Irene Montero, que confunde las leyes con los antojos o con los tangos, no sólo ha llamado machistas, con mucho asco en la che, a los jueces que están aplicando la ley, su ley (su ley como su balón, que también en nuestra infancia era una ley eso de que el dueño del balón siempre manda). No, además les ha acusado de estar incumpliendo la propia ley, o sea de prevaricar. Montero, ministra de su recreo, con su ley como un té de muñecas peponas, no entiende que los jueces están obligados a hacer cumplir las leyes, no a diseñarle a ella pancartas, ni a decorarle tazas, ni a hacerle la pelota a la dueña de la pelota intentando adivinar qué le gustaría para la merienda o para su querido diario. Esa ley es una chapuza, una pingaleta escolar, una pintada de lavabo, una exigencia más de propaganda o de peineta que de justicia. Pero hasta las leyes chapuzas tienen que cumplirse. Si donde antes ponía un 8 ahora hay un 6, el juez no tiene ni machismo ni feminismo que meter ahí. Aunque todo sería más sencillo si la misma Montero lo juzgara todo, sin ley y sin jueces, sólo ella acompañada por muñecos de ventrílocuo, soldaditos de plomo y señoras Potato.
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