Cuando su adorada, blanca y peluda Samantha murió, Barbra Streisand no quiso superarlo. La mítica actriz ha confesado en una reciente entrevista haber clonado a su perrita dos veces. “De momento sus personalidades son distintas”, ha asegurado sobre los cachorros. “Estoy esperando a que se hagan mayores para saber si tienen su misma mirada marrón y su seriedad”. Pero Barbra no es la única que ha recurrido a la clonación para sortear la muerte de un ser querido. Hoy son miles las copias de perros y gatos creados en laboratorios.
El primer proyecto para clonar perros, Missyplicity, surgió en 1997 al abrigo del éxito de la oveja Dolly. El matrimonio Joan Hawthorne y John Sperling, millonarios estadounidenses que amasaron y arriesgaron su fortuna creando universidades y centros de educación privada, dedicaron parte de sus ganancias a intentar clonar un perro por primera vez en la historia. En concreto a su querida perra Missy, una mezcla de husky y border collie.
El proyecto echó el cierre 10 años después sin conseguir su objetivo. Los científicos comprobaron en ese tiempo que la técnica no funciona en perros con la misma eficiencia que en ratones, vacas, ovejas, cerdos o gatos. Se desperdicia demasiado material genético. Aún a día de hoy la técnica sigue necesitando muchos intentos para conseguir un clon viable.
Para clonar mascotas se usa el mismo método de clonación que se utilizó en 1997 con la mítica oveja Dolly, mediante transferencia nuclear de células somáticas. Se toma un óvulo maduro de una perra donante, se elimina el núcleo, que contiene el 99.9% del material genético, y se sustituye por el material genético de una célula de la piel de la oreja del ejemplar que querían clonar. Los óvulos son una células equipadas para el desarrollo embrionario, y su citoplasma es el entorno adecuado para que el núcleo de la célula adulta se reprograme, con ayuda de otras técnicas de laboratorio, en un embrión de manera idéntica al que se obtiene por la fusión de un óvulo y un espermatozoide. Tras unos días de crecimiento in vitro el embrión se implanta en una madre de alquiler. Hoy la técnica ha mejorado, pero sigue siendo poco eficiente.
La carrera por clonar un perro la ganaron científicos surcoreanos. En 2005 presentaron al mundo a Snuppy, un afgano de sedosa melena negra. Su nombre es un guiño a las siglas de la Universidad de Seúl, donde un equipo de 45 científicos llevó a cabo la hazaña. El clon era una réplica de Tai, el macho de cuyas células, extraídas de la oreja, provenía el material genético.
Los científicos consiguieron después de 1095 intentos, 3 embriones sanos. La madre de alquiler donde se gestaron los cachorros fue una labradora, una raza totalmente diferente al afgano. De los tres embriones sólo salieron adelante dos. Y de los dos cachorros que nacieron sólo sobrevivió Snuppy. Su hermano murió a los 22 días por una neumonía. Snuppy vivió en perfecto estado de salud, tuvo cachorros con otra perra clonada y fue reclonado en tres nuevos cachorritos. Murió de cáncer con 10 años, igual que el original, Tai, y dentro de lo normal en perros de su raza.
Un año después los mismos científicos clonaron tres hembras, exactamente iguales, también de raza afgana, esta vez de color dorado. Se llamaron Bona, Peace y Hope. La cosa no quedó ahí y anunciaron en 2007 la clonación de dos lobas. Las llamaron Snuwolf y Snuwolffy. Poco más tarde, el fallido proyecto Missyplicity, que había cedido el testigo de la investigación a científicos surcoreanos, lograba el hito: tres copias de Missy veían la luz.
¿Los clones son exactamente iguales que el original?
Como declaraba Streisand, los clones no son iguales al original. Es imposible hacer una réplica exacta de un individuo. Un clon es lo más parecido que se puede conseguir. “Fenotípicamente se parecen, pero nunca serán el mismo. El ambiente determina la susceptibilidad a ciertas patologías, la educación y sus experiencias influyen en su carácter del animal”, asevera el embriólogo Nuno Costa-Borges, de la empresa Embryotools, que ha clonado caballos pura sangre. Así, al clon a lo mejor no le gusta morder las mismas zapatillas que al perro original. “Tienen la misma información genética, pero no todo depende de la cadena de nucleótidos. El organismo puede leer las secuencias con distintas puntuaciones. Según los puntos, comas y acentos que el estilo de vida ponga al ADN el individuo será de una manera u otra”, explica Javier Cañón, veterinario especializado en genética, de la Universidad Complutense de Madrid.
Las diferencias pueden ir más allá de sutiles matices. Los investigadores de estadounidenses no se llevaron la gloria de ser los primeros en clonar un can, pero sí un gato. Se llamó Copycat y, a pesar de ser sin duda un clon, su apariencia no era exacta a la del original. Cuando nació observaron que su pelaje calico no tenía los mismos dibujos. Esta réplica fue a su vez clonada, igual que se hizo con Snuppy, y también los nuevos clones salieron de colores dispares. Constataron que en el aspecto diverso del primer clon felino no era una excepción.
Para recoger muestras para clonar una mascota hay que seguir unas instrucciones muy precisas. Las empresas dedicadas a estos menesteres, como Viagen, Fundación Sooam de Investigación Biotecnológica o Perpetuate, las detallan en su web para que el veterinario correspondiente pueda seguirlas. Se pueden recoger a cualquier edad, incluso cuando el animal acaba de morir. Hay que envolver el cuerpo en toallas húmedas y guardarlo en la nevera. Antes de que transcurran 5 días se deben extraer células. El material genético se preserva por unos 1500 euros. La clonación cuesta cerca de 50.000 euros en el caso de un perro y 25.000 euros en el caso de un gato. Estos últimos son más baratos porque la técnica funciona mejor con esa especie.
El primer perrito clonado por capricho fue Lancelot. En 2008 sus dueños, el matrimonio Edgar y Nina Otto, decidieron hacerlo simplemente porque echaban mucho de menos al original que había muerto, que se llamaba igual, Lancelot, y del que habían congelado ADN. Pagaron 155.000 dólares a Bio Arts International, compañía estadounidense que trabaja mano a mano con la surcoreana Sooam, especializada en este servicio.
Los perros dedicados a detección de drogas y bombas también han sido multiplicados. Los mismos laboratorios clonaron un año antes una jauría de labradores con un olfato prodigioso que trabajan actualmente rastreando aeropuertos. Hace escasos meses llegaron a Rusia un par de pastores belga malinois, clones de los mejores ejemplares de esta raza de defensa. Los están entrenando para vigilar cárceles de máxima seguridad y, según los trabajadores del Penal de la República de Yakutia, han superado todas sus expectativas.
Entre los perros clonados hay perros ilustres. Trakr, un pastor alemán héroes del 11S fue elegido como el perro más digno de ser clonado en un concurso de mascotas organizado por la misma compañía que clonó a Lancelot. El dueño, James Symington, es un policía canadiense retirado. Escribió al concurso y explicó cómo juntos habían llegado con los primeros grupos de rescate a la Zona Cero y cómo juntos localizaron al último de los supervivientes del 11-S bajo nueve metros de escombros. Inhaló tanto humo y polvo de los escombros que quedó inhabilitado. En 2008 la empresa le regaló cinco clones del ya fallecido perro de rescate.
Otro perro héroe doméstico clonado muy popular fue Booger, un pitbull que salvó su vida del ataque de otro perro que le arrancó parte de un brazo y una pierna. Durante su recuperación, se convirtió en su asistente más fiel. La estadounidense Bernann McKinney decidió clonarle cuando murió de cáncer. Lo recuperó a lo grande. Compró cinco copias idénticas: Booger Bernann, Booger Ra, Booger Lee, Booger Hong y Booger Park. Las mascotas clonadas son definitivamente el nuevo capricho excéntrico de la humanidad del siglo XXI.
El rey de la clonación, de la gloria al ostracismo
El surcoreano Woo Suk Hwang es el científico que dirigió el equipo que clonó por primera vez un perro con éxito, Snuppy. Hoy dirige la Fundación de Investigación de Biotecnología Sooam, muy popular por su servicio de clonación de animales. No oculta un pasado negro imborrable. Cometió uno de los mayores fraudes de la historia de la ciencia
El científico saltó a la fama por los espectaculares resultados de sus estudios con células madre. El que más destacó y que se consideró un auténtico hito lo publicó en 2005 la revista Science, una de las más prestigiosas. En el estudio se reflejaba cómo los investigadores habían conseguido, a partir de embriones humanos, extraer células madre, que posteriormente habían hecho evolucionar hacia 11 tipos de células diferentes. Suponía un avance tan importante que revolucionó la investigación y le elevó a la gloria.
Hasta que los miembros de su equipo empezaron a filtrar información sobre la investigación. No habían conseguido tantas líneas celulares, los datos fueron falseados y algunas fotos trucadas. Además, los óvulos utilizados en los experimentos no fueron donados por mujeres de forma desinteresada sino que recibieron dinero. Hwang reconoció que además desvió parte de los fondos destinados a la investigación para su uso personal. Fue declarado culpable de malversación de fondos y adquisición ilegal de óvulos por un tribunal de Seúl. Pese a la sentencia condenatoria, el científico no entró en prisión.
El caso de Hwang removió los cimientos de las publicaciones científicas, en particular el modo en el que se controlan y evalúan la veracidad de los resultados de los estudios que publican. Tras es el escándalo, la revista Science incorporó, como condición indispensable para publicar en ella, que los autores detallen sus contribuciones al estudio y que realicen una declaración firmada de veracidad de las conclusiones. No obstante, y a pesar de cualquier cambio, el editor jefe de la publicación en aquel momento, Donald Kennedy, reconoció que "incluso la más extraordinaria revisión" puede "fallar a la hora de detectar fraudes bien construidos".
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