Mis reticencias a una moción de censura son muchas y la primera es que nunca debería utilizarse una medida institucional de forma trivial.
La moción de censura puede implicar (como ya vimos en 2018) un cambio de Gobierno en el que el Legislativo, como reflejo de las elecciones, decide sobre la continuidad del presidente del Gobierno y sobre quién, en caso de que no hubiera continuidad, debería sustituirle, pero sin contar con los votantes.
Vamos, que tiene cierta gravedad convocarla.
Vaya por delante que le pongo pegas a nuestro sistema. No me convence que las elecciones sean legislativas y que, del resultado de esa configuración, se elija un presidente del Gobierno. Prefiero un sistema como el francés o el americano, en el que las elecciones a quién es diputado y quién presidente, van por separado.
De hecho, me parece más desafiante y potencialmente mejor para un país que un presidente se enfrente a una cámara que pueda no ser afín ideológicamente, como le ocurrió a Barack Obama en 2010 con el shellacking (“es fácil estar en la Casa Blanca y vivir en una burbuja”, dijo el 44º inquilino del Despacho Oval el día que compareció ante la prensa tras la derrota demócrata).
Y, bueno: de la disciplina de voto ya ni hablamos, claro.
Así que imaginen lo que me puede entusiasmar (ironía activada) que, no habiendo una mayoría suficiente para ejecutar un cambio y con el autodescarte del líder del grupo parlamentario que presenta la moción, se tome el Congreso de los Diputados como un escenario para, no ya un prime time, sino sacar partido a todo el ancho de banda.
Inciso: en campañas electorales (bueno, en cualquier estrategia de comunicación) existe el free-air. Es un concepto que identifica la repercusión mediática que logras sin pagar.
Se lo explico: imaginen un partido que quiere dar a conocer sus propuestas o sus fobias. Pues para tener el mayor alcance posible, paga una cuña en radio, una inserción en prensa, un anuncio en TV, impulsa un post en redes sociales... Todo esto implica un coste que se paga según la plataforma/s en la que le interese aparecer.
Pero imaginen que un candidato tiene un momento genial, una respuesta aguda e ingeniosa en una entrevista o en un debate. Eso corre como la pólvora en radio, en prensa, en TV y, por supuesto, en redes sociales, y sin haber puesto un céntimo.
Veremos ataques a Alberto Núñez Feijóo sin que a éste se le permita replicar, lo cual es la derivada deseada por Pedro Sánchez
Vamos, con decirles que yo aún acudo a YouTube a ver a Ronald Reagan decir que “nunca aprovecharía la juventud e inexperiencia de mi rival en mi propio beneficio” en el debate de la presidencia de 1984…
Esto también, claro, funciona en sentido contrario: un candidato mete la pata y su error se propaga 100 veces más rápido que el acierto.
Pues la moción de censura es Free-Air. Se aprovecha todo lo que los medios públicos, emisiones en streaming, cobertura de prensa… durante dos días el interpelador es protagonista a todo lo que dan las emisiones y, puede que también por eso, Santiago Abascal haya decidido salirse de la ecuación: porque si hubiera repetido, el interés sería menor.
Por el otro lado estoy esperando ansioso el momento en el que Patxi López (o Félix Bolaños, vete a saber) y Pedro Sánchez tomen la palabra en la moción de censura.
Digo Bolaños porque ya nos demostró el otro día que para el ministro todo, incluso una respuesta debida a la oposición en una sesión de control, es una oportunidad de interpelar a Alberto Núñez Feijóo… aunque ni siquiera esté en el hemiciclo.
Porque, esta vez, el uso de una institución del Estado va de la rentabilidad que saquen tanto PSOE como Vox. Si alguien cree que este movimiento es para que haya un nuevo presidente del Gobierno… siento reventarle el suspense: el movimiento es para cuestionar a Alberto Núñez Feijóo.
Y ya.
Así que Pedro Sánchez saldrá más o menos airoso y, aun así, nos veremos en el Congreso de los Diputados escuchando cierta retórica de preocupación por un “problema sobrevenido”, lo que para el Gobierno son las consecuencias de la Ley del sólo sí es sí.
Veremos ataques a Alberto Núñez Feijóo sin que a éste se le permita replicar, lo cual es la derivada deseada por Pedro Sánchez por encima, incluso, de aquellas intervenciones en el Senado para las que el presidente del Gobierno tenía todo el tiempo del mundo, pero en las que el líder de la oposición iba con el tiempo acotadísimo.
Y veremos a un académico de Economía de 90 años que va a radiografiar a España como cuando tenía 60 y que ha sido habilitado por un partido que no tiene propuestas relevantes ante cuestiones económicas como la inflación, el paro, las pensiones o la deuda.
Yo ya les anuncio que seguiré la moción de censura porque es mi trabajo y porque, al menos, se va a escuchar una voz nueva en el Congreso.
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