“Io ho quel che ho donato”. Como si de la penúltima burla de ese poeta pródigo, exuberante y derrochador del dinero ajeno que fue Gabriele D’Annunzio, que llegó a pagar algunas de sus numerosas deudas con sus autógrafos y versos garabateados en servilletas, la entrada del Vittoriale degli Italiani, el suntuoso refugio en vida y posterior sepulcro de este príncipe de las letras italianas junto al Lago de Garda, exhibe, para escarnio de sus acreedores, el lema de un hombre obstinadamente generoso y trascendente, este “Yo tengo aquello que he donado”, que bien podría presidir, tal vez, la puerta de ingreso de la fábrica de los Presupuestos Generales del Estado, el Ministerio de Hacienda de nuestro país, Calle de Alcalá, número 5, de Madrid.
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