Ha llegado la hora de hacer balance de un reinado, el de Juan Carlos I de Borbón, cuyos últimos años en la Jefatura del Estado enturbiaron notablemente en su momento lo que habían sido 36 años previos de una trayectoria impecable como Rey e impagable por los españoles. Porque es verdad que el reinado de don Juan Carlos tuvo un mal final. El deterioro de su imagen pública, que se inicia en 2011 alcanza su punto más crítico en abril de 2012 cuando, en plena crisis económica y con el paro galopando entre las filas de la sociedad, la opinión pública recibe la noticia de que el Rey se ha roto la cadera mientras participaba en una cacería en Botswana en compañía de una señora bien conocida en los despachos de los servicios secretos pero desconocida hasta entonces por el gran público: Corinna Larsen, que aún se hacía llamar con el apellido de su ex marido, Zu Sayn-Wittgenstein. Esa fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de los ciudadanos que ya habían asistido estupefactos e indignados a la imputación de su yerno, Iñaki Urdangarin en el caso Noos y se preparaban atónitos para que la Infanta Cristina entrara también en el proceso en condición de acusada. Todo eso -corrupción, lances amorosos y viajes de placer en los momentos más inadecuados- provocó el descenso imparable del prestigio de la institución monárquica que durante décadas había obtenido la máxima consideración de los españoles. El Rey Juan Carlos enfocaba el final de su reinado con los peores presagios en lo que a su prestigio se refiere.
Pero el tiempo ha pasado y, como siempre, ha dejado las cosas en su sitio y ya es el momento en que los inmensos servicios prestados a España por el antiguo Rey ocupen su lugar en la consideración histórica y dejen en el nivel de la anécdota, por relevantes que hayan sido en su día, los sucesos que determinaron en junio de 2014 su abdicación de la Corona en su hijo Felipe, el hoy Rey de España. En definitiva, a estas alturas es obligado decir que que ha sido un grandísimo Rey, el mejor sin duda, con enorme diferencia sobre todos los demás, de toda la Historia contemporánea de España y precisar que el papel de Don Juan Carlos en la conquista y la consolidación de la democracia fue decisivo y primordial. Hay que recordar que, como sucesor de Franco en la Jefatura del Estado, él heredó todos los poderes del dictador, lo cual significaba que si hubiera pretendido ejercerlos en su plenitud se hubiera convertido en una rara avis en pleno siglo XX, es decir, en el único representante de una monarquía absolutista al estilo de las que existieron en Europa hasta el siglo XIX.
Pero don Juan Carlos no pretendía eso sino todo lo contrario: se disponía a encabezar un proceso político de cambio profundo cuyo resultado final fuera una Constitución en la que los poderes le fueran devueltos al pueblo español. Pero no lo tenía nada fácil, pese a lo cual jamás cejó en su empeño de culminar la instauración de una democracia plena en nuestro país, un sistema de libertades y derechos que pusieran a España al nivel de las democracias europeas, en cuyo club el Rey esperaba incorporar a nuestro país en cuanto las condiciones lo permitieran. El Rey puso en peligro en múltiples ocasiones la Corona y su propia seguridad personal en aras de dar impulso al proceso de transición política y respaldó sin el menor asomo de duda las iniciativas de los sucesivos jefes de gobierno destinadas a asentar primero y a consolidar después la democracia española. La Constitución privó al Rey, con su acuerdo silencioso, de la inmensa mayor parte de las prerrogativas que, hasta diciembre de 1978, cuando los españoles ratificaron en referéndum el texto constitucional, le habían sido propias. Y ése fue el momento en que el Rey pasó a ser, y a comportarse, como un Rey constitucional.
Y, llegado el momento de defender la Constitución frente a los golpistas que el 23 de febrero de 1981 asaltaron el Congreso con el propósito de subvertir el sistema democrático, el Rey jugó un papel decisivo a la hora de contener a los capitanes generales de las distintas regiones militares que, salvo el de Valencia, Milans del Bosch, que había sacado los tanques a a calle, se pusieron todos "a las órdenes de Vuestra Majestad". Quiere esto decir que si el Rey hubiera dudado, como tantas veces se ha sugerido, en defender la Constitución y no hubiera ordenado a los tenientes generales con mando en plaza que no secundaran el movimiento de Tejero y de Milans, caben pocas dudas de que la mayoría de ellos hubieran secundado la posición del Rey, que para ellos hubiera sido en todo caso una orden. Lo explicó con toda crudeza el teniente general Quintana Lacaci, capitán general de la Iª Región Militar (Madrid), cuya actuación frenando la salida de los cuarteles de la División Acorazada Brunete que se dirigían a tomar Madrid resultó decisiva para determinar el fracaso del golpe, cuando fue entrevistado meses más tarde por una periodista: "Si ese día el Rey me ordena salir, yo me cuadro y salgo". Las palabras de Quintana Lacaci - asesinado por ETA tres años después del intento de golpe- dan una idea de la trascendencia del comportamiento del Rey en aquellas horas decisivas porque, en definitiva, de él dependía directísimamente lo que fuera a hacer el Ejército español. Y el Ejército no secundó a los golpistas porque el Rey se puso desde el primer instante al servicio y en defensa de la democracia y de la Constitución. Como siempre decía el que fue presidente del gobierno de 1981 a 1982 Leopoldo Calvo-Sotelo, Don Juan Carlos de Borbón se ganó aquel día, al estilo de los monarcas medievales, la "legitimidad de ejercicio".
Han sido 39 años de un reinado fructífero y exitoso que bien merece le sea reconocido, y también agradecido, por los españoles
Desde aquel momento el prestigio del Rey fue en aumento entre los españoles y creció aún más cuando la ciudadanía tuvo años más tarde información precisa del papel que había jugado en los momentos decisivos y muchas veces muy arriesgados, del proceso de transición política de España hacia la democracia. Y cuando la vida constitucional de nuestro país estuvo asentada, Don Juan Carlos ejerció con brillantez y discreción extraordinaria su papel moderador y de arbitraje en la vida política española. Y prestó durante todos los años de su reinado un servicio impagable, que le ha sido reconocido y agradecido expresamente por todos los presidentes del gobierno, para colocar a España en el lugar al que aspiraba estar en el mundo. Un auténtico artista en el ámbito de las relaciones internacionales, el Rey ha estado durante todos los años de su mandato como Jefe del Estado a la cabeza de la defensa de los intereses económicos y comerciales de nuestro país en el ámbito internacional.
Han sido 39 años de un reinado fructífero y exitoso que bien merece le sea reconocido, y también agradecido, por los españoles. Ha llegado la hora de hacérselo saber y de que las nuevas generaciones sepan a su vez por cuántas razones le damos las gracias.
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