A Pedro Sánchez le falta un óscar, que los Goya a mí me parece que son para él como un premio de gala fallera o una medalla de mesonero mayor, una cosa provinciana y calderera. Sánchez hace giras de Bond por Europa, mirando ciudades como fuentes de champán y escalinatas como escotes, y hace giras de Antonio Banderas por Estados Unidos, paseándose por Nueva York con capa de El Zorro como si fuera un hombre anuncio de oferta de nachos. O sea, que Sánchez ya es un actor muy internacional y no se merece que le den un premio junto a la vaca Margarita de Alcarràs, ni por hacer de paleto en una reyerta de lindes, que todo este año en nuestro cine nos ha salido de la acequia. La cosa es que yo veía los Óscar y me imaginaba a Sánchez allí, con su traje berenjena como de Jared Leto, recibiendo esa estatuilla carismática, brillante, pulida y siempre algo resbaladiza, como un vibrador de Pam. Tanto óscar para Todo a la vez en todas partes me hacía fantasear con que le dieran a Sánchez algo por su esforzado y original “todo a la vez en ninguna parte”.
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