La modificación o dulcificación de la malversación, sin duda otro delito decimonónico, como el de la sedición o el de batirse en duelo, ya está generando las primeras solicitudes de rebaja de penas. Está pasando lo mismo que con la ley del ‘sólo sí es sí’, que también fue una ley ad hoc aunque no se hizo para borrar los delitos de los colegas sino para no tener que borrar camisetas, podcasts y tantos grafitis hechos trabajosa y paleolíticamente con las tetas. En cualquier caso, la ley como obra de arte en sí misma, como performance o numerito, la ley que está por encima de su utilidad o ineficacia públicas, es el sello de Sánchez. Las leyes sanchistas se redactan como producto literario cuya justificación y cuyo fin acaban en ellas mismas, en su mazo de papel con título en relieve y una faja roja, excesiva e inútil, como la de una tableta de turrón pretencioso. Algo, en fin, que se consume como un dulce navideño o como literatura navideña, entre celebraciones, prisas, compromisos, topicazos y mentiras con dentera de celofán.
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