Dicen que la figura del crítico es una especie en peligro de extinción, que su influencia se ha diluido y que sus análisis ya no interesan al gran público. Quizá por eso quiere Quentin Tarantino revivirla en su próxima y última película. Tras viajar a la época dorada de la industria a finales de los 60 con Érase una vez en Hollywood, el cineasta culminará su admirable carrera con una historia sobre el papel de la crítica en los años 70.
Tarantino siempre ha dicho que dejaría de hacer cine cuando cumpliese los 60 o cuando terminara de grabar su décimo film. De acuerdo con la información publicada por The Hollywood Reporter, este año podrían cumplirse ambas (los 60 años los cumplirá el próximo 27 de marzo), pues ya tendría acabado el guion de su próximo trabajo: The Movie Critic.
Pauline Kael, la crítica
Este mismo medio apunta que la película estará basada en la vida de Pauline Kael, una de las críticas de cine más influyentes de los años 70 en Estados Unidos. Irreverente, visceral, subjetiva y escandalosamente divertida, Kael representa un tipo de crítica que prácticamente ha desaparecido, muy semejante a lo que ocurre en España con Carlos Boyero.
Ambos simbolizan un tipo de periodismo basado en la experiencia personal, excesivamente honesto, sin reglas ni estándares predefinidos y con una irremediable tendencia a ir contra corriente. Fallecida a los 82 años en 2001, Kael marcó varias generaciones con su afilada pluma siendo la crítica de cabecera en The New Yorker (entre 1968 y 1991).
A la gente no le suele gustar un buen crítico, si les gustas, creo que deberías empezar a preocuparte
Su historia, que da para una película, está marcada por una vida anclada en la imprevisible asertividad de su opinión. Su nombre saltó a la fama tras el éxito de su libro I Lost It at the Movies (1965), cuando la contrataron en McCall's, una exitosa revista para público femenino donde su descaro no sentó demasiado bien a los editores y pronto se dieron cuenta de que no cuadraba con los gustos del público mainstream. "El éxito de una película como Sonrisas y lágrimas hace que sea más difícil para cualquier persona tratar de hacer algo que valga la pena hacer", escribió antes de que la echaran.
Kael venía de la costa oeste y su forma de escribir era tan directa como adictiva. Antes de hacer carrera en el New Yorker pasó por The New Republic, donde la censuraron y reescribieron algún artículo sin su permiso, lo que provocó que ella misma se largara de ahí.
Pauline representó un tipo de crítica sin grises, alérgica a la indiferencia, con la que querías estar a muerte con sus ideas o contra ellas. No entendía a Woody Allen, pero amaba sin reservas el cine de Godard, de quien llegó a decir que era "el F. Scott Fitzgerald del cine".
Cuestionó a tipos como Hitchcock, despreció a Chaplin, criticó películas de unánime admiración como Lawrence de Arabia o La dolce vita y huyó de la corrección política al escribir una dura reseña sobre Shoah, un documental de nueve horas sobre el Holocausto, que le adjudicó el calificativo de antisemita. Sin embargo, también fue una de las responsables de encumbrar una película ignorada en su día como Bonnie and Clyde y supo ver la genialidad de los jóvenes Scorsese, Peckinpah, Coppola, o la de su admirado Brian de Palma, cuando empezaron a conformar eso que hoy conocemos como Nuevo Hollywood.
El actor Jerry Lewis llegó a reconocer que, a pesar de que ella nunca dijo nada bueno sobre él, la consideraba "la crítica más cualificada del mundo, porque tenía un verdadero interés por el cine y por las personas que lo conforman".
Kael tuvo siempre presente que estaba colándose en un terreno hostil para las mujeres cuando decidió hacer crítica. "Los hombres siempre han creído que las mujeres estaban menos dotadas. Pueden tolerar las demostraciones de sensibilidad y talento, pero es muy difícil para ellos aceptar la idea de que las mujeres pueden argumentar razonablemente".
Sin críticos, solo te quedan los publicistas
Pauline Kael
Otra de las peculiaridades de su papel como crítica es que, más allá de caer en el esnobismo que suele imperar en el gremio, fue una firme defensora de la "capacidad liberadora que hay en disfrutar una buena película basura".
Pauline Kael se tomó muy en serio su trabajo "en términos de función social", por la necesidad de provocar el interés de la gente en aquello que es "realmente nuevo o innovador, que anticipe el futuro de una forma de arte. Porque sin unos pocos críticos capaces de hacer eso, los publicistas mantendrán todo estancado, si no hay voces disidentes, las películas no avanzarán de ninguna manera".
El propio Tarantino cuenta que encontró su idea de estética en el cine gracias a la crítica de Kael sobre Bande à part, de Godard. "Decía que era como si un grupo de jóvenes franceses locos por el cine hubieran cogido una insustancial novela negra americana y traducido la poesía que habían leído entre líneas. Entendí que esa era mi estética, eso es lo que espero poder hacer".
Ahora que llega el autoproclamado final de su carrera, el director de Pulp Fiction pretende dedicar un homenaje a esos "co-creadores" en la sombra que han sido históricamente los críticos en general y Pauline Kael en particular. Una magnífica forma de cerrar el círculo con la inmortalización cinematográfica de una figura en ciernes de desaparecer y que tiene en esta crítica de los años 70 el paradigma de su esencia.
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