Es más que posible que usted haya accedido a este reportaje a través de su smartphone de última generación, de su tablet o de su ordenador portátil. Todos estos dispositivos electrónicos tienen una cosa en común: requieren de un mineral de color negro pizarra para poder funcionar. Un mineral llamado coltán; y que es producto de la unión de otros dos metales: Columbita y Tantalita.
El coltán es un mineral escaso y muy preciado. República Democrática de Congo posee el 80% de las reservas mundiales de este nuevo ‘oro negro’. Doy por sentado que usted, lector, ya sabía todos estos datos porque este no es el primer reportaje que se hace sobre este mineral y, por desgracia, tampoco será el último.
Pero, ¿y si le digo que su smartphone de última generación, que su tablet o que su ordenador portátil están manchados de sangre? ¿Sabía que cada kilo de coltán le cuesta la vida a dos personas en Congo? Ese mineral tan codiciado por los occidentales financia un baño de sangre en el corazón de África. Más de 120 grupos armados se lucran de la extracción ilegal de coltán para comprar armas con las que cometen masacres masivas sobre poblaciones civiles, violan indiscriminadamente a mujeres y niñas y secuestran a niños para convertirlos en máquinas de matar.
Todo esto, aunque no lo crea, ocurre a miles de kilómetros de aquí, y ocurre para que usted y yo podamos disfrutar de las nuevas herramientas tecnológicas que nos ha regalado el siglo XXI. Esto convierte al coltán en la ‘estrella’ de los minerales de sangre. Sí, usted y yo tenemos las manos manchadas de sangre.
Los esclavos del coltán
Manguredjipa, a más de 450 kilómetros de la ciudad de Goma, es una modesta aldea situada en la región de Kivu Norte. No tiene hospitales, ni colegios, ni hoteles… a decir verdad, no tiene casi ningún atractivo, salvo uno: una mina de coltán. Eso en la República Democrática de Congo son palabras mayores.
Jornadas laborales de más de 14 horas en la mina a cambio de un euro
Esta aldea se encuentra en territorio Mai-Mai, uno de los múltiples grupos rebeldes que operan en Congo,tristemente populares por sus masacres, sus crímenes contra la humanidad, sus violaciones, su reclutamiento forzado de niños para convertidos en soldados y… por usar el coltán para perpetuar su lucha contra el gobierno congoleño y contra sus enemigos naturales, los milicianos ugandeses y ruandeses (se estima que en Congo hay 40 grupos guerrilleros financiados por el gobierno de Ruanda).
Las condiciones de la mina rozan la esclavitud. Jornadas laborales de más de 14 horas a cambio de un euro. Soldados rebeldes, armados con varas de madera, para golpear el lomo de los mineros para que trabajen más deprisa. Mujeres, algunas de ellas embarazadas, buscando el mineral para poder cambiarlo por algo de comida. O niños, muchos de ellos ni llegan a los 12 años, obligados a trabajar dentro de los túneles, ya que su tamaño es el idóneo para poder extraer el mineral que está en el interior. UNICEF denuncia que en Congo hay más de 40,000 menores trabajando en las minas de mineral.
No hay día que no se produzca un accidente laboral. La media es de un minero muerto al día. En temporada de lluvias la cifra se multiplica, ya que las avalanchas de tierra o los derrumbes dentro de los túneles son frecuentes. Pero la extracción de coltán no se detiene por nada ni por nadie. Ni siquiera por un minero enterrado. Hay minas que se conocen, popularmente, como fosas comunes, por la cantidad de mineros que yacen bajo la tierra.
Tráfico ilegal de coltán
Esta mina no existe. Bueno, existir existe pero se supone que ‘oficialmente’ está cerrada. La mina de Manguredjipa está considerada como ‘roja’. Es decir, es una mina controlada por un grupo rebelde y las condiciones laborales no son óptimas. Así las cosas, tanto el gobierno congolés como las Naciones Unidas prohíben la compra del coltán de minas ‘rojas’.
Pero comprobar que las minas son ‘rojas’ o ‘verdes’ (las oficiales, donde los trabajadores tienen unas mínimas garantías) el gobierno debe desplazarse al lugar para comprobar que las explotaciones mineras no están en manos de grupos rebeldes, no trabajan menores y no hay mineros forzados a trabajar. Es una labor tediosa. En cinco años sólo 140 minas, de las 5.000 que hay en todo el país, han sido declaradas como ‘verdes’ (el 2,8%).
El coltán que se extrae de la República Democrática del Congo no debería llegar a nuestros dispositivos electrónicos. Pero, como todo en esta vida, hay subterfugios para convertir lo ilegal en legal. Y en el corazón de África son expertos en solucionar este tipo de problemas.
“¿Coltán? ¡De la mejor calidad! Tiene un 40% de tantalita”, afirma un vendedor sumergiendo las dos manos en una bolsa de plástico. Al sacarlas del interior muestra su producto. El coltán. “Un kilo 10 euros. Es una ganga y de la mejora calidad”, repite. “No encontrarás nada igual y en Goma te costará cerca de 30 euros el kilo”, comenta el comerciante.
Ruanda se ha convertido en el principal lavadero de coltán del mundo.
En Manguredjipa el coltán está tan presente que se puede comprar incluso en las tiendas de ultramarinos. Pero este mineral continúa siendo ilegal. Es un mineral de sangre. “Para hacerlo legal se puede comprar un papel. En Congo, con dinero, todo se puede comprar. Otra de las fórmulas para limpiar el mineral es pasarlo a Ruanda. Una vez allí, ya nadie pondrá en duda la procedencia y las grandes multinacionales te lo quitarán de las manos”, nos advierte un traficante que compra el producto a los rebeldes pero también a mineros y a taxistas que se sacan un extra robando el mineral de las minas.
Ruanda. Esa es la clave. La solución a todos los quebraderos de cabeza de las grandes multinacionales. Ruanda es el principal productor de coltán del mundo pero, cosas del destino, no tiene reservas de este mineral. ¿Entonces, cómo es posible? Sencillo. Este país africano se ha convertido en el principal lavadero de coltán del mundo. Hasta aquí llega coltán congoleño y con dinero y los contactos adecuados es posible acabar convirtiéndolo en mineral limpio. Y adiós problema.
¿Qué hace occidente?
En 2010, Estados Unidos, viendo la incongruencia de comprar un mineral a un país que no tiene reservas, intentó regular el mercado con la aprobación de la ley Dodd-Frank, que obligaba a las empresas norteamericanas a garantizar que las materias que usan para fabricar sus productos no proceden de zonas en conflicto y no sirven para financiar el derramamiento de sangre. Esto incluía minerales como el coltán, casiterita, wolframio y el oro.
Apple, Boeing o Tiffany & Co, el 80% de las empresas desconocían la procedencia de los minerales que usaban.
Según un informe de Amnistía Internacional, que analizaba 100 de los informes presentados por 1.312 empresas norteamericanas como Apple, Boeing o Tiffany & Co, el 80% de las empresas desconocían la procedencia de los minerales que usaban. Es decir, no sabían si estaban utilizando minerales de sangre; mientras que el 4% confesó que procedían de la República Democrática del Congo.
El Parlamento Europeo también ha decidido poner freno a los minerales de sangre exigiendo a las empresas que lo comercializan apliquen ciertas normas éticas básicas. La norma entrará en vigor a partir del 2021, en ese momento los importadores europeos de estaño, wolframio, tantalio y oro deberán comprobar que las materias primas no provienen de zonas de guerra o se han utilizado para financiar a grupos armados. Los detractores critican que el reglamento deja varios flancos abiertos: obliga únicamente a los importadores de esos cuatro minerales –dejando fuera, por ejemplo, al coltán; no afecta a la importación de los productos manufacturados que contengan minerales de conflicto.
El total de refugiados congoleños alcanza los cuatro millones (más que Siria, Yemen o Irak)
Cabe recordar que en la Unión Europea hay 880.000 empresas que usan el estaño, el tántalo, el tungsteno y el oro en la producción de bienes de consumo. Congo lleva dos décadas sumergido en una cruenta guerra que ha dejado más de cinco millones de muertos.
En 2017, 1,7 millones de personas se han visto obligadas a huir de sus hogares debido al incremento de la violencia que ha elevado el total de refugiados congoleños hasta los cuatro millones (más que Siria, Yemen o Irak). Más de 5,500 civiles abandonaron cada día el Congo para salvar sus vidas. Mientras que existen 7,7 millones de personas que padecen inseguridad alimentaria grave, un 30 por ciento más que el año anterior. Congo es lo más parecido al infierno y nosotros, con nuestros smartphone de última generación, de su tablet o de su ordenador portátil, somos responsables.
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