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El año que se rompió Podemos: del tramabús a la debacle en Cataluña

Iglesias
Pablo Iglesias, en la primera jornada de Vistalegre II. | EFE

Podemos comenzó 2017 en la cresta de la ola y lo ha terminado deprimido, disperso y con sus líderes desaparecidos. Ha sido un año intenso, de aprendizaje de la vida institucional y de ruptura entre sus principales ideólogos. De la foto de sus fundadores abrazados en el congreso de Vistalegre sólo quedan dos en el puente de mando, Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero. El resto -Luis Alegre, Íñigo Errejón y Carolina Bescansa- ha sido apeado de la cúpula del partido por una nueva hornada de dirigentes provenientes del PCE que ha virado el partido hacia posiciones de la izquierda clásica, dejando en la cuneta las tesis de transversalidad que lo convirtieron en tercera fuerza política con cinco millones de votos.La batalla entre ambas posturas comenzó poco después de las elecciones del 26-J, en las que Iglesias impuso la alianza con IU para concurrir juntos bajo la marca Unidos Podemos. Su apuesta no salió bien y no se produjo el ansiado sorpasso sobre el PSOE.

Podemos entraba en el 2017 debatiéndose sobre qué camino seguir: si concentrar sus esfuerzos en la vida institucional -una opción que aburría a Iglesias según confesaba él mismo- o si continuaba azuzando la movilización en las calles. Esa disyuntiva se cerró en febrero, en el congreso de Vistalegre 2, en el que fueron derrotadas las tesis errejonistas.

El entonces número 2 del partido optó por no pelear con Pablo Iglesias por la Secretaría General. Presentó su propio proyecto político y un equipo propio para conformar la dirección del partido. Tras la alianza electoral con IU, en las bases de Podemos aumentaba entonces el número de militantes de izquierdas que entendieron la apuesta de Errejón como una deslealtad. A esa creencia contribuyó notablemente la campaña #ÍñigoAsíNo que lanzaron los partidarios de Iglesias en redes sociales el mismísmimo día 24 de diciembre.

Tras su derrota, Errejón fue relegado en el partido y en la institución. Como portavoz le sustituyó la entonces jefa de gabinete de Iglesias: Irene Montero, que también escalaba puestos en la Ejecutiva para convertirse en responsable de Acción en el Congreso. Desde entonces se ha creado una guardia de corps personal en la organización que algunos entienden como una pequeña corriente interna autónoma de Iglesias.

En Vistalegre 2 también salió de escena Carolina Bescansa, que tras amagar con una tercera vía se retiró del enfrentamiento entre Iglesias y Errejón para quedarse en segunda línea. Allí ha continuado hasta el mes de octubre, cuando sus críticas sobre la gestión de la crisis catalana le valió la purga de la Comisión Constitucional del Congreso, donde ha sido sustituida por Irene Montero, como adelantó El Independiente.
Desde entonces actúa como verso libre y está lanzando sus propuestas por los distintos territorios en la construcción de un liderazgo interno que está por constatar.

El periodo post Vistalegre supuso una radicalización de las posturas de Podemos, que quería demostrar que no se acomodaba en sus 71 escaños. Podemos puso en marcha el Tramabus (55.800 euros) que cambiaba la denuncia de la casta por la de la la trama. Los dirigentes del partido recorrieron rutas de la corrupción en un autobús serigrafiado con las caras de José María Aznar, Felipe González, Jordi Pujol, Rodrigo Rato, Luis Bárcenas, Esperanza Aguirre, Miguel Blesa, Arturo Fernández o Gerardo Díaz Ferrán.

Moción de censura

Llegó así la primavera y con ellas las primarias socialistas entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, la opción favorita para Podemos. Quizás para ayudar a la presidenta andaluza, durante el proceso Iglesias anunció una moción de censura a Mariano Rajoy que dependería del apoyo del PSOE. A pesar de la batalla interna, ambas candidaturas y la Gestora que dirigía el partido hicieron piña frente al enemigo exterior. La moción fue ignorada y el plan de Iglesias abortado desde su lanzamiento.

Tras su victoria, Pedro Sánchez se sacudió complejos, recordó que Podemos votó en contra de su investidura y decretó abstención en la moción de censura, que sólo obtuvo el apoyo de Compromís, ERC y Bildu. El discurso para justificarla, la corrupción del PP y la trama, se mantendrá como hilo conductor de la actividad parlamentaria de Iglesias durante todo el año, ocupando la gran parte de sus intervenciones en el Congreso.

El regreso de Sánchez inquietó a Podemos, que empezaba a ver en mayo una caída electoral sostenida en todas las encuestas. Así lo advirtió Carolina Bescansa en un informe publicado en exclusiva por este periódico. Los temores quedaron explicitados en un argumentario interno que también salió a la luz en El Independiente.

En ese momento de incertidumbre, Iglesias puso en marcha una nueva estrategia: intentar sumar con el PSOE. Dejó de atacar a Pedro Sánchez y le tendió la mano con el objetivo de colaborar en el Parlamento y preparar el terreno para otra moción de censura que les diera el poder. El secretario general de Podemos iba asumiendo que su momento pasó. Su desgaste personal se plasma en las encuestas que lo muestran como el líder nacional peor valorado por los ciudadanos. Empieza a pensar que el cielo ya no se puede tomar por asalto, con una victoria electoral, y que su única opción de llegar al Gobierno pasa por el PSOE. Antes de las vacaciones de verano, PSOE y Podemos escenifican la constitución de una mesa de colaboración en el Congreso de la que nunca más se supo.

El desafío independentista

En septiembre comenzaba a materializarse la amenaza independentista del soberanismo catalán y el PSOE se veía obligado a elegir bando. Tras intentar mantenerse en tierra de nadie, Sánchez asumió que la trayectoria histórica del PSOE como partido de estado sólo podía situarle junto a las fuerzas constitucionalistas en la lucha contra el separatismo. Apoyó la aplicación del artículo 155 de la Constitución y Podemos se volvió a ver solo junto a grupos nacionalistas como Esquerra Republicana de Cataluña.

La gestión de la crisis catalana por parte de Podemos y sus hermanos de los comunes de Ada Colau se inclinó siempre a favor de los soberanistas. Las críticas se centraban en la labor del Gobierno y eximían de responsabilidad al Parlament y el Govern de la Generalitat, que se saltaban leyes y autos del Tribunal Constitucional.

Su apuesta por un referéndum pactado y el ataque furibundo a PP, PSOE y Ciudadanos lo siguió arrinconando en la izquierda más radical. Hasta sus socios de la IU de Alberto Garzón levantaron el pie del acelerador y se desmarcaron de acciones como considerar “presos políticos” a los ex consejeros del Govern y a los presidentes de asociaciones independentistas encarcelados por rebelión y sedición.

El fruto de esa gestión ha sido una debacle en las elecciones catalanas del 21-D, en las que Podemos ha perdido tres escaños y ha quedado como quinta fuerza política por delante sólo del PP y de la CUP. Desde ese día, Iglesias anda desaparecido de la escena política. Los órganos de dirección de su partido no se han reunido para analizar los resultados electorales más allá de un mensaje en las redes sociales del dirigente que lamentaba el avance de la derecha.

Podemos empieza así el 2018 roto y desconcertado, a la espera de la encuesta del CIS de enero que certifique si su tendencia a la baja lo sitúa ya en los parámetros de partido bisagra por detrás de Ciudadanos. En ese caso se prevén movimientos internos y quizás nacimientos de nuevos liderazgos como el de Carolina Bescansa que impidan que Podemos pase por la escena política española como una estrella fugaz.

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