Emiliano García-Page, con empaque de apoderado de los toros, se ha proclamado “autónomo” en su partido y ha llamado “error de bulto” y “frentismo barato” a eso de enfrentar a ricos y a pobres como si fueran nueras y suegras. El pobre y el rico son un truco evangélico, están hechos para parábolas y villancicos y hoy en día ya sólo tienen el objetivo de pescar primos y llenar el cepillo. Sin duda Page sabe que el cuento sirve, más que para otra cosa, para vivir del pobre, de salvar pobres procurando a la vez que nunca falten (como los pecadores). La trampa la han usado revolucionaros mellados, dictadores con gorra de cenefa y estafadores de alfombra persa, y no tiene que ver con la igualdad ni la justicia sino con vender Jauja. Al pobre se le dice que todo lo que no tiene él lo tienen los ricos, que basta con cogérselo a los ricos, pero luego, cuando se les ha quitado todo a los ricos, resulta que sigue habiendo pobres o aún más pobres, pobres verdaderamente asombrados, y los únicos ricos son los que antes clamaban contra los ricos. Es una especie de inmenso efecto Galapagar que recorre la historia.
Page no es que sea un facha, sino que no gobierna un guiñol de cristobitas con garrote y bruja, que es como pretende gobernar Sánchez. Sánchez, acorralado por las encuestas y por la realidad, sacó eso de los señores de los puros, que están entre aquelarre de Goya y Sabios de Sion, y no puede salir de ahí porque en realidad no tiene más. Siguiendo el guion, el villancico, la historia del desastre de todos los populismos de migajón, las revoluciones de soga y los autócratas con borriquillo, todo lo que nos falta lo tienen los ricos y sólo hay que cogérselo, sacárselo de la chistera sudada, del bolsillito con reloj de cadena de ancla, de la platea de ricos que se imaginan. No es ya subir o bajar impuestos, es que no haya otra política económica a la vista que quitarle al rico su joya del meñique, como un anillo de cardenal, y darle al pobre mucha sopa de cebolla, mucho cheque del ministerio y mucho bono con campanilla, que así parece un pobre de Nochebuena, un pobre de Plácido.
Además de pensar en la supervivencia, hay un PSOE que empieza a sentir vergüenza de este sanchismo del estribillo, la ocurrencia y la pereza
Sánchez ha podido acordar con Yolanda Díaz unos presupuestos sin más que prometer una buena cosecha de ricos, gordos ricos de tripa cereal, con la vicepresidenta posando en el sofá blanco como una ninfa báquica. Yo creo que Yolanda Díaz aún confía en la siega del rico o riquérrimo, de esas grandes fortunas barrocas adornadas de espigas doradas y soperas de caza. Yolanda Díaz, con su cestita de Caperucita y su cosa de ir o venir flotando de oír a un cantautor en sandalias, a mí me parece que se cree sinceramente que todo es cuestión de hacer un inventario de ricos y sus huevos de Fabergé para compensar al pueblo. Sánchez, en cambio, no es que confíe en la buena cosecha de ricos, sino en la euforia de ese efecto Jauja o efecto Aladino. Sánchez espera que el pimpampún de ricos y el pote de la parroquia sean suficientes para que él, o sea el bloque confuso e iconoclasta de la izquierda, gane. Por lo que se ve, Page no es tan optimista o no es tan torpe.
Page se ha proclamado “autónomo” o quizá rebelde con esto de la guerra de cachiporra contra los ricos, como ya lo ha hecho con otros asuntos. Es cierto que Rajoy, en el foro de La Toja, donde los expresidentes se vuelven a dar como friegas sanadoras de público y barro, dijo el otro día algo parecido sobre esta vieja cuestión revolucionaria o bíblica del pobre y el rico. Pero yo creo que esto ya no tiene que ver con la ideología, ni siquiera con la urgencia práctica de que un sanchismo perdedor, desesperado y hasta ridículo pueda cargarse a los recios barones como Page. Yo creo que, además de pensar en la supervivencia, hay un PSOE que empieza a sentir vergüenza de este sanchismo del estribillo, la ocurrencia y la pereza, que cosas como la cogobernanza o la exprimidora de ricos parecen ya la última pereza, como el sándwich de kétchup.
Desde esa Moncloa que alquila para Sánchez vestales con pétalos y huérfanos agradecidos, han visto que la propaganda de unos ricos descoyuntados puede ser igual de efectiva, ahora que seguramente ya es tarde, después de tantos años, para ponerse a gobernar. Page parece que vislumbra que esa propaganda a él no le va a servir, o lo convierte en otro figurante, o lo que es peor, en un mal gobernante. La verdad es que esa visión estanca y enfrentada de las clases sociales a uno le parece medieval como los estamentos. Aquí tenemos pobres y ricos, currantes y empresarios, tiesos y vividores, explotadores y vagos, santos inocentes y señoritos de fusta, duquesitas pobres hechas de pastelería e hilo de bordar y millonarios de la ferralla o el trap, y todos merecen ser tratados como ciudadanos, no como personajes de la comedia del arte, como categoría moral, como leitmotiv histórico, como latiguillo para salir del paso o como excusa para la pereza. O sea que se les pueden subir o bajar los impuestos, pero no como se sube o se baja una guillotina o un telón o un hisopo o un dedo.
Los ricos y los pobres, así, en dos sacos, en dos bolsillos, en dos mangas, son cosa de trileros, mercaderes con lupa de joyero y predicadores cachetudos de los cielos endomingados o revolucionarios. La propuesta es burda, como es burdo Sánchez, pero además es catastrófica. Ese mondador de ricos es como una estafa piramidal, así sólo conseguiremos más deuda y más ruina, aunque, desde luego, a cambio tendremos unos graciosos señores en calzoncillo y chaqueta de frac a los que tirar huevos proletarios y justicieros. Ni a Page, ni a otros como Page, ni a otros muy diferentes a Page, ni al país cree uno, les bastan la venganza histórica, el tartazo sacramental ni la chistera fondada de los ricos. A Sánchez esto le da igual. Desde la Moncloa, lugar de pereza acuática y atinajada, como un Bagdad de cuento o un Galapagar de domingo, el presidente no es que frote la lámpara maravillosa, sino que vende una a cada incauto, a cada primo.
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