El arrozal requiere tiempo, paciencia y adaptarse al suelo y al clima. También cuidados y trabajo para que perviva hasta la siguiente cosecha, así una y otra vez, de generación en generación. El arroz quita el hambre a medio planeta, al más mísero, y alimenta el placer a la otra mitad, al engordado con ‘fast food’ pizza y ‘hot dog’. En medio, entre el arroz milenario y el descubrimiento de la hamburguesa exprés capitalista, irrumpe la nueva China, el imperio que ha resucitado como superpotencia mundial en un viaje político y social de apenas 40 años.
Hoy el país más poblado del planeta, 1.400 millones de habitantes, ha logrado imponer el ‘made in China’ en todo el planeta, convertirlo en su mercado exportador sobre el que sustenta su fortaleza y transformación económica y social. La China de Xi Jinping y la de Mao Zedong parten del mismo suelo, del mismo ‘arrozal’ y tradición, pero se presentan al mundo con trajes distintos. El mundo ha cambiado y se han ajustado a el, de la China comunista convencida a la China comunista con aliño capitalista reconvertida en otro imperio, pero comercial: “Ahora todo el mundo está pendiente del momento en el que el PIB de China alcance al PIB de EEUU y se convierta en la primera superpotencia, pero eso en realidad da igual. Ya es el principal socio comercial de 140 países, es el mayor exportador y el principal acreedor. El mundo ya está suficientemente ‘achinado’”, asegura Julio Ceballos, abogado economista dedicado a la mediación comercial entre China y occidente.
Ceballos acaba de publica ‘Observar el arroz crecer’, un ensayo en el que analiza las causas que han precipitado la profunda transformación del país en apenas cuatro décadas. Conoce bien China, ha vivido y trabajado allí 17 años. Más allá de los clichés que perviven en occidente, defiende la necesidad de bajar a la letra pequeña, a las virtudes que le han permitido convertirse en el gigante comercial que es hoy. “Sus valores y forma de ser explican en parte lo sucedido. Los chinos son pragmáticos, ‘largoplacistas’ y se guían siempre por criterios de eficacia y eficiencia. Si a eso le sumas la perseverancia, la paciencia, la capacidad de trabajo y de adaptación, tienes un país con un músculo increíble”.
Analizar la historia reciente del país permite detectar el punto en el que, según el autor, se produjo el inicio del cambio. En febrero de 1972, Richard Nixon visitó China y se reunión con Zedong. El presidente de Estados Unidos pretendía romper la barrera y atraer a Pekín hacia occidente, “quería alejarla de la órbita de la URSS e iniciar una relación comercial entre ambos”. Rotos los recelos, el enriquecimiento comercial hizo el resto. “No ocurrió lo que EEUU también buscaba, occidentalizar un poco China, democratizarla, pero sí permitió que las multinacionales americanas se beneficiaran de sus bajos costes y a China le permitió abrir esa vía de comercialización”, apunta. Hoy, el país asiático ya cuenta con 4.300 MacDonald´s.
Saber adaptarse
Hoy EEUU sigue siendo la primera potencia mundial pero China ya le hace sombra. El gigante asiático continúa siendo un país “en vías de desarrollo”, apunta Ceballos, pero con un potencial aún por explotar: “Está controlado por un partido-Estado y juega con reglas diferentes, pero está claro que su transformación no sería posible sin el esfuerzo de su población y la capacidad de sacrificio que demuestran. También han contribuido los gobiernos tecnócratas eficaces que han tenido y la posibilidad de planificar a largo plazo, sabedores que lo podrán ejecutar. Carecen de ciclos electorales y en ese sentido eso les beneficia”.
El autor de ‘Observar el arroz crecer’ subraya otra cualidad de China; saber adaptarse. En realidad, lo han hecho a lo largo de su historia en numerosas ocasiones. Sólo en el siglo pasado sufrieron dos guerras civiles, la invasión de Japón, la caída del imperio y la revolución cultural, “están acostumbrados a adaptarse”: “Es lo que explica que han sabido pasar tan rápido de la máquina de escribir a la pantalla táctil sin pasar por el fax o el email. Son gente que reacomodan sus prioridades y expectativas conforme cambian las circunstancias”.
Por ahora, la falta de democracia no es un problema para los chinos. No se echa de menos lo que no se ha tenido… mientras las necesidades básicas estén cubiertas. “En China el hambre ha imperado durante siglos. Que hoy tengan vivienda, educación y sanidad es un colchón que valoran mucho y que hasta hace 40 años no tenían. Tras la muerte de Mao vieron que su bienestar material y de consumo crecía y eso, hoy por hoy, tiene más peso que la reivindicación de la libertad de expresión o de voto. Ahora su prioridad es afianzar su fortaleza económica”.
Herederos de 3.000 años de Historia
La metáfora del arrozal también permite explicar las razones del crecimiento imparable de China. El objetivo colectivo, el reto global como comunidad prima sobre la individualidad. En China, asegura Ceballos, “el arrozal es más importante que quienes lo cultivan”: “Ellos se sienten herederos de una estirpe, de una historia de 3.000 años, no en vano son la única civilización de la antigüedad que sobrevive, por eso piensan siempre en términos de colectividad”.
Las nuevas generaciones que han crecido en esta nueva China no se parecen a la de sus padres, menos aún a la de sus abuelos. La bonanza y el acceso asegurado a los servicios básicos ha erradicado la extrema necesidad, “esta es la primera en miles años que ha crecido sin esa necesidad, sin que la miseria les apriete. Hoy no hay pobres de solemnidad en China”. Es la cara de la moneda del país pseudocapitalista en el que ha vivido la próxima generación de dirigentes del país. La cruz la pone la elevada tasa de competencia en todos los ámbitos que tendrán que superar. Y la incógnita, que la China de 2035 será dirigida por la generación del ‘hijo único’: “Algo que quizá ha afectado a su capacidad de compartir y convivir con otros”.
Ceballos defiende una China, más allá de las etiquetas con las que siempre se le asocia y que son ciertas, como la falta de derechos y valores democráticos, tiene cosas que aportar a occidente: “En muchos casos en occidente se proyecta una imagen algo exagerada, desproporcionada y alarmista, incluso desagradable. Yo he encontrado también una China humana, amable y hospitalaria de la que podríamos aprender algunos valores como su modelo de gobierno meritocrático, su pragmatismo largoplacista o el uso de la tecnología en gestionar el país”. Que finalmente sea una oportunidad o una amenaza para occidente “depende más de nosotros que de ellos”, apunta.
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