Desde 1995, el relojero Jesús López-Terradas pasa los últimos días del año con una única misión en mente: tener a punto el reloj de la Puerta del Sol para dar las campanadas de Nochevieja. Todo medido, aunque siempre queda una milimétrica posibilidad de que algo falle y, "si se parte una rueda, el 'plan B' es echarse a llorar".
El responsable de que toda España se coma las uvas al compás de las campanas está sobradamente curtido en estas lides. Ha vivido desde un cambio de siglo hasta una Nochevieja con la Puerta del Sol desierta por culpa de la pandemia, siempre desde la torre del reloj de la Real Casa de Correos, donde lo ha entrevistado EFE.
Uno está pendiente del mecanismo de la bola, otro del movimiento, otro de la sonería de los cuartos y otro de la sonería de las horas
Por supuesto, tiene perfectamente interiorizado un ritual que, en realidad, se desarrolla durante todo el año, pues cada semana el personal de la Relojería Losada, regentada por López-Terradas, acude "a subir las pesas para que no se pare el reloj, mirándolo, engrasándolo y, si vemos cualquier defecto, corrigiéndolo". El habitáculo que alberga la maquinaria del reloj acoge el día 31 de diciembre a "tres o cuatro" profesionales: "Uno está pendiente del mecanismo de la bola, otro del movimiento, otro de la sonería de los cuartos y otro de la sonería de las horas. Por si surge cualquier cosa, corregirla".
López-Terradas asegura que, aun sin ser "nula", la probabilidad "de que pueda ocurrir algo" que dé al traste con las campanadas es "muy pequeña". Ahora bien: "Si se parte una rueda, el 'plan B' es echarse a llorar. Porque tiene arreglo, sí (...) pero no es un arreglo de 'aquí te pillo, aquí te mato'. Pero ya procuramos nosotros, no solamente en diciembre, sino durante todo el año, corregir los defectos para que eso no pueda ocurrir".
Las miles de personas que viven la Nochevieja en la Puerta del Sol y los millones que siguen las campanadas desde sus casas están pendientes del trabajo de López-Terradas y sus compañeros, que paradójicamente son de los pocos que se quedan sin comer las uvas, porque hacerlo a destiempo "no tiene mucho sentido". Sí cae, a veces, "una copita de champán".
El relojero reconoce que esa expectación masiva es lo que diferencia esta labor de cualquier otra que pueda entrañar su oficio. "El que esté todo el mundo pendiente un día del reloj, de sus campanadas, pues siempre agrada. Y si tú procuras hacer tu trabajo y hacerlo bien, pues es una satisfacción saber que se han dado las campanadas y que ha funcionado todo bien".
Auténtico apasionado de su trabajo, López-Terradas viene de una larga estirpe de relojeros que se remonta a su bisabuelo. Sus hijos, dice, no van a continuar la saga, pero no le preocupa la falta de relevo generacional: "Yo no he venido a salvar la relojería, vendrá otro profesional que lo hará igual o mejor". Por lo pronto, López-Terradas cumplirá esta semana su vigésimoctava Nochevieja a cargo del reloj al que miran todos los españoles. Luego tocará celebrar con la familia y los amigos, ya "relajado", "sin ninguna tensión" y con "todo el trabajo terminado".
¿Y qué le pide a 2023? "Ser lo más felices que podamos" y, en su caso particular, un "sencillo" añadido: "Que el próximo Euromillones de 200 millones me toque a mí".
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