Don Juan Carlos ha sido invitado al funeral de la prima Lillibet, o sea Isabel II, última reina de imperios como si fuera una reina de dragones. Isabel II, que vio pasar a seis papas, parece que ha muerto en otro siglo o incluso en varios siglos, todos los siglos de carrozas de mazapán, mapas con candelabro y castillos colgantes en los que vivió. Isabel II compartía con el Emérito a la bisabuela Victoria, epítome del imperio inglés y de sus narices fruncidas como polisones. Pero, además, seguramente don Juan Carlos es ahora el único rey que queda viviendo en ese siglo de reyes de canastilla y armón. Después de la muerte de la prima Lillibet, don Juan Carlos parece el último de su especie o de su era, como un mamut cojo que anda entre vivo, congelado, disecado o museizado, una especie de rey de Damien Hirst. Don Juan Carlos asistirá al funeral, cree uno, para que se vea no sólo que sigue siendo rey, sino el último rey verdadero entre reyes republicanos, aplebeyados, coreográficos, reyes blandengues que diría el Emérito como un Fary de los reyes.
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