En estos días se repite una cantinela cuando hablamos con la gente de nuestro entorno: ¿Te vas de vacaciones? ¿A dónde? ¿Ya has vuelto? ¿Dónde has estado? Lo hacemos todo como si fuera un ritual. Si no te has movido, se produce un silencio similar al de quien escucha que el otro ha sufrido un percance. En general, se cambia de conversación o decimos que en esta época en el lugar habitual se está de maravilla sin gente. Desplazarte en verano es ya un hábito generalizado en la clase media y si no se practica en agosto o eres un perdedor o un excéntrico. O un perdedor excéntrico, que es lo peor que se puede ser para la gente normal. "¿Qué es ser normal?", dice la protagonista a su madre de Mi vida sin mi, una película que me fascina de Isabel Coixet.
Este año la crisis ha empezado a hacer estragos y muchos no podrán desplazarse. Otros lo harán apurando ahorros porque se temen que lo peor está por llegar y necesitan un respiro. Es ese carpe diem que nos diferencia de otros pueblos más previsores. Sea como sea, necesitamos romper con las rutinas, que en eso consiste en parte el viaje. Más aún cuando hemos pasado una pandemia, unos mejor que otros, y ahora vemos la guerra más cerca de lo que nunca habíamos imaginado. Así que ojalá todos los que en agosto están de vacaciones disfruten del descanso.
Desde la adolescencia asimilo viaje a cambio interior"
Desde la adolescencia asimilo viaje a cambio interior. Será porque después de mi primer viaje a Londres con 16 años mi padre reconoció que aquella estancia me había hecho madurar. Aunque no estaba sola porque me alojaba en una familia (padre viudo y chica de mi edad), pasé gran parte del tiempo a mi aire. Descubrí que al cambiar de lugar también tus ideas se van transformando. Y empecé a vencer mi timidez. Es decir, también yo me estaba convirtiendo en otra persona.
Esa sensación he tenido sobre todo cuando he viajado sola. Recuerdo un Interraíl por Europa, con paradas en París, la costa de Bretaña, salto a Londres y vuelta hacia Alemania. En la primera parte fui con una amiga pero desde Londres estuve sola y nunca me sentí desamparada. Es curioso porque es cuando sientes que manejas tu destino. No solo hay un cambio de lugar, también surge “un tiempo diferente”, como dice mi querida Patricia Almarcegui en su interesante libro Los mitos del viaje. En esta obra también se refiere a cómo nos cambia la mirada y se despiertan nuestros cinco sentidos cuando viajamos. Con Patricia, uno de esos seres mágicos que la vida te pone en el camino, hice un curso años después sobre literatura de viajes que fue un auténtico descubrimiento.
La experiencia de viaje en solitario más intensa fue años más tarde cuando pasé un par de semanas en Zanzíbar, la mayor de las islas que se sitúan en el Oceáno Índico, frente a Tanzania. Era la primera vez que viajaba a África y fue un aterrizaje suave. El lugar era turístico pero no en exceso la zona donde me alojaba.
Recuerdo la cabaña donde dormía, sin lujos, el sonido del mar que estaba a varias zancadas del lecho, y a las mujeres que recogían algas sin muestras de agotamiento. Daba paseos por la interminable playa hasta caer agotada y cuando regresaba, después de un baño, leía o escribía en total paz. En el viaje "las cosas se hacen como si fuera la última vez", decía Annemarie Schwarzenbach, gran viajera y escritora, y así lo sentía. También al ir sola era fácil entablar conversaciones con extraños a los que en ese momento podemos contar nuestra vida como si los conociéramos desde siempre. Luego se convierten en una nebulosa.
Aquel viaje en solitario a Zanzíbar tenía el mismo destino que el que emprendo cada vez que camino para disfrutar de la sierra madrileña"
Ahora me doy cuenta de que aquel viaje en solitario a Zanzíbar tenía el mismo destino que el que emprendo cada vez que camino para disfrutar de la naturaleza de la sierra madrileña. Si presto atención, escucho a los pájaros, me fijo en los cambios de tonalidad del cielo, y avanzo por el camino a buen ritmo, también siento que lo estoy haciendo por última vez, que es algo excepcional y único. Lo percibí especialmente cuando hice un tramo del Camino de Santiago, desde Saint Jean Pied de Port hasta Pamplona, una experiencia que espero repetir cuanto antes. Pero allí donde vaya siempre voy buscándome. De momento, me veo como una vagabunda, si evoco a Pablo D’Ors en su Biografía del silencio, pero aspiro a ser peregrina y darme cuenta de que la tierra prometida está en mí, en nosotros.
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