Macarena Olona, alicantina de Salobreña, andaluza de cogollo, morena decorativa y almizclada que tomó su andaluzura de los ojos de las mozas de las cocinas de cobre de Julio Romero de Torres (según su jefe de campaña), ya no es Macarena de Graná ni es na. Yo creo que Vox la ha tenido de gira como una cíngara, con crótalos en las pestañas, montada en la jaca de su cola de caballo o en un carretón de cacharros, para hacer el papel de guerrera de anfiteatro en Madrid o de aceitunera briosa en Andalucía. Seguramente ella se ha cansado, o estaba ya cansada desde que la metieron en esa cisquera de Romero de Torres, o incluso desde que la pusieron a hacer como de Xena de Vox en el Congreso, derribando a los mozos en la taberna mitológica. Hacía mejor papel de forzuda en el Congreso que de morena clara en Andalucía, pero creo que en Sevilla ella no sabía muy bien qué hacía ni para qué lo hacía. Así que dejó Andalucía, dejó la política, dejó su cuchillo de liguero y su espumadera de morena friendo huevos, pero sigue sin saber qué hacer. Ahora está entre sacar su propio partido, meterse a monja, construir una ermita o hacerse una ruta en kayak. O sea, está perdida. Y aun así puede acabar con Vox.
Macarena Olona es ahora una disidente que está en fase dispersa, como esa fase budista de los actores pero en versión señora católica, la fase de hacer la ruta de las reliquias de dedos de santo, de los monasterios con virgen gótica de tocón, de los mesones cervantinos y de las derechas artúricas o vinateras, una ruta como de Carlos Herrera o así. Vox nunca le dio a Olona más sitio que el de esa dama de ajedrez acorazada y desplegable que le asignaron, alguien que sacaban y movían como si fuera una catapulta. Olona tenía peso en los medios, donde era o es como una superestrella torera, pero no en el partido, que seguían siendo los cuatro o cinco de Curro Jiménez. En realidad, nadie se acuerda de quienes son los cuatro o cinco de Curro Jiménez, pero Vox siempre fue eso, una gran dehesa ideológica tópica, ambigua y encharcada, gobernada por unos cuantos garrochistas que a lo mejor sólo son garrochistas de gimnasio.
Macarena Olona quiso irse y no supo muy bien cómo, y quiso volver y tampoco supo muy bien cómo
Los de Vox tienen mucho cojón hipertrofiado, como un cojón de ciclán, pero pocos cuadros y pocas luces. Sólo hay que mirar fuera de Madrid, por ejemplo al vicepresidente castellanoleonés, ese García-Gallardo que se maneja en política como el dueño de una sala de fiestas de los 70. El caso es que Vox es un partido de cuatro caballistas y cuatro tópicos para la clientela, en el que uno no imaginó nunca la democracia interna ni el debate abierto, como tampoco lo imaginamos en Podemos, claro, que son su reverso especular. También Ciudadanos fue construido de arriba abajo, en su caso desde una élite intelectual hasta los trepas de contaduría y los concejales de juventud alquilados. Los nuevos partidos eran aún más verticales que los antiguos, por pragmatismo y urgencia. Olona, en fin, fue colocada en su lugar, en su almena de mujer del Cid o en su capilla de morena de relicario, y lo hacía bien con su cosa de dominatrix con cilicio. Hasta que la mandaron a Andalucía, casi un exilio, y la empezamos a ver torpe, desubicada, ridícula, todo volantes y castañueletería, con tanta fiesta encima que sólo veíamos tragedia, como una dama de las camelias con claveles.
Olona pegó la espantá muy sevillanamente, por razones médicas o repentina cojera de banderillero, que eso no lo sé. No sé si Olona quería más democracia interna o llevar también una garrocha, que la sacaran de esa Andalucía convertida para ella en un futuro de solterona lorquiana o que Abascal no la tratara como a la muñeca de la Legión. Yo creo que Olona torpeaba porque no quería estar ahí, no quería hacer lo que le habían obligado a hacer, no quería esa vida o legislatura de tejer tras unas rejas de forja y farol de cofradía, y no quería ser como el M.A. femenino de Vox, llevada y traída con engaños y narcóticos para exhibir músculo mientras son otros los que trazan los planes con puro de trinchera en la boca, a lo Telly Savalas. Lo que uno cree es que Macarena Olona quiso irse y no supo muy bien cómo, y quiso volver y tampoco supo muy bien cómo.
Macarena Olona, real hembra de los que dicen cosas como real hembra, ahora es alma en pena o peregrino en busca de redención, como Tannhäuser. Creo que nunca quiso dejar la política ni a Vox, sino sólo ser otra cosa en el partido, no ser mujer tanqueta ni mujer florero ni mujer episódica para Curro Jiménez, como ese capítulo en el que sale Isabel Pantoja en una venta, haciendo también, como Olona, de andaluza de bodegón. Pero la vuelta de Olona a Vox ya es imposible, Abascal no la quiere y ella ya ha rajado como todo disidente, como todo hereje, aunque no estoy seguro de qué ha sido primero. Lo que le queda a Olona es el convento o el cisma.
El personal se pregunta qué hace ahora Olona por caminos de fraile con borriquito y por sendas de iluminación, por ese Tíbet de huesos de santo, cristos con saya y negritos conversos, si se ha vuelto goda o se ha vuelto majara. Yo creo que se prepara para volver a la política, y desde los antiguos ese camino de renacimiento tiene cuatro fases: la putrefacción (reflexión en el aparte de su soledad o de su cueva), la purificación (peregrinaciones y caminatas entre pedregales o periódicos), la transformación (a lo mejor se transforma ante Mario Conde, con el que va a verse como con un dios de ultratumba), y luego la confirmación, cuando nos descubra su nuevo partido sin tanto garrochista ni tantas viudas en piras.
Yo creo que Macarena Olona volverá, y será un poco como la Yolanda Díaz de su lado del espejo. Macarena Olona volverá, dividirá tierna, racional y maternalmente a la derecha populista y, como suele ocurrir en estos casos, terminará matándola de pureza y amor. Incluso sin volver, creo que ya ha dividido a Vox. Tras el fin de Macarena de Graná vendrían el fin de Vox y el fin de Sánchez. El fin de una época de fígaros, tonadilleras, algarrobos, frailes y bandoleros, a ambos lados del espejo.
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