En la tarde del 12 de marzo, Veronica Cherevychko, de 30 años, perdió la pierna derecha cuando un cohete impactó en un parque infantil frente a su casa, en el barrio de Saltivka, en Járkov. “Estaba sentada en un banco cuando tuvo lugar la explosión. Recuerdo oír un silbido justo antes de la explosión. Después, desperté en el hospital sin una pierna. Ya no tenía pierna derecha. Me acostumbraré, pero aún es pronto: a menudo intento tocarme la pierna, rascarme el pie... No sé qué decir sobre las personas que han hecho esto. No llegaré a entenderlas nunca”, ha relatado a Amnistía Internacional (AI).
Bombas de racimo, prohibidas por el derecho internacional, sacudían el mismo barrio un mes después dejando tres muertos y seis heridos. Una de las supervivientes, Olena Sorokina, se encontraba en la puerta de un edifico esperando a la entrega de ayuda humanitaria cuando oyó el sonido del proyectil. Al despertar en la ambulancia, se dio cuenta de que había perdido una pierna. En el hospital tuvieron que amputarle la otra. “Después de luchar contra el cáncer, ahora debo librar otra batalla y aprender a valerme sin piernas.”
Los testimonios forman parte del informe 'Cualquiera puede morir en cualquier momento: Ataques indiscriminados de las fuerzas rusas en Járkov, Ucrania' de AI, publicado este lunes, donde la organización documenta cómo las fuerzas rusas han causado la muerte y la destrucción generalizadas de barrios residenciales de la segunda ciudad más grande de Ucrania con incesantes ataques aéreos que podrían constituir crímenes de guerra. Al menos 606 civiles han muerto y 1.248 han resultado heridos desde el comienzo de la invasión, según las cifras del director del departamento médico de la administración militar regional de Járkov recogidas en el comunicado.
La ONG ha encontrado pruebas de que las fuerzas rusas han perpetrado ataques indiscriminados contra la población civil de la urbe utilizando de forma reiterada municiones de racimo 9N210 y 9N235, cohetes no guiados como los Grad y Uragan, y minas dispersables, prohibidos por tratados internacionales. También ha constatado los restos de proyectil que médicos de la zona han extraído de los cuerpos de los pacientes.
“Han muerto personas en sus casas y en las calles, en parques y cementerios, mientras hacían cola para recibir ayuda humanitaria o compraban alimentos o medicinas", explica Donatella Rovera, asesora general sobre respuesta a las crisis de AI.
"Nuestro mundo se ha hundido"
En la tarde del 15 de abril, el plomo ruso arrasaba un parque infantil cercano al barrio de Industrialni. Ahí se encontraba dando un paseo Oksana Litvynyenko, de 41 años, junto a su marido Ivan y su hija de cuatro años cuando explotaron varias municiones de racimo. La metralla penetró en la espalda, pecho y abdomen de la mujer.
“De repente, vi un destello. Agarré a mi hija, la empujé contra el árbol y lo abracé, para que quedara protegida entre el árbol y mi cuerpo. Había mucho humo y no podía ver nada. Luego, cuando el humo que me rodeaba se disipó, vi personas en el suelo, entre ellas, mi mujer, Oksana. Cuando mi hija vio a su madre en el suelo sobre un charco de sangre, me dijo: ‘Vamos a casa; mamá está muerta, la gente está muerta’. Estaba en estado de shock, y yo también. Todavía no sé si mi mujer se recuperará. Los médicos no pueden decir si podrá volver a hablar o caminar. Nuestro mundo se ha hundido”, cuenta Ivan a la organización.
Cerca, en la calle Myru, estaba Tetiana Ahayeva, una enfermera de 53 años que se encontraba en las afueras de un edificio cuando las explosiones sacudieron el barrio, causando la muerte de nueve personas y dejando más de 35 heridos.
“De repente se oyó el ruido de muchos petardos por todas partes. Vi bocanadas de humo negro donde se produjeron las explosiones. Nos echamos al suelo e intentamos buscar cobijo. El hijo de nuestro vecino, un chico de 16 años llamado Artem Shevchenko, murió en el acto […]. Su padre tenía la cadera destrozada y una herida de metralla en la pierna. Es difícil decir cuánto duraron las explosiones; un minuto puede parecer eterno”.
El equipo de investigación de AI ha encontrado en el parque las bolas de metal y otros fragmentos de las bombas de racimo, junto a varios cráteres de pequeñas dimensiones en el suelo de hormigón, que coincidían con los daños esperados por la explosión de tales municiones.
Las ofensivas contra puntos de ayuda humanitaria tampoco han cesado desde febrero. Valeriia Kolyshkina, dependienta en una tienda, cuenta cómo el 24 de marzo las tropas rusas bombardearon un aparcamiento cerca del establecimiento.
“Un hombre murió frente a la tienda. Estaba fuera fumando mientras su mujer compraba comida para mascotas cuando la metralla atravesó la ventana delantera, que salió disparada sobre mi cabeza cuando estaba tras el mostrador. Después hubo varias explosiones más. El pánico era total. La tienda estaba llena de gente. Corrimos a cobijarnos al almacén, en la trastienda. Tenía mucho miedo, pensé que iba a morir”.
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