Es la gran oportunidad de Minuto, el novillero que es limpiabotas en el hotel Excelsior de Zaragoza: una novillada nocturna en el coso de la ciudad. Sueña con el triunfo para abrirse camino y aparcar betunes y cepillos. Las crónicas hablan de una labor lucida con capote, de cierto temple con la muleta y de una estocada que le vale el anhelado trofeo.
“Mientras yo toreaba, mucha gente comenzó a marcharse de la plaza, sin que yo supiera exactamente por qué. Aquel día ya se habían oído rumores, pero nada se sabía con exactitud… Cuando acabé con el bicho las autoridades que presidían se habían ido también, dejando el palco vacío”, declaró el novillero al Heraldo de Aragón.
¿Por qué público y autoridades se marchaban mientras aún se desarrollaba la lidia? La respuesta está en la fecha: 18 de julio de 1936. El sueño de la una noche de verano de un novillero aragonés torna en pesadilla para todo un país durante casi tres años.
Celebridades al servicio de la causa
El clima bélico afectó profundamente al mundo de los toros. Muchos festejos mayores pasaron al rango de festivales y muchos de estos eran benéficos para la causa de cada bando o en lugares cercanos al frente para subir el ánimo de la tropa. Con el paso de los meses, la cabaña brava se vio seriamente afectada. Especialmente en las zonas controladas por la República. El bando franquista se surtía fundamentalmente de las ganaderías andaluzas que sufrieron menos que el ganado que pastaba en la zona centro.
La información concreta sobre toreros y festejos que ocurrieran en España entre julio del 36 y abril del 39 se reduce y el de la propaganda crece. El marketing ideológico abraza a los héroes populares del momento. Así se entiende la histórica imagen de Domingo Ortega a hombros de milicianos en la plaza de toros de Valencia en Agosto del 36. Después marcha a torear a Dax (Francia) y aprovecha para cambiarse de bando. Manuel Bienvenida se muestra más comprometido cuando en octubre del mismo año actúa en la Real Maestranza de Sevilla con una muleta que lucía impresa a lo largo y ancho del paño la siguiente impresión: "VIVA ESPAÑA". Además del brindis que le hizo al general Queipo de Llano “Tengo el gusto de brindarle la muerte de este toro al salvador de España, general Queipo de Llano, y para que se mueran de rabia los hijos de la Pasionaria. ¡Viva España!".
Más allá de posicionamientos más sonados los toreros vivieron el conflicto como pudieron. Adaptándose a las circunstancias que les tocaron. Defendiendo lo propio y a los suyos. Como el resto de españoles. Aunque la mayoría de las figuras del toreo del momento se fueron colocando del lado de la frontera que marcaba el avance de los militares sublevados se puede decir que se desenvolvieron al ritmo que marcaba la actualidad. En un lado, paseíllos más o menos marciales y brindis “patrióticos”. En algún caso, los mismos protagonistas venían del otro bando donde actuaron acorde a la simbología imperante. Es decir, puño en alto.
Toreros en el frente
Muchos de ellos defendieron su condición de terratenientes. Entonces, los dineros del toro acababan casi al completo en propiedades agrícolas y ganaderas. De este grupo, los menos, sí tuvieron cierta actividad bélica.
Marcial Lalanda aprovechó unos festejos en Francia para cambiar al bando franquista. Después se alistó en las Milicias de Falange y participó en la toma de Toledo. Doce miembros de su familia fueron asesinados y toda su vacada de reses bravas esquilmada. Dicen que también fue de los primeros en entrar en Madrid. Pepe Amorós fue conocido por su filiación falangista. Victoriano de la Serna prestó sus servicios como médico en el hospital militar de Pamplona. Domingo González “Dominguín”, hermano mayor de Luis Miguel, llegó a alistarse como voluntario y fue herido en 1936 en el frente, aunque luego durante todo el franquismo fue pieza básica en el llamado “exilio interior”.
En el bando de la República, es conocido que dos banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas acompañaron a García Lorca en su fatídica suerte la noche de su asesinato. En la defensa de Madrid con especial actividad en el frente de Somosierra y luego la Casa de Campo, combatieron las Milicias Taurinas, que posteriormente pasarían a integrar la 22 Brigada Mixta del comandante Francisco Galán que combatió en la cruenta batalla del Ebro.
El nombre se debe a que algunos de sus mandos eran toreros, novilleros y subalternos. Litri II, Fortuna Chicho, Guillermo Martin Bueno, Luis Mera Sánchez, Parrita, el Niño de la Estrella y Enrique Torres Herrero son algunos de los nombres. Pronto llegan los ecos de su valor, su capacidad para el mando y compromiso. Y con ello las condecoraciones. Prácticamente todos estaban ligados al PCE quizá Luis Prados Litri II sea el más destacado. Nada que ver con la dinastía onubense de “los Litri”, el nombre lo acogió de la admiración que le tenía a Manuel Báez, que falleció en Málaga fruto de una cornada de un toro de Guadalest en 1926.
Carreras truncadas
Litri II tuvo una carrera profesional discreta. Sin suerte en Madrid su carrera discurrió bregando con las duras novilladas de la Castilla de la época. Tuvo cierto protagonismo en el conflicto con los toreros mexicanos que el Sindicato de los Toreros emprendió contra el gobierno de la República. Cuando estalló la guerra, primero lucho en Madrid, tanto en Somosierra como la Casa de Campo encuadrado en la Milicia de los Toreros. Después pasaría a integrar 22 Brigada Mixta del comandante Francisco Galán. Con la guerra perdida, fue detenido en Murcia cuando buscaba un barco que le llevara a Argelia. Fue juzgado y gracias a diestros como Marcial Lalanda, el “Papa” negro y Luis Fuentes Bejarano cambió la pena capital por prisión de 20 años. Luego logró salir en 1943 y tras vagar en alguna cuadrilla como subalterno explotó el Bar Casa Litri en Delicias y El Alcachofo en Francisco Silvela. Por allí se encontraba con su eterno camarada Fortuna Chico que fue juzgado en el mismo proceso y excarcelado 2 años después del penal de Zaragoza.
La Guerra Civil sobrevino cuando la pujante novillera Juanita Cruz estaba a punto de tomar la alternativa
Félix Colomo fue el único de la primera fila del toreo que terminada la guerra se le juzgó y condenó por “auxilio a la rebelión”. La guerra le sorprendió en Madrid y en el camino a su pueblo de Navalcarnero fue interceptado por milicianos que le confiscaron su coche. Pasó por checas, recobró la libertad y participó en algunos festejos. Después de la guerra y tras cumplir dos años en prisión el mundo del toreo le dio la espalda. Sin contratos se retiró y se dedicó a la hostelería, regentado con éxito Las Cuevas de Luis Candelas y la Posada de la Villa.
Con la República en la cresta de la ola, la mujer por fin aparecía en la escena pública en algunos foros inexplorados hasta la fecha. El mundo taurino no fue ajeno a ese momento. La Guerra Civil sobrevino cuando la pujante novillera Juanita Cruz estaba a punto de tomar la alternativa. La que muchos consideran la mejor torera de la de la historia marchó a Venezuela, donde consiguió gran cartel. Luego vino Perú y Colombia. Desde allí saltó a México y se doctoró en la plaza de Zacatecas. En 1940 regresó a España y allí se acabó su carrera. La nueva ley prohibía a las mujeres el toreo a pie.
Fiesta entre las bombas
Durante los casi tres años que duró la guerra el número de festejos decreció considerablemente. En los primeros compases sólo se registran en el bando republicano. Barcelona, Valencia y Madrid dieron festejos de cierto renombre. A partir de ahí la actividad pasó a los territorios controlados por las tropas de los militares sublevados. La Maestranza de Sevilla se convirtió en su gran foro taurino.
Los únicos dos festejos que se celebraron en la Plaza de las Ventas durante el conflicto fue una novillada el 22 de julio de 1936, es decir 4 días después del alzamiento en el norte de África y el 23 de agosto de ese mismo año cuando se celebra un festival taurino promovido por el ayuntamiento y el Frente Popular. De este festejo salió la famosa foto de Maravilla, Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma”, Cagancho, Luis Gómez “Estudiante” y Félix Colomo haciendo el paseíllo con el puño levantado. Maravilla, El Niño de la Palma y Estudiante cambiaron de zona en cuanto pudieron. Cagancho marchó a México.
Después de aquel festejo Las Ventas fue utilizada primero como almacén y después como huerto de hortalizas. La actividad taurina desaparece hasta que terminada la guerra, en mayo del 39 Marcial Lalanda, Vicente Barrera, José Amorós, Domingo Ortega, Pepote Bienvenida Y Luis Gómez “El Estudiante” lideraron la denominada corrida de La Victoria, que por cierto pasó a la historia por ser la última vez que sonó la música en Madrid durante una faena de muleta. El escándalo sobrevino cuando la banda jaleó la faena de Marcial Lalanda y silenció una faena posterior de Domingo Ortega. El enfrentamiento entre partidarios de uno y otro se solucionó con la prohibición que en nuestros días ya es costumbre.
Barcelona programó festejos en agosto del 36, luego el coso barcelonés tornó en cuartel y lugar para mítines. Una vez concluida la contienda se celebró el homenaje al “Glorioso Ejercito”, por los diestros Marcial Lalanda, Victoriano de la Serna y Pepe Bienvenida.
En el coso bilbaíno de Vista Alegre, desde el inicio de la guerra civil, y abril de 1939, en que finalizó la contienda, se programaron 17 festejos taurinos: diez corridas de toros, seis novilladas y un festival benéfico. Las arenas negras del coso vizcaíno vieron sonar primero el himno de Riego y luego memorables paseíllos con el saludo romano cuando el General Mola se hizo con el control de la ciudad después de librar la denominada Campaña del Norte.
Sevilla fue sin duda la gran capital del toreo del bando fascista. Luego Bilbao, Burgos, Zaragoza, y en realidad cualquier foro que simbolizara lo bien que iba la guerra para el bando nacional.
En los carteles de la época aparecía desde Juan Belmonte a caballo, el rejoneador Cañero, Fuentes Bejarano, Domingo Ortega, Maravilla, Pepote y Manuel Bienvenida, De la Serna, Rafaelillo, Domingo Ortega, Vicente Barrera, Chicuelo, El Estudiante, el Niño de la Palma, Cagancho, Antonio Márquez, Jaime Noaín, Curro Caro...
La generación de la posguerra
El conflicto incubó una generación de novilleros que esperaban el fin de la guerra para acabar con el orden establecido. La guerra comenzó con la pelea por la cima del toreo de Lalanda-Ortega. La postguerra arrancó con la aparición de Manuel Rodríguez Manolete, Pepe Luis Vázquez, Juanito Belmonte, el Choni, Rafael Albaicín, Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín, Mario Cabré y otros tantos que llegaban para cambiar el toreo para siempre.
Por encima de todos Manolete. Sobre Manolete se ha escrito mucho sobre su labor en la Guerra Civil. El monstruo cordobés entonces era sólo un prometedor novillero que le cogió la guerra en Córdoba y que luchó con el Ejército Nacional en tres frentes: Peñarroya, Villafranca y Extremadura, encuadrado dentro del Regimiento de Artillería número 1, asentado en Córdoba, a las órdenes del coronel Manuel Aguilar Galindo.
Durante el conflicto participó en algunos festivales benéficos como tantos otros, y ya en julio de 1939 tomó la alternativa en Sevilla de mano de Manuel Jiménez Chicuelo y como testigo Gitanillo de Triana con un toro de Flores Tassara cuyo nombre “Comunista” fue rebautizado por el de Mirador. No era momento para juegos. Pero eso ya es otra historia. Taurinamente quedaba inaugurada la posguerra. Un tiempo para distraer la desgracia, las miserias, el hambre y la infamia. Pan y circo, con menos pan.
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