Vivimos a golpe de noticia de telediario donde el mundo entero debe caber en treinta segundos, de titular de periódico digital (solo un porcentaje mínimo de lectores traspasa el titular y la entradilla) o de comentario de tertuliano mañanero. Pasamos por los temas sin reflexionar porque de uno a otro saltamos en función de su actualidad y su urgencia de forma que nos quedamos con pocos mensajes sin profundizar en sus datos ni en su por qué. Cruzar datos, reflexionar sobre las causas, razonar sobre las consecuencias de las cosas es algo que hemos externalizado sin querer o queriendo. Consumimos información ultraprocesada como lo son también la bollería y la mayoría de los alimentos lo que nos convierte, en ocasiones a algunos, en obesos también intelectuales.
Recientemente se está instalando en el imaginario informativo este nuevo concepto de que faltan trabajadores en España, aunque este no es un tema único de España, sino que se extiende también por la Europa del estado del bienestar. No es posible encontrar trabajadores de la construcción, de la hostelería o del sector servicios (en especial aquellos vinculados a la tecnología). Escuchamos que la campaña turística de verano está amenazada por la falta de camareros o que las constructoras, en un momento álgido de demanda no pueden progresar en sus obras por falta de personal. De estas afirmaciones saltamos de inmediato a aceptar que no habrá más remedio que abrir las puertas a la inmigración de trabajadores (contra la que no estoy en absoluto) para estos sectores y otros de baja o alta cualificación si no queremos frenar el crecimiento de la economía. Incluso respiramos aliviados ante las noticias de creación de empleo y pensamos que quizá la recuperación (coyuntural) es un hecho.
El hecho incontrastable es que España a cierre del primer trimestre de 2022 contabilizaba un total de 3.174.000 parados según las estadísticas del INE, lo que representa un 13,65% de la población activa de este país. ¿Cómo convive este dato con el de que los grandes sectores tractores de la economía como el Turismo o la Construcción que juntos representan hoy casi el 20% del PIB no encuentren trabajadores? De ser esto cierto, deberíamos aceptar entonces que el paro estructural de España ronda ese 13% y que por tanto hemos perdido toda esperanza de ocupar a esos tres millones de españoles que engrosan la lista mientras que otros países cifran ese porcentaje de paro estructural no más allá de un 5-8 %.
Para un trabajador desempleado del sector de Hostelería la diferencia entre trabajar ocho horas diarias y no hacerlo es de tan solo de 267,5 euros brutos mensuales
Los más avezados recurrirán a la teoría de los zapatos, es decir que tenemos zapatos izquierdos, pero nos faltan derechos, o lo que es igual, que tenemos un desajuste entre oferta y demanda que impide cubrir la demanda de esos sectores y profesiones. Pues bien, vayamos a los datos y a la reflexión que es lo que reclama este artículo.
De acuerdo con los datos del INE, en el sector de la construcción a cierre del primer trimestre de 2022 disponemos de 115.700 trabajadores en paro en España, curiosamente distribuidos en aquellas regiones del país que más demanda de construcción tienen, como muestra el grafico. Más de cien mil personas en busca de trabajo en el sector y eso que nuestras siempre cuestionables estadísticas solo clasifican a un desempleado en un sector si ha perdido su trabajo en ese mismo sector en los últimos doce meses.
Parados del sector de la Construcción 1T 2022
Vayamos al sector hostelero, en el que bares, restaurantes y hoteles en España no encuentran personal dispuesto a trabajar en la campañas como la pasada semana santa y el próximo verano. Aquí las estadísticas del INE arrojan un total de desempleados en busca activa de empleo a cierre del primer trimestre de 367.400 trabajadores. Es decir que salvo que la demanda de camareros supere esa cifra en nuestro país no aplicaría ni la teoría de los zapatos izquierdos ni la de que no hay trabajadores disponibles en estos sectores.
El sector servicios, por otro lado, que acumula la mayor demanda de empleo del país, y aunque el concepto es un gran cajón de sastre, aglutina, sin embargo 1.104.000 trabajadores en busca de empleo.
¿Que está pasando, entonces?
Esta es la gran pregunta en la que nuestros técnicos y políticos deberían estar dedicando ingentes esfuerzos por responder por ser clave para entender la dinámica de nuestro particular mercado de trabajo. Sin menoscabo de la labor que estoy seguro cientos de servidores públicos están haciendo sobre este necesario análisis, creo que pensar que existen razones que impulsan a algunos trabajadores – no todos por supuesto- a no aceptar o incluso a ni siquiera analizar ofertas de trabajo puede tener cierta verosimilitud. ¿Existen incentivos o desincentivos, según se mire para que ciertos trabajadores, sectores o profesiones no consigan que oferta y demanda se encuentren?
Vayamos de nuevo a los datos. Que la crisis encadenada a la pandemia ha generado una contención salarial sin precedentes es un hecho que todos conocemos, mientras que en paralelo el imparable avance del Estado del Bienestar ha venido incrementando de manera sostenida las prestaciones y subsidios de diferente naturaleza que se ofrecen a los trabajadores en situación de desempleo bien de corta o larga duración.
De acuerdo al INE, a cierre de 2020 un trabajador del sector de la construcción percibía como salario medio bruto mensual la cantidad de 1.831,9 €, mientras que uno de hostelería, ocupando una posición a la cola de este ranking percibía la cantidad de 1.119,5 € brutos mensuales. Curiosamente, y aunque no sea objeto de esta reflexión los trabajadores de la administración pública percibían de media 2.800€ brutos solo superados por la banca, las empresas de energía y las tecnológicas (otro mito, el de que los funcionarios cobran poco a cambio de que no se les puede despedir, podría estar ya obsoleto).
Sin embargo, según fuentes de CCOO y del propio SEPE, las prestaciones contributivas netas en los últimos años han venido progresando hasta alcanzar una media de 852 euros por trabajador desempleado (amen de otras prestaciones no contributivas o sociales que puedan ser perceptibles en su caso).
Es decir, que retomando el caso de un trabajador desempleado del sector de Hostelería, en situación de percibir prestaciones (es decir la vasta mayoría de los 360.000 contabilizados ya que han perdido su trabajo hace menos de 12 meses) la diferencia entre trabajar ocho horas diarias y no hacerlo es de tan solo de 267,5 euros brutos mensuales. Es decir, que pasar de desempleado a trabajador representa un incremento del 23%, sin ni siquiera pensar que en algunos casos – la minoría asumo- estos trabajadores puedan estar trabajando en la economía informal de forma que complementen esa prestación (¿cómo si no algunos podrían sobrevivir?).
En conclusión, pienso, que en algunos casos como los observados, esta situación puede suponer un desincentivo a volver al trabajo e incitar según los casos a intentar agotar el tiempo de duración de la prestación antes que retomar la actividad laboral.
¿Que es anterior, el huevo o la gallina? Decidir si esta situación se produce porque los salarios ofrecidos son muy bajos y por ello desincentivan al trabajador o las prestaciones muy altas y por ello son la causa del desincentivo es una tarea que técnicos y políticos deben desentrañar, por supuesto siempre mirando con sus respectivos cristales políticos, pero lo cierto es que requiere de un intenso foco.
Si hay una materia en este país que debería justificar un gran pacto de estado es la de la reforma integral de la cadena de valor del trabajo: educación, empleo, prestaciones y subsidios y finalmente pensiones. Los años venideros y las perspectivas económicas en que demografía y economía se aliarán para hacer cada vez mas insostenible e insoportable esta situación así lo reclaman.
Es tiempo de analizar seriamente y en base a los datos la naturaleza de nuestro mercado de trabajo presente y sobre todo futuro. Comenzando por una lucha denodada contra el fraude laboral que alimenta este desincentivo en profesiones de bajos salarios. Implantando a la vez modelos como el de otros países que casen mejor oferta y demanda de trabajo (solo un porcentaje ridículo de los empleos se cierran por los servicios públicos en España) y ,por qué no, desarrollando un sistema que penalice en su prestación a los trabajadores que no se incorporen a las ofertas o que cometan fraude. Son medidas que podrían estimular el mercado y liberar recursos para contribuir a mejorar las prestaciones de aquellos que las necesitan. Incrementar el empleo. Junto a ello empujar también a las empresas a mejorar las condiciones salariales de sus trabajadores y rediseñar en colaboración con la empresas el sistema educativo y de FP para alinear como principal objetivo oferta y demanda.
Solo entre todos empujando y arrimando el hombro podremos resolver estas complejas situaciones que mezclan economía y cultura de una nación y que solo irán a peor en los próximos años. Empezar observando los datos, conociéndolos y reflexionando sobre ellos es la mejor de las vacunas contra las trampas al solitario.
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