Estaban en unas carpetas azules, en los muebles bajos de su despacho en la casa familiar de alquiler. El mismo en el que escribía sus sentencias. Lo solía repetir con frecuencia a sus hijos. “Valgo más muerto que vivo, recordadlo”. En su interior, varias pólizas de seguros de vida aguardaban para ser cobradas si le sucedía algo. Ese algo, del que estaba convencido que ocurriría, era morir asesinado por ETA. Quién sabe si junto a su esposa, solo en plena calle o en los juzgados. José Francisco Mateu Cánovas lo tenía todo planificado, incluso blindar el bienestar de sus hijos si quedaban huérfanos.
El 16 de noviembre de 1978 aquellas carpetas ya podían ser abiertas, la banda terrorista había cumplido su premonición maldita. Ocurrió a 200 metros de su casa, en Madrid, a primera hora de la mañana. El magistrado del Tribunal Supremo y anterior presidente del Tribunal de Orden Público (TOP) recibía varios disparos cuando iba caminando hacia su trabajo. Murió en el acto.
Lo que quizá nunca imaginó en vida es que su muerte no sería la única que llorarían en casa. Tampoco que aquellas pólizas de vida jamás mitigarían siquiera un ápice tanto dolor. El quinto de sus hijos nunca las disfrutó. Era el que jamás se perdía sus historias, el que siempre abría los ojos cuando le relataba los años de la guerra, sus vivencias en el frente franquista o sus andanzas en la División Azul. Ignacio no llegó a entender por qué si la vocación de su padre era ser militar terminó haciéndose juez. Él cubriría esa aspiración frustrada.
Cuando ETA le dejó huérfano, como a sus seis hermanos, y viuda a su madre, tenía 19 años. Ya había decidido que quería ingresar en el ejército. Cursaba el primer curso de formación en la academia. Aquella triste mañana del 78 su vocación se transformó en rabia. El viaje, sólo con su pena y recuerdos, en tren desde Madrid a Zaragoza para enterrar a su padre ayudó a ello. Su nueva aspiración sería convertirse en guardia civil para derrotar a ETA, para acabar con los que le arrebataron a su padre. Y lo haría en el lugar más peligroso: el cuartel de Intxaurrondo.
La Fiscalía decidirá próximamente si encausa a 'Kubati' y Latasa Getaria por el asesinato de Ignacio Mateu hace 32 años. Ambos están en libertad
Sólo lo pudo intentar. Ocho años después, el 26 de julio de 1986, la banda terrorista lo asesinó con una bomba. Sus asesinos quizá no lo buscaron, pero con aquella detonación acababan de dar un segundo zarpazo mortal a una familia. El tiempo se encargó de darle el tercero…
32 años después su muerte continúa sin culpables. La muerte de su padre sí tuvo condena: Henri Parot la recibió por ser el autor; 29 años de prisión. Pero la suya, la de Ignacio, continúa tres décadas más tarde sin culpables.
Objetivo: acabar con ETA
Cuando se lo contó a su madre sabía que sería un trago amargo. La vida en Intxaurrondo no era fácil. ETA ya le había arrancado a su marido, presentarse voluntario para ser destinado en San Sebastián, era volver a jugar una macabra lotería.
Fueron apenas tres años los que Ignacio pasó en el cuartel más peligroso de España en aquellos difíciles 80. A la amenaza y ataques constantes de ETA y su entorno se sumaba la carencia con la que debían trabajar los agentes. En casa contaba cómo los chalecos antibala eran insuficientes y debían echarlos a suertes entre los compañeros cada vez que salían a alguna operación. También que los vehículos en los que viajaban por el País Vasco sólo tenían los laterales blindados, no los bajos, donde ETA colocaba a menudo sus bombas. Y que la munición para hacer prácticas de tiro escaseaba demasiado.
A Ignacio Mateu Isturiz aún le recuerdan con cariño en Intxaurrondo. Incluso una de las salas del acuartelamiento lleva su nombre. Está situada sobre el hall en el que un panel rememora a los cien agentes de la Comandancia de Gipuzkoa asesinados por ETA. En ella varios murales muestran algunos de los documentos de la investigación llevada a cabo para esclarecer su caso: imágenes del lugar del atentado, las esposas con las que se detuvo a ‘Kubati’ o del día en el que su madre recibió la Cruz de Plata de la Orden del Mérito de la Guardia Civil concedida dos días antes de su asesinato.
'Nacho' se hizo guardia civil y pidió Intxaurrondo. Contaba cómo los chalecos antibala eran insuficientes y debían echarlos a suertes"
Su causa había sido archivada por falta de pruebas. No había culpables. Ahora sus compañeros de cuartel quieren quitarse una de las muchas espinas clavadas por tanto asesinato sin resolver. Tras insistir en la investigación de aquella bomba-trampa -en forma de lanzagranadas- han obtenido resultados para reabrir la causa. Colocada en un monte de Aretxabaleta (Guipúzcoa), la noche anterior había arrojado varios proyectiles contra el cercano cuartel sin provocar grandes daños. Sólo era un señuelo. Cuando Ignacio Mateu y su compañero Adrián González acudieron para inspeccionar aquellos tubos la bomba que ocultaban estalló.
‘Kubati’ y Latasa Getaria, posible autores
El pasado 5 de febrero varios agentes de la Guardia Civil fueron citados ante el Juez Ismael Moreno para corroborar el detallado informe que sitúa a dos históricos -ya ancianos y en libertad- ex militantes de ETA, José Antonio López Ruiz, ‘Kubati’ y a José Miguel Latasa Getaria, ‘Fermin’ como presuntos autores. A la huella identificada en los tubos con los que se lanzaron las granadas se suman nuevos indicios por el modo de actuación de los comandos operativos en aquel año, por los materiales empleados, etc. Un informe clave que puede llevar de nuevo a prisión a ‘Kubati’ y Latasa Getaria. Ambos ya declararon la pasada primavera por videoconferecnia en este caso. La Fiscalía deberá pronunciarse próximamente ante su posible procesamiento.
‘Kubati’ salió de la cárcel en noviembre de 2003 tras cumplir 26 años privado de libertad. Acumulaba condenas por un total de 1.210 años de prisión por el asesinato de 13 personas y otros 16 asesinatos frustrados. A sus 64 años se ha convertido en portavoz y uno de los rostros del colectivo de presos de ETA, el EPPK, que promueve el acercamiento de etarras presos a cárceles del País Vasco y es partidario de dar pasos individualizados –con el límite de la “delación” de compañeros- para solicitar beneficios penitenciarios.
Para la familia es muy doloroso verles tomando vinos, con los indicios que pesan sobre ellos"
José Miguel Latasa Getaria también está libre desde finales de 2013. Natural de Ordizia, el mismo municipio que ‘Yoyes’, en cuyo atentado ambos participaron, a sus 69 años permanece alejado del colectivo de presos. Expulsado de ETA, a la que cuestionó, la banda llegó incluso a planificar su asesinato. En octubre del 2014 intentó suicidarse en el garaje de su casa conectando una tubería de goma desde la salida de humos del vehículo hasta su interior. Una mujer alertó de lo que sucedía y pudo ser rescatado.
Ahora la familia Mateu Isturiz esta esperanzada. Confía en que ambos puedan ser procesados y, en su caso, si son declarados culpables, paguen por el asesinato de Ignacio. “Confío en que puedan ser procesados. Deben pagar por sus actos, no sólo por nuestra satisfacción moral y por lo que debemos a nuestro hermano sino porque puede ser un acicate para las más de 300 familias que no saben quién asesinó a su ser querido”. Quien habla es Jaime Mateu Isturiz, cuarto hijo de José Francisco y Eugenia, y hoy diputado en el Congreso por el PP. Subraya que el informe elaborado por los servicios de información de la Guardia Civil y que han permitido reabrir la causa puede desmontar la defensa de ‘Kubati’ y Latasa Getaria, que insisten en que no fueron los autores. “Para la familia es muy doloroso verles tomando vinos con los indicios que pesan sobre ellos. Por eso queremos que se ponga a buen recaudo a ambos”.
"Era como estar en una guerra"
Jaime recuerda cómo tras su asesinato su madre jamás se recuperó. “La herida de la muerte de mi padre estaba aún sin cicatrizar. Habían pasado sólo ocho años”. No olvida cómo el asesinato de su padre hirió a la familia y la de su hermano, años después, la dejó dolorida de por vida. “Pese a todo, mi madre siempre decía que fuéramos con la cabeza alta, que no nos debían ver con la cabeza baja, no nos habían derrotado”. Pero por dentro, su vida se fue apagando. Si tras el atentado de su marido adelgazó de modo notable, tras enterrar a Ignacio su metabolismo le hizo engordar, “el disgusto, la pena, le cambio hasta el metabolismo”. Aún recuerda cómo al llegar al hospital de Vitoria donde fue trasladado aún con vida Ignacio su madre llegó casi sin aliento, “tenía 27 de pulso”.
La herida de la muerte de mi padre estaba sin cicatrizar. Habían pasado sólo ocho años cuando mataron a mi hermano"
Aquella posibilidad también había estado sobre la mesa en más de una comida familiar. Lo hacía en su mente desde que el corazón se le desgarró al escuchar a su hijo que partía ‘al norte’, a Euskadi. Ignacio sabía que ir a Intxaurrondo suponía asumir riesgos. “El contaba que en realidad estaba en una guerra y que en las guerras se dispara y puede morir alguien, de un bando u otro. Sabía que estaba en riesgo”. Sólo un mes antes de que una bomba lo matara, “Nacho” había colaborado económicamente para pagar el traslado para el entierro de Francisco Muriel, otro compañero asesinado por ETA: “Nacho era muy generoso, la gente le quería mucho. Siempre estaba dispuesto a ayudar a los suyos. Tenía éxito con las chicas, era deportistas, empático, etc. Tenía una novia con la que pensaba casarse pero todo se truncó”.
Los Mateu Isturiz son una de las pocas familias que suman dos víctimas en la lista negra de asesinados por ETA. Jaime tiene hoy casi 61 años. Cuando mataron a su padre era un joven de 21 años. No olvida cómo en su juventud las amenazas en casa eran frecuentes. Llamadas de teléfono, cartas, seguimientos… En los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición la amenaza contra ETA se libraba casi sin medios. Su padre, entonces presidente del Tribunal de Orden Público, sabía que tenía muchos enemigos, “se la tenían jurada”, dice: “Por aquel Tribunal había pasado gente del Partido Comunista, dirigentes sindicales, políticos, etarras, etc. El proceso 1.001 –que condenó a la dirección de CCOO-, por ejemplo, se inició el mismo día que ETA asesinó al almirante Carrero Blanco”.
La Almudena, lugar de ‘peregrinación’
Hasta entonces, José Francisco Mateu había sido una presa fácil. Poco después volvería a serlo. Sin escolta ni vehículo propio, acudía caminado a su trabajo. El día que una bomba de ETA mató a Carrero Blanco la Administración del Estado le puso protección. Años después, una remodelación en la dirección de Seguridad del Estado le dejó, por sorpresa, sin ella, “se lo comunicaron los propios agentes”. Volvía a ser una presa fácil. Meses más tarde, ETA lo mató.
Ahora las víctimas tenemos dos luchas pendientes, la lucha por el relato y la lucha contra el olvido. Los vientos que corren son de olvido absoluto"
Eugenia, su madre, murió en 2010. Hoy está enterrada en la sepultura familiar en el cementerio de La Almudena junto a los restos de su padre, su hermano y otra hermana. Jaime es el encargado de que nunca falten flores a los pies de la lápida, “claveles rojos y amarillos”, puntualiza. Y oraciones por ellos, “mi padre era muy religioso, nosotros lo somos”. Está convencido de que “la Justicia divina” ya les habrá juzgado pero entretanto reclama “la humana”: “Ahora las víctimas tenemos dos luchas pendientes; la lucha por el relato y la lucha contra el olvido. Los vientos que corren son de olvido absoluto y no lo podemos permitir”.
Hasta que eso ocurra, la familia Mateu Isturiz seguirá recordando a sus muertos, a los naturales y a los impuestos. Lo hace legando a hijos y nietos lo sucedido, “con pelos y señales”, apunta Jaime, para que no se olvide lo padecido. “Para nosotros el cementerio de La Almudena, la sepultura familiar donde están enterradas mi madre, mi padre y mi hermano, se ha convertido en algo así como un lugar de peregrinación”.
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