Albergó competiciones deportivas internacionales. Durante años fue un cotizado escenario de partidos de baloncesto y actuaciones musicales. El Palacio de Conciertos y Deportes de Vilna, la capital de Lituania, es un icono de la arquitectura brutalista. Con su apariencia de transatlántico, permanece desde hace décadas varado en mitad de la nada. Condenado a la agonía por su autoría soviética, un legado cada vez más incómodo cuya eliminación ha acelerado en el último año la invasión rusa de Ucrania.

Es primera hora de una mañana de invierno. La nieve cubre la pista que da acceso al Palacio, una vasta superficie vallada por la que crece la maleza. El área que rodea al edificio, levantado en 1971 por el arquitecto Eduardas Chlomauskas, está completamente vacía. Se halla en medio de un antiguo cementerio, abrazada ahora por modernos bloques de oficinas. Con una capacidad para 4.400 espectadores, es uno de los emblemas soviéticos de la ciudad.

Ni siquiera haber ofrecido cobijo a uno de los hitos de su independencia -fue el lugar escogido para la celebración de un mitin de la organización que allanó el camino hacia la desconexión soviética en 1988- le ha privado de la persecución. Lleva más de dos décadas en dique seco, entre planes de reconversión congelados. La calculada desmemoria también ha alcanzado al turismo. En Vilna no hay guías que ofrezcan una ruta por el patrimonio local del siglo XX.

La guerra ha recordado las atrocidades rusas de diferentes épocas. Ciudadanos de los países entonces oprimidos se preguntan ahora a quién y cómo quieren conmemorar esos sucesos

FOTOGRAFÍA: PALACIO DE CONCIERTOS Y DEPORTE DE VILNA/F.CARrión

“Estamos ante una situación muy similar en todos los países con pasado soviético”, reconoce a El Independiente Bohdana Neborak, editora de la web theukrainians y experta en materia de “descomunización”. “Los países bálticos han prestado mucha atención al legado ruso y soviético que sigue presente en sus calles”, indica. La guerra en Ucrania, cuya invasión a gran escala por Rusia cumple este viernes doce meses, no solo se libra en las trincheras del país, también en los monumentos, espacios y narrativas que honran el más de medio siglo que Estados hoy independientes y vecinos de Rusia pertenecieron a la Unión Soviética.

De Polonia a Finlandia

Los discursos de la Gran Rusia que Vladímir Putin ha desempolvado para justificar la agresión a Ucrania han abierto debates sobre el patrimonio heredado a lo largo y lo ancho del norte y este de Europa, desde Finlandia hasta Polonia. “La guerra actual ha traído a la memoria las atrocidades rusas de diferentes épocas, por eso la gente de distintos estados que fueron oprimidos por Rusia se preguntan de nuevo a quién y cómo quieren conmemorar esos sucesos”, agrega Neborak.

El resultado de esas diatribas ha sido casi inmediato. Igual que cayó el muro de Berlín en 1990, un acontecimiento histórico que condujo a la reunificación de Alemania y escenificó el colapso de una utopía, han ido derrumbándose y retirándose monumentos y estatuas vinculadas a la URSS en la geografía que una vez vivió bajo su yugo. Durante el último año en Letonia, el país más activo en el ajuste de cuentas con su memoria reciente, han desaparecido de sus principales urbes aparatosos monumentos alzados en homenaje a los “libertadores soviéticos”. Algunos llevaban incluso el agregado de la mención del enemigo, “los invasores fascistas alemanes”.

En agosto fue desterrado de la luz pública un monumento consagrado al triunfo soviético en Riga, la capital de Letonia, en virtud de un decreto que exigía la destrucción del símbolo antes de noviembre. "Este monumento era un recordatorio constante de nuestra ocupación y del destino que padecieron muchas personas: la deportación o la represión. No necesitamos este tipo de monumentos", voceó el presidente letón Egils Levits durante la demolición televisada.

Las autoridades estonias también han subrayado la necesidad de acometer el cambio para “garantizar el orden público”. "Como símbolos de la represión y la ocupación soviética, se han convertido en una fuente de crecientes tensiones sociales", declaró Kaja Kallas, primera ministra del país, esgrimiendo la misma razón que sus vecinos bálticos. La medida ha encontrado, en algunos casos, la oposición de las comunidades de origen ruso.

Monumento a los soldados soviéticos demolido en Klaipeda | Patrik Nylin

“Lo más importante para mí es el debate público que también está presente en los antiguos territorios alemanes ocupados, inundados de monumentos y calles de Pushkin. Creo que esa discusión aportará una solución saludable y ayudará a la gente a elegir qué memoria quiere recordar en los espacios públicos”, comenta Neborak.

Es crucial diferenciar el legado soviético y los instrumentos de la propaganda rusa

Una labor no exenta de polémica. “Resulta crucial diferenciar el legado soviético y los instrumentos de la propaganda rusa que operan utilizando ese legado en la memoria de la nación”, apunta este diario Roman Hryshchuk, un parlamentario ucraniano especialista en el fenómeno que ha ido calando en la región. Una oleada de revisión histórica que se ha cebado también con la exhibición de material militar, como un tanque soviético T-34 de la II Guerra Mundial, retirado el pasado verano en la ciudad estonia de Narva, donde también han sido arrancadas las placas de un memorial.

Finlandia -con 1.340 kilómetros de frontera con Rusia, una amenaza que la llevó a su ingreso en la OTAN- ha hecho desaparecer de su callejero una estatua de bronce en loor de la “Paz mundial” donada a principios de los 1990 por la ciudad de Moscú. Desde el pasado agosto acumula polvo en un almacén municipal, como también lo hacen varias esculturas que se exhibían al aire libre en ciudades de Lituania.

En cada pueblo ucraniano había un monumento y una calle dedicada a Lenin. Esto no es legado sino propaganda colonial

FOTOGRAFÍAS: BUsto y ESTATUA de lenin EN NARVA (ESTONIA) Y CHERNÓBIL (UCRANIA)./EP

"Descolonizar las calles"

En al menos dos ciudades finlandesas se han retirado sendos bustos de Vladímir Lenin, protagonista de la Revolución de 1917 en Rusia y posteriormente máximo líder de la URSS. Siguen la estela de Ucrania, que desde la revolución de Maidán en 2014 ha celebrado la demolición de cerca de un centenar de estatuas consagradas al líder bolchevique en un proceso apodado popularmente como "Leninopad", ("La caída de Lenin”, en ucraniano). Los acontecimientos acaecidos desde entonces, con el inicio ese mismo año de la ofensiva rusa en la región oriental del Donbás y la anexión de la península de Crimea, han servido de combustible al borrado, bautizado también como “desrusificación” y “descolonización”.

“El proceso de descomunización se puso en marcha desde que Rusia invadió Ucrania en 2014 y se anexionó Crimea”, confirma Hryshchuk, protagonista de los cambios legislativos introducidos desde entones en esta rescritura de los mitos a la que se enfrenta el país. “Es realmente sorprendente la cantidad de calles y monumentos en Ucrania que llevaban el nombre de líderes soviéticos”, subraya. “En cada ciudad, pueblo y aldea ucraniana había un monumento y una calle dedicada a Lenin. Esto no es legado sino propaganda colonial”, dice. Según una encuesta publicada el pasado abril, el 76 por ciento de los ucranianos respalda la iniciativa.

El diputado -vicepresidente además de “Siervo del Pueblo”, el partido de ideología centrista del que es miembro el presidente ucraniano Volodímir Zelenski- ilustra la vertiginosa transformación en el callejero de su infancia. “Crecí en Kiev, en una calle que llevaba el nombre de Kikwidze, una figura bolchevique que jamás tuvo nada que ver con Ucrania. Es más, entre 1917 y 1918 luchó contra el Estado Independiente Ucraniano, llamado República Nacional Ucraniana. Hoy mi calle está dedicada a Mykhailo Boychuk, pintor ucraniano, fundador de la escuela epónima de arte ucraniano, el "boychukismo", asesinado por Stalin en 1937”.

La caída de un símbolo

Fotografías: Reporters / Danylo Pavlov

Fue levantada para celebrar la amistad entre Ucrania y Rusia. Y terminó cayendo, víctima del conflicto. El ayuntamiento de Kiev desmanteló el pasado abril una estatua de bronce de ocho metros de altura que resistía de época soviética en el centro de la capital bajo el "Arco de la amistad ed los pueblo". Lo hizo unas semanas después del inicio de la invasión. La escultura representaba a dos obreros, un ucraniano y otro ruso, sosteniendo ambos una orden soviética de la amistad. Había sido erigida en 1982 para festejar el 60 aniversario de la URSS.

Un ejercicio que ha puesto bajo escrutinio miles de rótulos en las zonas de Ucrania que permanecen bajo su control, a la par que el avance del conflicto bélico animaba la resistencia ucraniana y la reivindicación de una identidad cultural propia, independiente de la rusa. El primer intento de erradicar la narrativa comunista data de los años inmediatamente posteriores al derrumbe de la URSS, con la retirada de la ideología soviética del currículo escolar. En 2015, al abrigo de los cambios políticos, se aprobaron las leyes que han servido para desmantelar monumentos, calles e incluso nombres de ciudades, como la actual Dnipro, otrora Dnipropetrovsk. El proceso ha sido especialmente relevante en el oeste del país.

El impulso de la contienda

“La invasión de hace un año supone el impulso más fuerte en la historia de la Ucrania independiente para llevar a cabo una profunda y exhaustiva desrusificación, es decir, para erradicar no sólo el legado del periodo soviético, sino también todo lo que se percibe como un instrumento de la influencia rusa en el país”, reconoce Jadwiga Rogoża, investigadora del polaco Centro para Estudios Orientales.

“Muchas de las exigencias planteadas son de naturaleza radical: rechazo de la cultura rusa en su totalidad, considerándola imbuida de las ideas de la política imperial de Rusia y una actitud despectiva y condescendiente hacia los Estados vecinos, a los que reduce a la condición de colonias, haciéndose eco de las obras tanto de escritores contemporáneos como de clásicos de la literatura, desde Alexander Pushkin a Iosif Brodsky”, agrega.

Muchas de las propuestas son de naturaleza radical: rechazo de la cultura rusa en su totalidad

Una misión a la que se han dedicado desde entonces comités municipales. El ministerio de Cultura y Política de Información es, por su parte, el encargado de la lista de objetivos. Desde la irrupción de las tropas rusas en febrero, el listado no ha dejado de crecer. En Odesa, por ejemplo, se ha retirado un monumento a Catalina II, que destruyó el yacimiento de la Sich de Zaporiyia, la capital de los cosacos de la región de Zaporiyia.

“Para determinar si un objeto concreto puede ser objeto de desmantelamiento o una calle concreta puede ser objeto de cambio de nombre, hay que reunir a un grupo de expertos formado por miembros del Instituto de Historia, Lengua Ucraniana y Literatura de la Academia de Ciencias de Ucrania”, explica el político. La decisión debe ser sometida al debate ciudadano. Solo en mayo pasado el ayuntamiento de Kiev aprobó la eliminación de 60 plazas conmemorativas y monumentos por considerarlos propaganda soviética en un movimiento que no cesa. “Los ucranianos no queremos tener nada en común con el ocupante y tenemos derecho a decidir a quién conmemoramos”, concluye Neborak.

Un órdago a los emisarios de Putin

En una señal de desafío a Moscú, las autoridades de Vilna decidieron hace meses cambiar el nombre de la calle en la que está situada la embajada rusa en la capital de Lituania. La nueva denominación, "Héroes ucranianos", es una afrenta para los diplomáticos de la federación rusa que aún trabajan en el recinto, ubicado en un barrio residencial de la ciudad, y el recordatorio del apoyo entusiasta del país báltico a Ucrania. "A partir de ahora, la tarjeta de visita de cada uno de los empleados de la embajada rusa llevará una nota en honor a los combates de Ucrania, y todos tendrán que pensar en las atrocidades del régimen ruso contra la pacífica nación ucraniana al escribir el nombre de esta calle", clamó el alcalde de Vilna, Remigijus Simasius. En la fotografía, el nuevo rótulo con la verja de la embajada rusa al fondo. / FOTOGRAFÍA: F. CARRIÓN