Lo que ha hecho el presidente del gobierno de la Generalitat cesando a su vicepresidente Jordi Puigneró es dar una patada hacia adelante en un proceso que se está transmitiendo en diferido porque hoy a las ocho de la mañana se reúne la cúpula de JxCat para decidir el sustituto del vicepresidente recién cesado y para dejar definitivamente claro si finalmente se mantiene la exigencia de reclamar a Pere Aragonés que se someta a una cuestión de confianza, en cuyo caso la ruptura del gobierno estaría asegurada y el paso del grupo de JxCat a la oposición obligaría al presidente a buscar otros socios para mantenerse en el gobierno en minoría parlamentaria.
Y esos socios no podrían ser más que los Comunes y en último caso los socialistas con apoyo externo para la aprobación de los presupuestos pero la urgencia de las urnas obligaría a Salvador Illa a romper ese hipotético pacto prácticamente de inmediato
Con la salida de Puigneró no está, pues, todo arreglado, aunque suponga una clara humillación por parte de Aragonés a su socio de gobierno. La cuestión es que Puigneró sabía que Albert Batet iba a plantear la reclamación de la cuestión de confianza en el debate de política general que se celebraba desde hoy.
Pero no se lo dijo al presidente. Pensó quizá que esa era una trampa en la que Pere Aragonés caería con facilidad y, puesto en la tesitura de la sorpresa, no sería capaz de negarse a someterse a esa cuestión de confianza que, con buen criterio, Aragonés considera un foco de inestabilidad que las necesidades ciudadanas no se pueden permitir en estos momentos.
Lo que hay aquí es una pugna por el control del movimiento independentista y la negativa de Carles Puigdemont y Laura Borrás, como cabezas visibles, a aceptar que la presidencia de la Generalitat les haya sido escamoteada en función de una diferencia de un solo escaño.
Dos o tres días más se ha dado el gobierno de la Generalitat para decidir si se mantiene como está o definitivamente salta todo por el aire en vísperas del para muchos de ellos sacrosanto 1-O. “Seguir en el Govern o pasar a la oposición”.
Esta es la alternativa que ha planteado Pere Aragonés a sus compañeros de gobierno del sector de JxCat que a su vez se mantienen en las tres exigencias de las que no se han apeado hasta el momento: la coordinación de un espacio de dirección estratégica del independentismo, la negociación con el Gobierno español de la amnistía y la autodeterminación y un frente común en Madrid.
No hay gobierno que resista esa tensión de ruptura inminente cada poco tiempo
No hay gobierno que resista esa tensión de ruptura inminente cada poco tiempo y en este caso con una parte de él instigando a la otra parte a someterse al examen de los primeros para comprobar si cuenta con su aprobación.
Pero eso es lo que está pasando ahora mismo en el seno de ese gobierno de la Generalitat: que el sector de JxCat sigue pretendiendo que Pere Aragonés, de ERC, se someta a su exigencia de plantear una cuestión de confianza para tenerle amarrado a las reivindicaciones del sector más radical de los de Puigdemont y Laura Borrás.
Cuando después de múltiples negociaciones y dos votaciones de investidura Aragonès cometió la ingenuidad, o la torpeza, o quizá entonces se vió obligado a ello, de aceptar que a mitad de la legislatura se sometería a una cuestión de confianza, que es lo que le reclaman ahora los de JxCat con la intención de tener cogido por el cuello al presidente de la Generalitat y someterlo a sus propias exigencias, cometió un error que ahora está pagando en forma de inestabilidad. A esa estrategia se ha sumado ahora la CUP, con lo cual, la posición de Pere Aragonés es sumamente frágil.
Los de ERC han abandonado hace mucho tiempo las fantasías independentistas y ahora optan de nuevo por una fórmula como la de Canadá, aun sabiendo que ese experimento desembocó en un fracaso rotundo de las pulsiones independentistas y al consiguiente descenso del secesionismo en la provincia de Quebec hasta niveles infinitesimales.
Es decir, han comprendido ahora, bastante tarde, pero bueno sea, que el Estado español es mucho más fuerte de lo que nunca imaginaron y que, además, el reconocimiento de una república independiente de España era una quimera que nunca hubiera sido reconocida por el mundo libre.
Y eso es lo que los radicales de JxCat con Laura Borrás y Carles Puigdemont a la cabeza no quieren aceptar porque se les hunde el tinglado y porque tienen a una parte de la población todavía sumida en la fantasía de la secesión, y a esas gentes no se les puede decir de la noche a la mañana que han sido miserablemente engañados.
Hay que mantener en consecuencia la ficción tanto como sea posible. Pero ese es un asunto que hoy ha quedado diluido en esta crisis que no ha terminado todavía y de la que estamos viendo el enésimo capítulo pero no su final.
Y, a tenor de lo visto, parecería que en Cataluña no hay otro asunto del que ocuparse más importante que ese. Salvo el hecho de que los catalanes, como el resto de los españoles y de los europeos, están preocupados por el aumento del coste de la vida, que está en dos dígitos.
El hecho es que el presidente de la Generalitat había anunciado un plan anticrisis por valor de 300 millones de euros con ayudas para alquileres, transporte, material escolar, y un sinfín de asuntos que están en las preocupaciones de la ciudadanía. Pero ese anuncio pasó sin pena ni gloria porque Albert Batet planteó en el debate la cuestión de confianza que tanto ha irritado a Aragonés.
Y tiene razón porque lo que le falta a ese gobierno es una nueva dosis de inestabilidad, en un momento de gran incertidumbre internacional y grandes problemas nacionales, como la que planeaban los miembros de JxCat.
Porque, preguntados uno por uno, de los miembros del equipo de gobierno si ellos estaban al tanto de que Batet iba a plantear esa exigencia, que en opinión de Pere Aragonés supone tanto como retirar la confianza a su persona, las respuestas han sido lo bastante provocadoras como para que el presidente de la Generalitat haya hecho un último movimiento y haya convocado al secretario general de Junts Jordi Turull con el que ha tenido una conversación que ha durado nada menos que tres horas, hasta las 11 de la noche sin que nada haya quedado cerrado a pesar de eso.
Continuará...
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