El resurgir mediático que está viviendo Isabel Pantoja debería estudiarse en las universidades. Lo digo en serio: pocas veces una persona que hace tan sólo unos pocos años era vilipendiada por propios y extraños tras haber sido sentenciada a 24 meses de prisión por blanqueo de capitales ha conseguido darle la vuelta a la opinión pública en cuestión de pocos meses. Lo suyo ha sido una operación de rebranding, como se dice en marketing, que ya quisieran para sí algunos políticos. De pasar a ser una paria social a convertirse en una de las grandes protagonistas del reciente Orgullo LGTBI de Madrid. Ahí es nada. Isabel Pantoja acaba de regresar de una gira triunfal por Latinoamérica y ha sido recibida en España como una diosa. Lo que hace tan sólo cinco años era impensable, ha ocurrido.
Pero, además de lo sorprendente que ha sido este cambio súbito en su popularidad, una de las cuestiones que más han llamado la atención es que Isabel Pantoja parece estar ahora en todas partes. Y si no es ella, es su hijo, su hija, su sobrina o su excuñada. El clan Pantoja domina las sesiones de tardes varias cadenas y muchos en España siguen al minuto las andanzas de su hijo Kiko o de su hermano Amador.
Varias sagas familiares
No son los únicos. Cada vez que Telecinco tiene un bache de audiencia --y últimamente llevaba unos cuantos--, tan sólo tiene que programar un nuevo documental sobre Rocío Jurado. Después de el éxito sin precedentes de Rocío, contar la verdad para seguir viva (recordemos que la serie entera fue vista por 21.456.000 espectadores y, tan sólo el primer episodio, por casi cuatro millones), Telecinco supo que tenía una nueva gallina de los huevos de oro. El reconocimiento público de sus problemas de depresión, incluso intentos de suicidio, y los malos tratos a los que supuestamente la sometió su exmarido, Antonio David Flores, sacudió conciencias y abrió un debate sobre la violencia de género como pocas veces antes se había dado en España. Incluso la ministra de Igualdad, Irene Montero, se pronunció al respecto.
Telecinco, desde luego, no desaprovechó el tirón. Así llegaron el documental El último viaje de Rocío y, meses más tarde, Montealto, donde se había reconstruido la casa donde había vivido Rocío Carrasco con sus padres, Rocío Jurado y el exboxeador Pedro Carrasco. Y la saga continúa.
También los diversos Sálvames (no hay uno, sino varios, con nombres de frutas distintas), hacen uso siempre que pueden de las hermanas Campos, también un recurso que suele funcionar. Y si no funciona, siempre se puede tirar de Isabel Preysler, elegante y bellísima a sus 71 años y aún protagonizando portadas del Hola.
Las reinas exclusivas
Tanto Maria Teresa Campos como Isabel Pantoja como Isabel Preysler como Rocío Carrasco (y, en su día, Rocío Jurado) llevan años siendo las reinas exclusivas del papel cuché en España y, con contadas ocasiones --Belén Esteban, por ejemplo--, ninguna otra más les ha conseguido hacer sombra. Ni a ella ni a las sagas que han creado. Isabel Preysler tiene una digna sucesora en su hija Tamara, la cual, por cierto, está a punto de protagonizar su propio reality en Netflix. La hija de Rocío Carrasco es tertuliana del corazón en televisión, como también lo es su hermanastra, Gloria Camila. Casi todas las hijas de Maria Teresa Campos son presentadoras o colaboradoras de programas de cuchicheos.
Hasta dónde yo sé, ninguna otra saga ha conseguido fuera de España lo mismo. A pesar de lo que nos pensemos, en el extranjero también hay un gran mercado de exclusivas y de personajes famosos por motivos que nadie entiende. Inglaterra tiene sus inefables tabloides (y durante décadas la familia real fue pasto de carnaza) y en Estados Unidos la familia Kardashian, con Kim y su familia, ha hecho historia por transformar su vida privada en un verdadero imperio increíblemente lucrativo. Pero en muy pocos otros países hay tantas horas de televisión dedicadas única y exclusivamente al cuchicheo. Tampoco no hay casos de tantas sagas que se hayan mantenido a flote durante tanto tiempo.
El reflejo sociológico de toda una era
En el fondo, lo nuestro no deja de ser un perfecto reflejo sociológico. Durante años, la censura fue férrea, con lo que hablar de cualquier tema era peligroso. En ese contexto, la vida de tonadilleras y toreros supuso una perfecta evasión en un país que recibía pocas influencias de afuera y que tenía pocos alicientes culturales. Luego, durante la Transición y los primeros años de la democracia, la sucesión de divorcios y nuevas nupcias, de cuernos y escándalos, sirvió como demostración de que el país estaba cambiando vertiginosamente. El mercado del corazón, irónicamente, fue el que más demostró que España se estaba abriendo a los usos y costumbres europeos.
Isabel Preysler, sin ir más lejos, fue uno de los ejemplos de mujer empoderada antes de que Podemos pusiera de moda la etiqueta. Fue ella quien, harta de las infidelidades de su primer marido, Julio Iglesias, le dijo que hasta aquí habían llegado. Pocas mujeres podrían haber sobrevivido a un escándalo semejante en aquella España aún gris e increíblemente machista. Pero ella no sólo se rehizo, sino que renació con más fuerza. Se convirtió en la reina indiscutible de la crónica social y demostró un olfato superlativo para los negocios y las exclusivas. Ni siquiera Diana de Gales llegó a controlar tan bien a los medios y los tiempos: Isabel siempre ha mantenido una imagen impecable, elegante, refinada y sonriente. Nada de salir llorando frente a los fotógrafos, como hacía la princesa inglesa. Isabel se volvió a casar con el marqués de Griñón y luego con Miguel Boyer, uno de los ministros estrella de Felipe González. Después de que éste muriera, ella comenzó una relación con el Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. A sus 71 años sigue acaparando portadas y flashes allá donde va. Ninguna de sus hijas, ni siquiera Tamara Falcó, le hace sombra.
Isabel Preysler, desde luego, sirvió de manual y punto de referencia a todas las influencers que han venido después. Ella fue una de las primeras en poner de moda aquello de salir siempre perfecta en las fotografías y lucir unas casas de ensueño. Sin embargo, a diferencia de muchas jovenzuelas que ahora lo intentan, Isabel también dejó claro que había que tener cierto carisma, desparpajo y mucho glamour para que el conjunto resultase atractivo.
Amores y tragedias
Si Isabel Preysler se convirtió en la reina de corazones después de su divorcio de Julio Iglesias, Isabel Pantoja saltó a los medios del corazón realmente al enviudar. Su marido, Francisco Rivera, Paquirri, murió en 1984 en Pozoblanco cuando un toro lo envistió y le clavó dos cornadas. Las imágenes de Isabel desgarrada del dolor sacudieron a la opinión pública. Todo el país sintió pena y lástima. En ese momento se convirtió en "la viuda de España". Luego vendrían varias relaciones amorosas, la adopción de Chavelita y su desastrosa relación con Julian Muñoz, el entonces alcalde de Marbella. Sus amoríos con éste último --y los truculentos asuntos de dinero que acabaron llevándolos a la cárcel-- dieron que hablar durante años a toda España.
Las Jurado también han tenido su dosis de desgarros, comenzando por la muerte de Rocío Jurado de un cáncer. La turbulenta relación de su hija con Antonio David Flores fue presuntamente un calvario para su hija. Las Campos, desde luego, han sido las que mejor paradas han salido, aunque han tenido sus momentos duros.
Se podría decir que todas ellas tienen algo en común: todas comenzaron a triunfar en un momento en que la televisión era el principal medio de comunicación y apenas había competencia entre cadenas porque había poquísimas. Sus vidas llegaban a toda España porque no había nada más que ver. Las revistas, además, eran por entonces un negocio muy lucrativo y, además de llevar entrevistas, también llevaban reportajes de ensueño, recetas y secciones de consultorio de todo tipo. Todas llevaban o mucho amor o muchas tragedias. La fórmula no era nueva: ya la inventaron los antiguos griegos.
El punto de inflexión
Pero, ¿por qué se han mantenido? La respuesta es bastante sencilla. El formato Gran Hermano y, sobre todo, Sálvame, con sus gritos histéricos y sus disputas a gritos, cambiaron la televisión. El mercado del corazón se volvió un chiringuito a donde había que despellejar vivo a quien fuera. La vida de la gente y, sobre todo, sus miserias, daban mucha audiencia. Cuanto más morbo barato, mejor. Y daba igual si de lo que se hablase era una tonadillera o un actor. Todo servía.
Ahora, el formato Sálvame está de capa caída y, a pesar de que Telecinco insista en exprimirlo con fuerza, pertenece claramente al pasado. Los datos de audiencia son malos salvo algunos momentos puntuales y sólo consiguen como espectadores a personas mayores que están enganchadas al formato. Pero cada vez son menos. Toda esta etapa de famoseo dominado por unas cuantas familias puede que esté tocando a su fin.
Vienen nuevos aires y nuevas caras. No es de extrañar que Tamara Falcó haya apostado ya tan fuerte por Netflix. Ahí, desde luego, está el futuro.
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