muy bien recibida en su estreno (Turín, 1986). El maestro Carignani sostiene que el rechazo existe todavía hoy en día. “Hay muchos directores de teatros a los que no les gusta la música de Puccini (en clara referencia a Mortier, anterior intendente del Real). Tal vez sea una cuestión freudiana, porque es una música que llega directa al alma, al corazón, sin ninguna mediación previa de racionalidad, del intelecto o de barreras culturales. Tenemos miedo a experimentar emociones, a dejar que nos muevan las pasiones, a descubrirnos a nosotros mismos y lo que nos emociona. Incluso nos avergonzamos de ello”, explica.
Tenemos miedo a experimentar emociones, a dejar que nos muevan las pasiones, a descubrirnos"
La Bohème se representará en Madrid con dos elencos diferentes en 19 funciones entre el 11 de diciembre y el 8 de enero. Como novedad, el 25 de diciembre habrá función. No parece un mal plan, celebrar el día de Navidad en el Teatro Real.
Para los papeles principales, Rodolfo y Mimi, se alternarán los tenores Stephen Costello y Piero Pretti, y las sopranos Anita Harting y Yolanda Auyanet. Efectivamente, el peso de la historia recae en la pareja, pero La Bohème es una obra de conjunto. “Es necesario que haya un grupo de cantantes muy bien engrasado para que las cosas funcionen. Son muchos personajes y casi todos tienen peso suficiente en la obra como para poder poner en peligro las cosas. Estamos un poco hartos de ver Bohèmes con un par de nombres de relumbrón que desentonan con el resto del reparto y eso termina por fastidiar la ópera entera”, concluye Matabosch.
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