La escritora estadounidense Joyce Carol Oates, eterna candidata al Nobel de Literatura, escribió una novela titulada Blonde en el 2000 sobre la actriz Marilyn Monroe que rompía todos los cánones de las biografías al uso de los personajes de Hollywood. Oates no se planteó ni remotamente una obrita breve e insulsa, sino algo increíblemente ambicioso, como es normal en ella. La autora quería diseccionar a una mujer increíblemente poliédrica y compleja, vulnerable, frágil, repleta de heridas, complejos y adicciones, y explotada por todos aquellos que se acercaban a ella. A Oates no le interesaba la carrera cinematográfica de la icónica actriz de pelo platino, sino explicar el precio de la fama y la falta de escrúpulos de toda una industria que no dudaba en explotar y destrozar psicológicamente y sin reparos a jovencitas. Seguramente por ello, Blonde comenzaba el día antes del suicidio de la actriz (muerta por exceso de barbitúricos a la edad de 36 años).
Hay otras muy buenas biografías de Marilyn (entre ellas, Marilyn: una biografía, de Norman Mailer, quien fuera su marido), pero el libro de Oates fue quizás el que mejor resumió la vida de esta mujer que el mundo vio como una estrella rutilante, pero donde ella no pudo escapar a los demonios y fantasmas que llevaba adentro. Es el análisis más brillante de una vida de excesos, de pasión y mucho sexo, en donde los placeres carnales enmascararon la necesidad apremiante de afecto. Marilyn, la mujer que poblaba los sueños eróticos de medio mundo, sólo quería que la quisieran. Ansiaba con todas sus fuerzas una paz interior que nunca logró. La suya fue una de las vidas más trágicas que se recuerdan en Hollywood. Y eso que, como demuestra el libro, tuvo más cerebro y talento del que el cine y la historia le quiso reconocer.
Ahora, esta novela de Carol Oates se va a convertir en película gracias a Netflix y a la interpretación de Ana de Armas como Marilyn Monroe. La película repasa toda la vida de la actriz, desde que era Norma Jean hasta que se convirtió en el mayor mito erótico de todos los tiempos. También, por supuesto, se centra en sus amoríos con algunos de los hombres más poderosos del mundo, entre ellos el mismísimo presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy.
Una vida traumática
la película demuestra cómo, lejos del nefasto estereotipo de rubia tonta y sin cerebro en el que estaba encasillada, la verdad era que Marilyn era una mujer inteligente y con talento. Era una lectora voraz de alta literatura y podría haber tenido una carrera seria si se hubiese centrado en explotar algo más que su indudable sex appeal. Sin embargo, a nivel emocional era tremendamente inestable debido, sin duda, a una infancia traumática: Marilyn nació en la pobreza, su madre tenía problemas mentales graves, de pequeña sufrió abusos constantes, fue violada mientras estaba con una familia de acogida y acabó en un orfanato de Los Ángeles. No es de extrañar que de adulta acabase mendigando constantemente cariño para compensar un vacío emocional inmenso. Pero esa misma necesidad desesperada de afecto la hacía presa fácil de personas sin escrúpulos que solo la querían para lucirla. Muchos de sus maridos y casi todos sus amantes fueron hombres increíblemente posesivos que la trataron como un mero trofeo con el que poder gozar y al que poder exhibir.
Entre ellos, el propio Kennedy. La rubia despampanante de curvas imposibles era el prototipo de mujer que a Kennedy más le gustaba para pasar el rato. No se sabe exactamente cuándo se conocieron, pero algunos aseguran que se les vio cenar juntos en Puccini’s, un restaurante italiano de Beverly Hills, durante los días de la Convención Demócrata de 1960. Otros, sin embargo, creen que el primer encuentro no se produjo hasta finales de 1961, cuando Jack ya era presidente. Sea como fuere, lo que sí está claro es que Marilyn y Jack se conocieron en la mansión de Santa Mónica de Pat Kennedy, hermana del presidente, y el marido de ésta, Peter Lawford.
Marilyn y JFK: ¿qué pasó exactamente?
Por aquel entonces, aunque seguía siendo el mayor icono erótico del mundo, la actriz vivía sus horas más bajas. A nivel sentimental, su vida era un desastre: se había divorciado de Joe DiMaggio —seguramente, el único hombre que la amó de verdad— y su consiguiente enlace con el prestigioso dramaturgo Arthur Miller, de quien estuvo muy enamorada, también había acabado en una sonada ruptura. Su carrera tampoco era muy boyante que digamos. No era ningún secreto que tomaba una gran cantidad de tranquilizantes y barbitúricos y que bebía en desmesura. Incluso apareció claramente borracha en la ceremonia de premios y apenas pudo mantenerse en pie y balbucear unas palabras cuando le entregaron un galardón. Algunas biografías aseguran que Marilyn se había intentado suicidar varias veces.
Cuando Marilyn y Jack se conocieron, ella se sentía tan sola que para seguir adelante se aferró a una fantasía delirante: llegó a creer seriamente que el mismísimo presidente de los Estados Unidos iba a dejarlo todo y casarse con ella, cual caballero medieval en un precioso cuento de hadas. Marilyn quiso creer —necesitaba creer— que las películas decían la verdad y que, después de sus muchas desgracias, ella también disfrutaría de un final feliz. Pero Hollywood mentía descaradamente y a Marilyn sólo le esperaba un trágico destino.
Desde luego, Jack no tenía ningún interés en hacerle de terapeuta, mucho menos en renunciar a todo por ella. Tan sólo quería tener sexo con la mujer más deseada del planeta. Para él, poseer a Marilyn era una simple cuestión de poder y dominación.
El cumpleaños feliz más famoso de la historia
Pero ella estaba dispuesta a humillarse si hacía falta por él. Lo que explica la icónica noche en que Marilyn cantó al presidente Kennedy el cumpleaños feliz más famoso de la historia. El 19 de mayo de 1962, en el Madison Square Garden de Nueva York se había organizado una gran gala para conmemorar el próximo cuarenta y cinco aniversario de Jack y, de paso, recoger fondos para el Partido Demócrata. Marilyn iba a ser la estrella de la velada y acudió a la cita a pesar de que estaba en pleno rodaje de Something’s Got to Give y la productora no quería que fuera (de hecho, fue despedida por faltar al plató, pero luego fue readmitida).
Marilyn no quería faltar de ninguna de las maneras. Básicamente porque, de manera muy ingenua, creyó que una gran interpretación aquella noche podría sellar para siempre su amor con Jack. La actriz lo planificó todo al milímetro. Encargó un muy sensual vestido —y carísimo: costó 12.000 dólares— al diseñador francés Jean Louis (autor del traje en satén negro que hizo famoso Rita Hayworth en Gilda) y éste ideó un ceñidísimo modelo en color carne para que pareciera que estaba desnuda. Tan sólo miles de pícaras lentejuelas y pedrería recordaban que existía algo de tela. Tan escueto era el traje que hubo que cosérselo directamente sobre el cuerpo. Según varios observadores, Marilyn no llevaba nada debajo.
Con aquel vestido que no dejaba nada a la imaginación y una gigantesca estola, Marilyn apareció en el escenario. Visiblemente borracha, comenzó a susurrar un Happy Birthday tan cargado de sensualidad y erotismo que muchos pensaron que era pura pornografía en directo. Algunos de los 15.000 asistentes al evento —por no decir los millones de americanos que lo estaban viendo por televisión— no daban crédito. Jackie, refugiada en su casa de veraneo de Glen Ora, estaba comprensiblemente furiosa.
Los Kennedy pusieron el grito en el cielo. Marilyn se había pasado claramente de la raya y había declarado al mundo con aquella interpretación tan lasciva que era la amante del presidente. Iba a ser imposible contener los rumores y la historia no tardaría mucho en aparecer por escrito. Enseguida, la Casa Blanca pasó a la defensiva y se afanó en negar y desmentir lo que todos los periodistas intuían —y más de uno sabía de buena tinta—: que Jack Kennedy y Marilyn Monroe tenían una aventura.
Jack también temió las repercusiones. Aunque quedó impresionado por la estampa (“What an ass!”, “¡Menudo culo!”, comentó en cuanto Marilyn subió al estrado) y, después de la actuación, fue al escenario a darle efusivamente las gracias (“Ya me puedo retirar de la política ahora que me han cantado el cumpleaños feliz de manera tan saludable”), tuvo miedo que algunas revistas, en especial Newsweek, publicasen la verdad y decidió acabar inmediatamente su relación con la actriz. Tras la velada en el Madison Square Garden, hubo una fiesta en la casa de Arthur Krim, presidente de la productora United Artists, en donde Jack y Marilyn coincidieron. No se sabe lo que se dijeron exactamente, pero sí se sabe que fue su última noche juntos. Jack pidió a su amigo Bill Thompson que controlara a Marilyn. También dio instrucciones a su cuñado Peter Lawford para que la voluptuosa rubia no hablara ni cometiera ninguna locura.
Amante de Bobby Kennedy
Pero Jack no tenía de qué preocuparse. Básicamente porque su hermano Bobby se iba a encargar de que Marilyn no abriese la boca. Bobby y Marilyn se habían conocido a principios de febrero de ese año en una fiesta que Peter Lawford organizó para Bobby y Ethel en su mansión de Santa Mónica. Aquella noche Marilyn no quiso pasar por una mera sex symbol sin cultura y, junto con el hijo de su psiquiatra, el doctor Ralph Greenson, había preparado una lista de preguntas interesantes. O, al menos, eso pensó ella, porque el cuestionario era en realidad de una banalidad soporífera: la primera pregunta fue “¿qué hace un fiscal general?”. Encima, como Marilyn tenía una memoria pésima, tuvo que ir mirando constantemente en el bolso el papel donde llevaba las preguntas escritas.
A Bobby, por supuesto, la falta de estímulo intelectual no le pudo importar menos y, simplemente, quedó embelesado con la belleza fuertemente sexual de la estrella. En aquella fiesta, Marilyn enseñó a Bobby a bailar el twist. La noche del Happy birthday en el Madison Square Garden, en la cena posterior en casa de Arthur Krim, también bailaron juntos varias veces. A partir de ahí se vieron con cierta frecuencia y, según varias fuentes, se hicieron amantes. En verano, la relación ya estaba consolidada o, al menos, había dejado de ser esporádica.
Pero a Marilyn la situación la desquiciaba. Cada vez bebía más y se quejaba amargamente de que los hermanos Kennedy se la habían intercambiado. Su comportamiento se volvió obsesivo y comenzó a telefonear a todas horas a la Casa Blanca (tenía el número privado del presidente y una vez llegó a hablar con Jackie: le dijo que se iba a casar con su marido). También llamaba insistentemente a Bobby a su despacho en el departamento de Justicia. A algunos amigos les llegó a decir que Bobby iba a divorciarse de Ethel y a casarse con ella.
Un final trágico
Marilyn se volvió tan errática que cometió sonados escándalos. Cuando el director de Something's Got to Give organizó una rueda de prensa de alto voltaje (se alertó a los fotógrafos que Marilyn saldría de una piscina vistiendo un bikini de color carne para que pareciese que estaba desnuda), ella directamente se quitó el bikini en el agua y salió tan sólo cubierta mínimamente por un albornoz de su compañero de reparto, Dean Martin. Las fotografías salieron publicadas rápidamente en más de setenta revistas. Poco más tarde, en un intento patético por llamar la atención, posó para el fotógrafo Bert Stern, de la revista Vogue, con una peluca negra que imitaba clarísimamente el peinado de Jackie. El mensaje, aunque de pésimo gusto, era obvio: ella era en realidad la primera dama. O, al menos, podría haberlo sido.
Pero Marilyn sabía perfectamente que se estaba engañando a sí misma y que su última esperanza de ser feliz se había esfumado para siempre. Por lo que abusó aún más si cabe de los somníferos, las drogas y el alcohol. Los últimos días de su vida pareció estar permanentemente borracha y colocada. La noche del sábado 4 de agosto de 1962 tendría que haber ido a cenar a casa de Peter Lawford y Pat Kennedy, pero no apareció. Alarmado, Peter la llamó por teléfono. La encontró aturdida y pensó que estaba muy drogada. “Dile adiós a Pat”, le comentó la actriz. “Dile adiós a Jack. Y dite adiós a ti mismo porque eres un tipo entrañable”. Marilyn no pudo más y tomó una dosis mortal de somníferos y cuarenta cápsulas de Nembutal. Al cabo de unas horas, el ama de llaves Eunice Murray la encontró muerta en la cama. Estaba boca abajo y completamente desnuda. Tenía tan sólo treinta y seis años.
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