En julio de 1969, Sevilla no pintaba nada en el entramado del PSOE clandestino y exiliado. Sus referentes no tenían ningún peso en la organización de un partido ya de por sí ligero. Y si empezó a engordar, Sevilla a la vez que el PSOE, fue por los 1.000 kilómetros que se recorrió en dos días el R-8 prestado por Alfonso Guerra, con Felipe González a bordo, para llegar a tiempo al comité nacional que había de celebrarse el día 14 en el Club Náutico de Bayona.
Nadie esperaba allí a Felipe González ni a ningún otro sevillano. Pero todos le escucharon embelesados cuando tomó la palabra. Los que más, los vascos. Enrique Múgica, Ramón Rubial y Nicolás Redondo, un sindicalista curtido en huelgas, comités, prisión y destierros, tuvieron una revelación clara: el socialismo de oposición al régimen no tenía futuro en Toulouse, sino que debía hacerse en lo que va de Bilbao a Sevilla; esto es, en España.
Antes de arrancar el R-8 de vuelta hacia Despeñaperros, en una noche muy historiografiada por la prensa y por la literatura, vascos y sevillanos sellaron el flechazo. Nicolás Redondo, hoy muerto a los 95 años, era entonces 'Juan' en la clandestinidad antifranquista. Felipe quería ser Felipe, aunque su acento le procuró primero el mote de 'Moro', y la prudencia después el de 'Isidoro'.
La ruptura con Llopis y el 'pacto del Betis'
'Juan' e 'Isidoro', Nicolás Redondo y Felipe González, no tardaron en remozar el funcionamiento del PSOE dentro de España. Un puente aéreo entre el Norte y el Sur que echaba pocas cuentas a los embajadores del socialismo tolosano en Madrid, donde ambos amigos y compañeros fueron detenidos en 1971 por participar en manifestaciones contra el franquismo. Quedaba un año para que el PSOE saltara por los aires y se partiera en dos, entre el Histórico del exiliado Rodolfo Llopis y el Renovado de Redondo y González.
El de Nicolás y Felipe acabaría siendo el PSOE a secas, gracias a la intervención de la Internacional Socialista que llevó, no sin sobresaltos, al histórico Congreso de Suresnes de 1974. El momento más decisivo en la relación de los dos amigos: Redondo renunció a la secretaría general del partido y se la sirvió en bandeja a González, pese a que la secretaría política había estado en sus manos en los años anteriores. Su futuro estaba en la UGT.
El origen de ese reparto es el mitológico 'pacto del Betis', tan negado por sus protagonistas como sostenido por sus enemigos internos, que lo retrotraían al locutorio de la prisión de Basauri, donde el abogado 'Isidoro' se reunía con su cliente 'Juan' tras uno de sus últimos conflictos político-laborales con la dictadura, como relata Sergio del Molino en su último libro, Un tal González (Alfaguara, 2022).
Pacto explícito mediante o no, lo cierto es que ese reparto de poder se mantendría estable durante mucho tiempo. Felipe González se mantendría al frente del PSOE desde 1979 hasta 1997, y Nicolás Redondo haría lo propio con la central sindical afín al partido, la Unión General de Trabajadores (UGT), entre 1976 y 1994.
Los compañeros ya no necesitaban los motes, la democracia les alejó de los sótanos de hotel, y 1982 trasladó sus reuniones directamente a Moncloa. Habían pasado ocho años de Suresnes, suficientes para constatar que aquel reparto al otro lado de la frontera les había llevado a lugares muy distintos.
El camino hacia la ruptura
La acción de Gobierno corroyó el flechazo ya olvidado de Bayona y fue distorsionando la relación entre ambos hasta la ruptura explosiva de 1988, cuando la UGT de Nicolás Redondo impulsó junto a Comisiones Obreras la gran huelga general que paralizó el país y llevó a negro hasta a Televisión Española. Tres años antes, no había secundado la huelga de CC.OO que provocó la dimisión de Miguel Boyer como ministro de Economía.
El de 1988 fue un paro rotundo, que se argumentó por el Plan de Empleo Juvenil al que el PSOE acabó renunciando, pero que se había cimentado durante años con un distanciamiento cada vez más evidente. El sindicalista recelaba de las compañías empresariales de su viejo compañero y acusaba al Gobierno socialista de resultar a veces indistinguible de las patronales, con el ministro Carlos Solchaga como particular bestia negra del líder sindical.
Al tiempo que lideraba la UGT, Nicolás Redondo Urbieta había sido elegido diputado del PSOE en 1977, 1979, 1982 y 1986. Pero en 1987 ya había renunciado a su escaño tras votar en contra de los Presupuestos Generales del Estado de su propio partido.
UGT también apoyaría después las huelgas generales de 1992, contra la reforma del subsidio de desempleo, y la de 1994, contra la reforma laboral. Finalmente, en abril de 1994, y antes de que González abandonara Moncloa, Nicolás Redondo dio un paso al lado en la UGT, donde pasó el testigo a Cándido Méndez.
Su vida tras el sindicato: discreto, pero activo
Discreto, pero activo y militante, Nicolás Redondo Urbieta nunca se alejó del sindicato ni del partido, por obvia vinculación familiar, con su hijo Nicolás Redondo Terreros al frente del PSE entre 1997 y 2001, antes de la era Patxi López.
Hasta hace no tanto, ya conquistados los 90 años, su entorno aseguraba que el exlíder de UGT "no paraba" ni perdonaba el consumo de multitud de periódicos españoles y franceses para acudir bien preparado a las periódicas reuniones sindicales para las que se trasladaba a Madrid, o simplemente a las charlas con su hijo.
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