Oriol Junqueras abandonó la manifestación independentista contra la Cumbre Hispanofrancesa entre abucheos y gritos de botifler (traidor). Algún manifestante llegó a desearle un pronto regreso a prisión, mientras se alejaba de las fuentes de Montjuïc antes incluso de que las entidades convocantes leyeran el manifiesto contra el Gobierno y su presencia en Barcelona. La imagen dejó en la cuneta la llamadas a la unidad del independentismo mientras desde Moncloa podían argumentar, en privado, que efectivamente la negociación ha desactivado al procés.
Pero no fue una sorpresa para Esquerra. La incomprensión de los no independentistas ante los abucheos a Junqueras es directamente proporcional a la saña del independentismo unilateralista contra él y lo que representa: El diálogo con el PSOE visto como una rendición ante el Estado opresor.
La escena vivida tres meses y medio antes por Carme Forcadell, ex presidenta del Parlament y de la ANC, abucheada en el quinto aniversario del 1-O, permitía imaginar que el regreso de Junqueras a las manifestaciones independentistas no sería plácido. Pero Esquerra decidió que no podía seguir cediendo ese espacio, la calle, a Junts. No a las puertas de unas elecciones municipales.
Fractura independentista
La declaración unilateral de independencia del 27 de octubre de 2017 selló definitivamente la fractura entre los partidos independentistas. ERC y Junts siguen sin superar ese divorcio traumático, movidos por la división de estrategias que empezó el día en que Carles Puigdemont optó por huir a Bélgica y Junqueras se quedó en Barcelona.
La competencia electoral ha alimentado esa fractura, que en el primer momento favoreció a Junts. Con Puigdemont como cabeza de cartel ganaron las autonómicas y las europeas. Pero Esquerra se impuso en las generales, convirtiéndose en el socio prioritario del Gobierno de Pedro Sánchez. Y confirmó su victoria sobre Junts en las últimas autonómicas.
El posibilismo de la nueva Esquerra superó en las urnas al unilateralismo de Junts, pero su discurso sigue teniendo mucho recorrido en los entornos independentistas. El secesionismo más radical, el que sigue acudiendo a las convocatorias de la ANC y Òmnium, ha asumido el discurso de Junts: la negociación con el Gobierno es una quimera, su único resultado son ventajas personas -los indultos- y reformas que buscan "salvar" a los líderes republicanos pendientes de juicio -sedición y malversación-.
Rectificación de Junts
Mientras, en los entornos republicanos recuerdan que Junqueras o Forcadell han pagado con tres años de prisión su defensa de la independencia. También lo hicieron dirigentes de Junts como su actual secretario general, Jordi Turull, o Josep Rull. Y advierten que ese independentismo esencialista no hace más que reducir la base del secesionismo, que se aleja progresivamente del 50% en las encuestas.
La bronca a Junqueras este jueves, sin embargo, podría haber marcado un punto de inflexión. Las críticas han llegado no solo del entorno de Esquerra, sino también de socios habituales como los comunes.
Y desde Junts se empieza a cuestionar esa agresividad verbal contra Junqueras. El más explícito, Josep Rull, que este viernes se preguntaba en sus redes "A prisión... ¿nos hemos vuelto locos?".
Menos explícito en la defensa del republicano, pero reclamando también preservar la unidad independentista se ha mostrado Puigdemont. Tras la manifestación, el ex president se refería al incidente como una "anécdota" magnificada por los contrarios al movimiento secesionista.
"Los adversarios saben que hoy el independentismo ha dado un golpe de autoridad y firmeza. Y que menospreciarlo y confundir la parte por el todo es un error grave".
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