A mediados del próximo mes de enero, el Polisario se dispone a celebrar su decimosexto congreso, nada menos que cincuenta años desde su fundación allá por los años setenta del siglo pasado. Cualquiera puede imaginarse el resultado ya de antemano, el cual se repite cada tres o cuatro años con el mismo guion y puesta en escena.
Un congreso compuesto por delegados, en su mayoría militares y mujeres, previamente seleccionados a través de documentos y resoluciones prefabricadas desde meses antes por el Comité Preparatorio, integrado por altos cargos y miembros de la dirección política. La reelección de estos últimos en el Congreso tampoco deparará grandes sorpresas, habida cuenta de la imposición derivada de las cuotas tribales que suele proyectarse en el escrutinio final. En fin, todo calculado al estilo norcoreano.
La presencia e intervención en el acto inaugural de invitados extranjeros, la mayoría provenientes de los grupos solidarios cercanos a la extrema izquierda española, así como de sus nacionalismos periféricos o independentismos, forman parte del escenario previsto. Son cada vez menos numerosos y representativos, pero eso sí, muy ostentosos. Todos desfilarán por la tribuna de oradores para dar al evento una pretendida dimensión internacional y mostrar que el estancado “proceso de liberación” acumula un creciente apoyo universal.
Pese a la importancia y gravedad de los acontecimientos de los dos últimos años, el debate y los discursos se centrarán, como siempre, en los “logros de la revolución”, destacando los viajes presidenciales por algunas capitales africanas, aunque solo fuese para inspeccionar un terreno donado o para un mero acto de presencia como “convidado de piedra” en una determinada conferencia que en ningún caso producirá resultado alguno para la causa, más allá de los “selfies” de recuerdo.
Nadie interpelará a la dirección política saliente y entrante
Nadie interpelará a la dirección política saliente y entrante, que suele ser la misma, por la torpe decisión relativa a la ruptura del alto el fuego y sus nefastas consecuencias sobre el terreno. Se pasará por alto que el llamado “territorio liberado” dejó de existir y que decenas de jóvenes empujados hacia el suicidio pierden la vida a diario víctimas de los drones marroquíes. Tampoco se hablará de la inseguridad y deterioro de las condiciones de vida dentro de los campamentos ni de la frustración de los jóvenes que lo habitan, y menos aún de los retrocesos diplomáticos o del fracaso del enésimo enviado Especial de la ONU. El guion no lo contempla.
El Polisario, fundado por un grupo de jóvenes inmaduros nacidos y crecidos en la paupérrima y aislada localidad marroquí de Tantan, se ha quedado congelado en el tiempo. Los protagonistas, hijos de ex miembros del ejército de liberación creado por Marruecos para expulsar al colonialismo español y francés de la región, dieron sus primeros pasos deseando proseguir la gesta de sus progenitores. Sin embargo, el proceso se torció cuando el azar llevo al jefe del grupo, El Uali, a toparse con los espías y mensajeros del recién estrenado líder de la revolución libia, el Coronel Gadafi. El momento no podía ser más propicio. Arreciaban la guerra fría y las luchas anticoloniales en África, y en España el régimen estaba en plena decadencia una vez entrado el tardofranquismo.
A partir de los primeros contactos en Nouakchott y Trípoli, recientemente relatados por el ex espía libio Al Gachat, el grupo de Tantán quedo seducido por las ideas revolucionarias y “dólares” del Coronel, abrazando sin titubear su proyecto antimperialista y progresista para la región. Diez días después de su constitución, forzada por bíceps en dependencias de la seguridad libia según la versión de Al Gachat, el Polisario, sin consultar ni tomar en cuenta la opinión de los saharauis autóctonos del territorio, decidió entrar en guerra con los españoles dando al traste con el proceso descolonizador abierto tímidamente por Madrid en el Sáhara Occidental.
Como prueba de lealtad al proyecto panárabe de Gadafi y su “Tercera Teoría Universal” los dirigentes del Polisario no dudaron en usar la imagen, la bandera y el método de los fedayines palestinos. También implementaron en los campamentos de refugiados, improvisados en las proximidades de Tinduf, el sistema de comités y congresos de base y generales extraídos del modelo libio. La pretensión era fundar una segunda “Yamahiriya” en el Sáhara, dentro de un plan global para revertir los regímenes de la región considerados capitalistas y reaccionarios. El entonces Secretario General del Polisario lo declaró públicamente en uno de sus discursos afirmando que el territorio de Saguia El Hamra y Río de Oro, es decir la colonia española, “no será libre mientras no se tumbe a los regímenes reaccionarios de Marruecos, Túnez y Mauritania”.
Tras ser abandonado por su principal padrino y depender exclusivamente de la Argelia del FLN, el movimiento no pudo avanzar en su proceso liberador
Desde entonces el Polisario, como organización política, se ha quedado atrapado en el túnel del tiempo. Tras ser abandonado por su principal padrino, y depender exclusivamente de la Argelia del FLN, el movimiento no pudo avanzar en su proceso liberador, limitándose a gestionar los campamentos de refugiados de Tinduf, en el inhóspito y aislado desierto del Sur de Argelia. Allí quedó en el limbo, al abrigo de las tempestades y vientos del cambio que soplaron de los cuatro puntos cardinales. Ni siquiera se percató de las transformaciones ejemplares del país anfitrión, donde el FLN dejó de ser partido único. Pasados los años, el liderazgo del viejo movimiento resiste gracias al modelo político heredado de Gadafi, un sistema totalitario impuesto y regido por patrones de adoctrinamiento y control policial propios de una ficción “orwelliana”.
En el Polisario la disidencia política se prohíbe; no se tolera bajo ningún concepto que se cuestione la línea política, el pensamiento, y la verdad absoluta que emana del liderazgo. Los máximos dirigentes son infalibles, y sus actos e incluso fechorías son igualmente irreprochables, aunque hayan incurrido en errores políticos estratégicos, casos de corrupción moral aberrantes o crímenes atroces. El comportamiento y conducta de sus líderes, por muy perversos o deleznables que parezcan, siempre encontraran a una chusma disponible que los banalice y los atribuya a invenciones y maquinaciones de la propaganda “enemiga”. Todo ello basado en un falso relato instalado por el propio Polisario desde hace décadas a beneficio de su imagen, y en el que los receptores de dicho relato viven engañados y ajenos a la realidad. Así ha transcurrido medio siglo.
Recientemente la dirección política del Polisario reconocía por primera vez su “leyenda negra” admitiendo haber cometido violaciones de derechos humanos y abusos contra ciudadanos en los años 70 y 80. Se anunció un plan, de discutible seriedad, para “reparar materialmente” a las víctimas de su represión. Se trata de cientos de personas que permanecieron por más de una década en la tenebrosa prisión de “Rashid”, sin juicios previos, expuestos a todo tipo de torturas, vejaciones y ejecuciones extrajudiciales. La mayoría eran saharauis que dejaron sus puestos de trabajo en Europa o voluntarios mauritanos que decidieron incorporarse a la lucha. No menos de cincuenta sucumbieron en condiciones carcelarias propias de la edad Media. Muchos otros salieron con estigmas físicos y psicológicos indelebles. Las víctimas sobrevivientes y sus familiares exigen una reparación moral, así como la depuración de responsabilidades políticas, antes que la compensación material.
En su larga trayectoria, el Polisario ha sembrado entre la población saharaui bajo su control un concepto de nacionalismo radical que raya en el fascismo. Se trata de una ideología sectaria, con un fuerte componente de intolerancia y desprecio hacia toda idea o planteamiento que no encaje en sus postulados y el discurso de su dirección política. En su filosofía el adversario político no existe. En su república “democrática” no hay espacio para las corrientes críticas ni para los opositores políticos. Divide a las personas, incluso a los miembros de una misma familia, en “buenos” y “malos”, “patriotas” o “traidores”, dependiendo de su afinidad respecto a la línea oficial y el grado de entrega y lealtad a los verdaderos dirigentes, los conocidos como la pandilla de Tantán o lo que queda de ella.
De la acción punitiva y correctora no se salvaron siquiera dirigentes de primera fila objeto de purgas en la cumbre. Es el caso de Omar Hadrami y Ayoub Lehbeib, ambos miembros del Comité Ejecutivo y fundadores del movimiento, que se vieron forzados a abandonar y retornar a Marruecos. También se ensañaron con dirigentes de segunda fila que osaron levantar voces de protesta en 1988. La mayoría de los miembros del entonces buró político del Polisario fueron reprimidos brutalmente, algunos encarcelados, entre ellos los actuales representantes en Argelia y Francia. Muchos otros fueron humillados en público, en una especie de “autos de fe” ante tribunales inquisitorios creados para la ocasión.
En el sistema del Polisario la sospecha puede planear sobre cualquiera. A Boukhari Ahmed, considerado el alma de la diplomacia saharaui y su representante ante la ONU hasta su fallecimiento en abril de 2018, se le conminó en una ocasión a abrir su maletín personal en una reunión formal del máximo órgano político y en presencia de toda la cúpula, por sí tuviera oculto algún micrófono u otro sistema de grabación por cuenta de algún servicio de espionaje extranjero. La escena parece extraída de la película “Los incorruptibles”, sobre la vida y los métodos del legendario mafioso norteamericano Al Capone. Luego, una vez fallecido Boukhari, a sus colegas les sobraría indecencia e inmoralidad para usar su imagen y reputación asociando su nombre al último cónclave de la organización, el VX Congreso.
El sistema sigue vigente hoy en día. Si alguien decide, por la razón que sea, rebelarse o alborotar la “granja”, apartarse o simplemente cuestionar la presunta rectitud, diligencia y gestión de los dirigentes, incurre en una herejía política peor que la protagonizada por Salman Rushdie. El paso siguiente es una campaña de difamación brutal, en la que se combinan las plumas anónimas en redes sociales, con un sinfín de portales creados para este menester siendo “Sowt Alwatan” y su versión española “ECS (El Confidencial Saharaui)” los más activos.
Parte de la acción difamatoria corre a cargo de los llamados “shuara”, una especie de bardos o bufones, cuya función consiste en crear y divulgar composiciones poéticas burlescas para vilipendiar y ridiculizar ante el vulgo a los descarriados “traidores de la causa”. Los amigos y compañeros que ocupan cargos, por muy irrelevantes que fueran, captan el mensaje y empiezan a distanciarse, lo que conlleva uno de los peores correctivos, la condena social. Incluso los familiares próximos se ven señalados, y los matrimonios se acaban resintiendo e incluso a veces se rompen.
El Polisario ha desperdiciado la vida, los esfuerzos y los sacrificios del pueblo saharaui
En síntesis, estamos ante una ideología sectaria y destructiva, que combina el fanatismo tribal y religioso, así como la intolerancia e irracionalidad política propias de un nacionalismo radical tóxico. El Polisario ha desperdiciado la vida, los esfuerzos y los sacrificios del pueblo saharaui, embarcándolo en un viaje a ninguna parte persiguiendo espejismos. Hasta ahora su fallido proyecto solo ha sembrado la división y la discordia entre la sociedad, dejando como legado una larga estela de muerte, orfandad, viudez y dolor. Incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos, el viejo movimiento al que muchos saharauis nos hemos entregado en cuerpo y alma se ha quedado momificado en el pasado, reducido a lo que tristemente es hoy, una suerte de organización “bastarda” sin parangón en ninguna parte y en plena decadencia.
Hach Ahmed Bericalla es primer secretario del Movimiento Saharauis por la Paz
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